viernes, 4 de diciembre de 2009

Historia de un pescador somalí


Sentado con el AK-47 en la mano espera un hombre de tez oscura y sucios harapos, con los ojos entrecerrados, como si tratase de evocar una época mejor, mas sólo es capaz de girar la cabeza a izquierda a derecha sin demasiado ánimo y luego dar otro trago a su petaca. Luego escupe al mar, que todo lo traga, aquel que le permitió no desfallecer ante el hambre, pero que también le arrebatará la vida, ayudándose del plomo infernal de las fragatas.

De padre pescador le correspondía heredar su vieja barca y el oficio para alimentar a sus cuatro hermanos y a su madre. El arte de la pesca y la decrépita embarcación sin embargo no eran suficientes para saciar tantas bocas, el pescado era escaso, expoliado por aquella gran mole gris y compacta formada de embarcaciones modernas que con la fuerza de un huracán arrasaban con el mismo mar. Mohamed no sabía si aquello había sido firmado por su gobierno, conocía lo cercano y concreto, los fieros rugidos que emanaban de las tripas de sus hermanas y su madre, esa llama permanente que no dejaba su mente en calma, que creaba malestar e ira contenida.

Desvanecida toda posibilidad, comenzó a vagabundear por las calles sin encontrar nada, excepto otros vagabundos de rostro remarcado por la osamenta, en el que podía casi vislumbrarse el blanco cadavérico bajo la piel. Y escuchó del éxito de aquellos infames piratas, aquellos maleantes despreciados por su violencia que sin embargo él observaba con asombro. Su violencia arrancaba unos cuantos dorados, tal vez siquiera uno, de la gran bolsa del capital de occidente. Aunque había que secuestrar a aquellos que nada tenían que ver con los que ejercían el control sobre ese gran saco de dinero, que de hecho día a día tenían que disputarles su propio sustento, Mohamed no podía eludir esta oportunidad, delinquir o morir-se dijo.

Así fue como el mar se apoderó de su destino, y como el fusil se convirtió en su herramienta de trabajo. Allí conoció a muchos hombres desesperados, tanto o más que él, y a unos pocos desquiciados, que habían perdido por completo el juicio.

Ahora ya están listos los garfios para el nuevo abordaje, las armas cargadas, los piratas con los músculos en tensión, quizás algunos para caer en los océanos y no regresar jamás. Todo por un pedazo de pan, y estos pedazos de pan seguirán llevando a los barcos de velas negras a batallones de hombres en desgracia. Llegará sin embargo el día en el que esos batallones somalíes caminen junto a los oprimidos del resto de África, pero también Europa, Asia, América y Oceanía. Entonces los burgueses temblarán, observarán sentados desde su sillón los intelectuales liberales analizando la “barbarie” y la “rudeza” de los revolucionarios. Escribirán los trabajadores las líneas no de un octubre rojo, sino de un futuro rojo a la vez que demuestran que toda rudeza de proletario viene dada por la explotación del propietario, sea de rostro humano o animal.

sábado, 31 de octubre de 2009

Recuerdos de una revolución


Mi recuerdo de aquellos días es difuso y gris como una nube que amenaza con descargar la lluvia y borrar las huellas que se plasman en la acera. Recuerdo un ajetreo de rostros impacientes que realizaban acusadas muecas, que caminaban con presteza, que hablaban sin descanso. Oradores que brotaban en cada esquina, con una voz firme y compañera que captaba la atención de multitud de oídos. Cargas de los faraones y momentánea dispersión, para diez minutos después volver a las aceras ante el desconcierto de la autoridad zarista.

Imagino, pues como ya he explicado mi memoria de aquellos días ha quedado muy deteriorada, como debí coger la mano de mi madre con fuerza, integrada mi pequeña figura en aquel mosaico, en aquella masa despreciada y ninguneada a la que pertenecía. Lo que no imagino es aquel profundo sentimiento que dejaría huella en mí, ese impulso en el corazón, que me transmitían irremediablemente las personas de mi alrededor, aquel deseo irrefrenable de cambiar las cosas, que era alimentado por las palabras que se pronunciaban en su interior.

Yuliya sin ninguna duda alzó el puño y gritó con fuerza y coraje, tenía motivos para ello. Se habían llevado a mi padre, después de haber trabajado para la “patria” durante toda su vida. Habían arrebatado su escaso tiempo libre con más horas en la fábrica, soportando los insultos constantes del patrón, que las acusaba de ociosas e incapaces por su condición de mujeres. Y sin embargo, durante aquellos días no hizo aparición tan valeroso caballero ante la desafiante desobediencia de las obreras, que con tal acción, propinaron un estruendoso puñetazo a la altanería del propietario, demostrando cuán duro es el puño de una tejedora frente a la voluntad de cera del burgués, el cual se derrite y desaparece ante el candor de las masas.

Todo este odio estuvo presente durante los cuatro días que duró la insurrección, mas sólo se contuvo durante el primer día de movilización. Los días siguientes, en los que recuerdo que tampoco trabajé, los soldados de San Petesburgo, miembros de aquella masa que tanto odiaba la autoridad zarista y el patrón, se negaron a disparar en contra la multitud desarmada. El conflicto en el ejército se manifestaba también de una forma virulenta, los oficiales ordenaban disparar, los soldados se negaban. Mas no dudaban en disparar contra la policía cuando esta atacaba a los manifestantes, ni en quemar sus comisarías, nido de los perros del zar. Los cadetes de las academias militares trataban de causar estragos en los manifestantes, y también rauda iba la vanguardia de la guarnición de San Petesburgo a darles su merecido. Tales acciones provocaron que nuevas tropas marchasen sobre la capital, tropas que “misteriosamente” desaparecieron, los que habían sido tratados como peones durante tanto tiempo demostraron disponer de una autonomía inusitada y dejaron el sendero despejado para que la Revolución de Febrero se abriera camino.

Mi madre durante aquellos días invernales sonrió por primera vez en mucho tiempo, lo sé por aquellos sentimientos que se percibían en las movilizaciones, aquel deseo, aquella convicción de parar la guerra derribando al gobierno que quería proseguirla. Si la guerra se detenía, tal vez habría un pequeño respiro para todos, y quizás mi padre regresaría, pero para ello había que hacer otra guerra, la guerra contra el zar y su gobierno de ineptos. Sin embargo, su sonrisa pronto se vería transformada en mueca de decepción.

sábado, 17 de octubre de 2009

La historia del monje que ascendió a la cima

En un recóndito y santo lugar, donde el tiempo parecía transcurrir con inusual parsimonia siendo rutina el rezo de los feligreses, los monjes del Convento de la Palabra se encontraron tras una noche fría y tormentosa, su reducida cosecha hecha añicos. Ante esta perspectiva, los monjes tuvieron que sacrificar las pocas ovejas que tenían para obtener suficiente carne para el invierno, que se advertía implacable ayudado de multitud de picos grises, juntos como una dentadura de bestia.

La nieve llegó mientras los religiosos rezaban al dios que habitaba en lo alto de la montaña, el cual les permitiría sobrevivir a las duras condiciones que ofrecía aquel lugar náufrago de la civilización. La carne comenzó a escasear y un monje llamado Miguel Jacobo, decidió que era hora de hacer algo, la comida debía ser racionada. Estas raciones además, debían ser compartidas y dadas a aquellos que más las necesitaban. Así Jacobo, partiendo del ejemplo, daba la mitad de su ración a la monja Pluma, que aceptó sin reparos. Algunos siguieron el ejemplo, y gracias a ello se mantuvo cierta calma en el convento.

Sin embargo, pronto los que habían decidido reducir su ración comenzaron a debilitarse, alguno cayó enfermo y palideció asemejándose a un espectro de otro mundo. Jacobo también enfermó, su habitual semblante apacible, en el que se podía vislumbrar una sonrisa, se tornó en desconcierto y miradas perdidas. A su vez, pidió con su voz hablar con sor Pluma.

- Necesito una semana con mi ración recobrada y una pizca de la tuya ¿Te importaría traérmela? –preguntó el monje
- ¡Oh! Lo siento, no queda nada para el día de hoy
- Esperaré a mañana entonces, no te preocupes

Esperó el primer día tumbado en la cama, y sólo llamaron a su celda para traerle la correspondiente ración. A ese día le siguió otro, y otro, y Jacobo tenía la impresión de que sus raciones disminuían, ¿o tal vez eran sus esperanzas que estaban siendo mordisqueadas?

Al cuarto día decidió salir con las pocas fuerzas que le quedaban, a visitar a Pluma, encontrando como en su aposento se celebraba un pequeño banquete. Esta vislumbró el rostro del enfermo, mas no hubo efecto en su semblante, sólo el silencio que se desprendió de la situación. Aquella noche Jacobo escribió una nota: “Voy a buscar al dios Palabra a la montaña. Si él nos dio vida tal y como dicen nuestros escritos, podrá conseguir alimentos para mantenernos. Sin embargo temo que esos escritos sean erróneos. El dios Palabra estará de seguro vacío si no lo comprobamos, por ello, aconsejo a todos los monjes que acompañen las palabras con los actos”

Tambaleándose, sufriendo el gélido hálito de la noche y de la nívea tierra invernal ascendió el monje casi en un delirio, aunque sin descanso. Y una vez hubo ascendido contempló desde la cima como la noche se apagaba. Al amanecer, no había dios Palabra en aquella montaña, sólo las huellas del camino recorrido tras de sí, y frente a él, los humos de un pueblecito.

- Sin ninguna duda, el dios Palabra era un cascarón sin nada en su interior, al igual que aquella monja emanaba palabras conciliadoras, etéreas, sólo apoyadas en el soporte de la creencia que nunca se concreta. Después de todo para atravesar esa barrera de proferir palabras o de inacción hay que complementar el intelecto y la divagación con resultados y con intentos, frustrados o no. De lo contrario, si no hay relación dialéctica entre estos dos, seremos siempre unos sacerdotes, unos intelectuales de salón- Reflexionó Jacobo mientras caminaba hacia el pueblo en busca de alimento.

De los monjes que permanecieron en el convento sobrevivieron pocos. Nadie de los que marchó regreso a la afilada boca gris que execraba la creencia ciega en la palabra sin acción, o el hediondo desprecio por aquellos que actúan y deciden hacer algo.

viernes, 16 de octubre de 2009

Travesía

Ahora se mueve, con paso firme, decidido, embotado en un manto de pieles, armado con una compañera que en tantos viajes le había acompañado, su arma, su defensa, la única que permanece a su lado. La blancura del paisaje es gruesa, ya no nieva, pero los rayos del astro no han conseguido disiparla, dejando un rastro de agujeros gemelos, que desciende, atravesando cuestas empinadas, laderas, y desfiladeros, sin detenerse, con ritmo constante, monótono. No debo parar –piensa- no tengo comida y esas nubes de allí, es posible que al atardecer me alcance una ventisca.

Los pasos se aceleran a medida que el Sol se alza, crece, e ilumina las bastas tierras del mundo, desde oriente, hasta occidente. Sin embargo, no siempre es bien recibido, en la nieve, Satara entrecierra los ojos, el reflejo de los refulgentes rayos es cada vez más molesto, y aunque lleve el rostro cubierto siente los rayos de Sol como dos profundos y maliciosos ojos, que se clavan en su nuca, intentando escrutar sus pensamientos. Dedica una breve mirada a los picos de las montañas más altas, blancos como una bandera de tregua, pero manchados por pequeñas motas de polvo, rocas que asoman en su superficie. Luego, mantiene la vista en el frente, no puede bajarla, pues dará con el reflejo de los incómodos y alargados dedos luminosos, pero tampoco alzarla, porque dará con el astro del que emanan.

Todo comienza a hacerse pesado, ya es mediodía y el paso se debilita por unos instantes, el hambre y el desanimo que habían caracterizado su ascenso al castillo amenazan con retornar. Pero, esta vez no, ahora tengo un objetivo, una meta, más allá de la propia supervivencia, si sigo aquí, es para luchar –piensa la figura que avanza solitaria por la cadena montañosa. Aprieta el paso, avanza con convicción, como un guerrillero lo haría por su patria, como un animal se desenvuelve en su hábitat, y sin embargo, no ha pasado tanto tiempo en ese lugar como para comportarse como tal. Árboles empiezan a vislumbrarse en la lejanía, Satara esboza una breve sonrisa y emite un gruñido de satisfacción. Fuerza el paso aún más, sus pies se resienten, dentro de las botas, pero él no presta atención a sus demandas, reta a su resistencia, tensa la cuerda, y no se detiene. La masa boscosa, comienza a tomar forma, el compacto conjunto de antes comienza a ser una agrupación de abetos y pinos individuales y más espaciados, a su vez el camino desciende, y los picos se vislumbran cada vez más lejanos.

A medida que el Sol comienza a descansar sobre el oeste, se escuchan algunos cantos de pájaros aislados, de vez en cuando varios, que provienen de la ya cercana vegetación. Satara no tarda en caminar bajo los árboles en un suelo helado, aunque con pequeños núcleos verdes o de tierra húmeda. El pueblo ya no queda muy lejos, con suerte dormiré bajo techo- se dice-. La nieve, parece retroceder, las botas empapadas comienzan a arrastrar el barro del camino que comienza a vislumbrarse, primero como un débil surco, luego, excavado en la tierra, como el cauce de un río. El sendero desciende, y con él los pasos de Satara, cuyos ojos ya distinguen en el horizonte la empalizada del pueblo y los tejados de madera de las casas. El Sol también desciende, y cuando llega frente a la entrada de la población, la luna ya reina en lo alto, aunque de vez en cuando se ausenta, ocultada por unos densos nubarrones que se mueven silenciosos por las alturas.

A ras de suelo, ese movimiento también se percibe, la capa se agita mientras los guardias miran al peculiar visitante, que sujeta con su mano izquierda la capucha mientras habla. Un austero saludo, intercambia pocas palabras con los vigilantes y prosigue su marcha. Observa la plaza del pueblo, tan sólo poblada por hojarasca y tierra que se levanta. Las casas tienen puertas y ventanas cerradas, apenas hay luz en el pueblo, ni siquiera de la posada, que también se ha aislado para prevenirse del temporal que acecha.

domingo, 11 de octubre de 2009

La chispa del 23


Escribo estas líneas a la luz de un candil, entusiasmada, sintiendo una extraña sensación en el estómago y en el pecho, una anormal inquietud. Tal vez sea por el ajetreado día de hoy, recorriendo las habituales calles frías, que sin embargo no eran tales ante nuestra presencia, las obreras de Vyborg, y todos los trabajadores que se sumaron a nuestra causa, para pedir pan a esos ladrones de la Duma y celebrar nuestro día, el Día de las Trabajadoras. ¿Cuántos éramos? no puedo decirlo a ciencia cierta, pero mis oídos aglutinaban tal cantidad de voces que parecía que la cabeza me estallaría de la emoción en cualquier instante.

Hoy el pequeño Sasha tampoco trabajó, me acompañó durante todo el día, aferrándose a mi mano, con los ojos de un búho en la nocturnidad, atento a cada movimiento de banderas, a cada palabra que descargaba su ira contra el zar, o que, simplemente, pedía pan. Es increíble ver como a los obreros de nuestro barrio, se unieron los de otros colindantes, solidarios, abnegados, dispuestos a situarse en la primera línea de nuestra manifestación, preparados para recibir las cargas de los faraones.

Cuando atravesamos la avenida Nevski, me pareció ver alguna sombra que se situaba junto a la ventana de una casa, quizás observando desde arriba como nosotros, los obreros, avanzábamos de forma decidida hacia la Duma, reverberando los cimientos de sus edificios bien montados, de sus sillones y salones bien amueblados. Sin embargo, si piensan que nos vamos a conformar con este día de manifestaciones, no nos conocen bien. Mañana, al ritmo del paso de los obreros, las calles volverán a retumbar, los sillones de los señoritos de la Nevski volverán a temblar, la Duma se volverá a ver acosada, y probablemente este estúpido zar volverá a escandalizarse y a avergonzarse de su pueblo. Quizás para comprender de una vez que no somos su pueblo, que no queremos un zar, que lo único que queremos es pan y paz.

jueves, 17 de septiembre de 2009

La obrera de Vyborg

Un día más en la fábrica, tejiendo para los soldados del frente, con mis manos cansadas y mi mente atareada en lamentos que resuenan en mi interior como alaridos. Esta odiosa guerra, que se lleva a los seres queridos lejos de aquí, que como una guillotina cercena toda comunicación existente con los que parten a defender la patria de los pérfidos tiranos. Esta, alentada por las gentes de palacio, tampoco libra al interior de su asfixiante abrazo, arrebatando el escaso tiempo libre de los trabajadores. Ya ni siquiera puedo seguir enseñando a Shasha a escribir, sólo puedo comprar las escasas raciones de pan para el niño y dormir para seguir fabricando ropa al día siguiente.

No sé cuanto más aguantaremos la situación, muchas compañeras hablan ya de la huelga, para la que no faltan motivos, y yo, sólo puedo pensar en que también los soldados deberían ponerse en huelga, poner fin a esta guerra absurda y mandar al frente a aquellos que la quieren continuar a costa de nuestros hombres. Espero que tu, mi Alexei sigas con vida, aunque las pocas noticias que llegan del frente sólo contribuyen a que mi desaliento sea mayor. A la par de este desaliento, crece en mi interior un odio que apenas puedo reprimir, cuyo día de explosión no se encuentre tal vez muy lejos, y con el, vendrán otras explosiones que con desesperación pedirán el fin de esta pesadilla.

Alexei, no se si tendrás la oportunidad de leer estos escritos, pero has de saber que tus convicciones han hecho que en Vyborg tu nombre y el de otros sea conocido, así como la solidaridad dentro del mismo es ya habitual a pesar de los míseros tiempos que atravesamos. No hay manta que no sea aprovechada, ni pan que quede sin entrar en las fauces. También te agradará saber que Shasha está ayudando en todo lo posible para mantener la familia, repartiendo periódicos todas las mañanas, para luego bufar (a pesar de que aún no es capaz de leer todas las letras) tal y como tu hacías con los titulares de esos periódicos que pretenden ser gloriosos y patrióticos.

jueves, 27 de agosto de 2009

El asesino de las balas de oro (I)


La piedra gris se batía contra el viento en la noche oscura, coronando la voluminosa colina en la que se dibujaba la silueta del castillo y sus muros. La lluvia caía solitaria y odiada como los graznidos de un cuervo, silenciosa y favorable para la casi imperceptible figura envuelta en negros ropajes que se desplazaba como un espectro ascendiendo por la colina, evitando el sendero y cobijándose en los rincones más inescrutables para cualquier ojo. Mientras alcanzaba los muros, un frío metal asomó bajo la capa, empuñado por guantes azabache. Hierro de tres garfios y cuerda que no tardó en adherirse al muro para trazar un puente entre el individuo y las alturas de piedra.

Trepó sin dificultad mas no fue posible evitar que uno de los vigilantes atisbara la figura espectral y dudoso, diera un paso al frente para cerciorarse y frotar sus ojos. Lo siguiente que hizo fue abrirlos comprimiendo los párpados hasta su límite y acto seguido tratar de emitir unas palabras, vanas, ya era demasiado tarde. La hoja de un puñal había penetrado de un modo furtivo en la nuez, acabando con el aliento del vigía, que fue sentado junto a la almena, y una vez allí, despojado del metal homicida, manando la sangre hasta teñir sus ropajes y la piedra.

El intruso continuó su sendero, volvió a tomar su gancho y desde la muralla descendió a unos jardines. Desde allí se alcanzaban a ver algunas ventanas en el castillo, de las que aún manaba luz, una luz débil, una luz tenue y arcana. El individuo siguió su camino, su antes imperceptible asentimiento comenzó a mover la capucha con brusquedad, también la capa, que aún mojada hondeaba ahora. Lanzó el gancho de nuevo, acertando en una de las almenas, bajo la cual manaba luz. Su mano izquierda se levantó tras hacerlo, y todos sus dedos también.

Se retiraron, uno a uno, cinco, cuatro, tres, dos, uno, y, finalmente, el meñique también descendió, marcando su señal de ascenso, pronto seguida de una gran explosión que destruyó el silencio de la noche. Los guardias se echaron a las almenas, a las murallas, con desconcierto y confusión, para tratar de atisbar en aquella densa oscuridad lo que había ocurrido fuera de sus murallas. Entretanto él ya había llegado a la ventana, y una vez subido sobre esta, se lanzó al interior, apoyando su mano en la piedra fría y humedeciendo la misma con el agua exterior. A su derecha, a unos metros, había un hombre anciano de barba blanca, hasta hace un momento adormecido, que observaba con impaciencia al extraño, a la izquierda una amplia biblioteca, y al fondo de la sala, una puerta de roble. Asomó una sonrisa en el rostro oculto del asesino, mientras se acercaba con la mano izquierda en alto, y con la diestra alcanzaba un trabuco de extraños ornamentos.

Una decena de minutos más tarde, el cadáver fue encontrado, con una bala de oro incrustada en el cráneo, y una nota que utilizaba los siguientes caracteres:

“Dadinrete al adot arap, alle a esodnéinu, laenarc oseuh le ne adavalcne, anutrof us. Anutrof adidnélpse al noc revádac ed aírogetac al nárdnetbo, otnorp euqrop, sedúata sus y, nóicnuf al arap semufrep sus neraperp euq, Sednarg sol, Soineg sol, Sogam sol ramall necah es euq solleuqa”

viernes, 14 de agosto de 2009

Día 31: Último día


Mochila en hombro, y la lluvia no acude a la tierra en el último día para mis pies en aquel lugar. Una pena, mas con la certeza de que nos volveremos a encontrar en otros lugares. El paso es, por tanto, firme. A pesar del pronto regreso, bajo los pies, en la carne y en la masa cerebral quedan archivadas nuevas experiencias y nuevos horizontes que serán las nuevas espadas que enfrentarán con sus afilados filos la estridente risa de la fortuna, que siempre observa, desde lo alto del risco con su traje de gala, mostrando una sonrisa de falsa amabilidad y mofa al mismo tiempo.

La semilla de la urbe del Támesis por su parte no se ha convertido en planta, pero sin embargo se han asentado sólidas raíces que podrán permitir un futuro crecimiento gracias a la composición dentro de esa semilla de savia con agua del río de la gran urbe.

Caminar bajo el manto de ella, La Húmeda y Cálida, pero eso no fue algo nuevo, siempre estuvo ahí, independiente de la fortuna traicionera, inquebrantable como una puerta de acero ante las embestidas de un ariete de madera, resurgente siempre de sus ausencias como si se tratase del pájaro de fuego que de sus cenizas volvía a reestructurarse.

El reencuentro con la vieja cultura, donde al fin se pueden palpar sus obras y construcciones, que ya estaban dibujadas en la mente, pero cuya silueta se afianza como una marca hecha con hierro candente. Y esa figura, que se tapa los ojos, tal vez para no llorar por los saqueos y muertos que vio, tal vez porque fue secuestrada de su hogar y traída a ese escaparate. Un escaparate que sin embargo es necesario ver junto a las innumerables salas, deteniéndose a cada paso, recordando sus historias y aprendiendo de las mismas.

Y ahora el regreso en el pájaro férreo que llega raudo y veloz atravesando las montañas de nube como una perforante lanza de caballería. Al descender el calor sofocante se percibe, y el sol, utiliza sus saetas cegadoras sin piedad, sin embargo, el tiempo de lluvia, al igual que el tiempo de destrucción, llegará.

sábado, 1 de agosto de 2009

Día 23: Cadena rota


Es en el proceso, a través de la derrota, como se forjan las necesarias experiencias para avanzar, a través de las heridas que nos dan la fuerza para empuñar la espada negra que nos ha de llevar a continuar el sendero. Es por ello, que con cada nueva experiencia conseguir dar un paso en la búsqueda de la búsqueda, un paso que utilizaremos a la hora de intentar alcanzar nuestro objetivo elaborando un método general de acción en continua evolución que se aplicará a las distintas situaciones específicas.

Cada experiencia conlleva también romper con la espada una cadena más que nos ata a la podredumbre del mundo, que nos sumerge en su gran vertedero y que nos trata de acostumbrar a su repugnancia. El sonido de las cadenas al romperse, y la disposición a acabar con más es un impulso hacia delante.

También llegan las preguntas acerca de cuando será cortada la cabeza de Medusa, a manos del multitudinario Perseo, y este se gire para petrificar a la columna de Trajano, dejando a la imperial construcción petrificada en el pasado, en la historia. En el terreno personal, tal vez falte poco para que pueda transformarme en un auténtico Perseo, pero, sin embargo es necesario que ese Perseo con la cabeza petrificadora se convierta en uno multitudinario y decidido. Para ello, sólo queda la paciencia y seguir cortando las propias cadenas, para poder después esperar a que la multitud corte las suyas.

Día 22: Latinoamérica

Último día para el cultivo oficial de la lengua, que se da en un parque no muy extenso pero verde, en el que se puede tomar un cómo asiento, mientras se alimenta el estómago con el kebap, que tras una charla entre uno de los hortelanos de Anatolia, se vislumbra con el estilo de la India, obviamente, otra sonrisa en evocación de los siete montes y del tronco a la deriva.

Después de la refrescante cerveza unos ejercicios con una abandonada esfera, coordinación que se conserva aún, mas resistencia dañada tal vez por la escasa alimentación, quizá por otros factores. Último día oficial más aún queda para abandonar la urbe del Támesis, tal vez no todo lo deseado, pero el necesario para llevar a cabo una retirada sin descalabros.

Cuando el sol ya desciende como un imperio en declive llega el tiempo de salir a pasear, en busca de lo latino, llegando de nuevo a Camden, peculiar lugar de diversas gentes, también distintos bares, entre los que se encuentra la taberna heavy. Llegar al local, observar esas banderas cubanas colgando del techo, rememorando en plena urbe del Támesis el grano de los imperios. En una pared, la cara del revolucionario internacionalista, inquebrantable como siempre, símbolo que a muchos inspira. Por ello, a pesar de que el lugar no ocupa el sitio de los oscuros, lo que evoca aquel ambiente, Latinoamérica maestra, es necesario descubrir e investigar, experimentar en aquel lugar en el que se respira cierta calidez fraternal.

viernes, 31 de julio de 2009

Día 21: Llama


La certificación del año se salda con unos peculiares resultados y sucesos en el día. El fin de la búsqueda para los dorados de la supervivencia, que acaba con la derrota y el probable regreso prematuro, en un combate en el que se agotaron todas las vías posibles que pudieran llevar a la subsistencia.

Por otro lado, esa breve conversación sobre el Gespenst en la que se observa con dolor como la labor de esclarecimiento no llega todavía a todas partes, y sin embargo desde los poseedores de los medios de producción, se arremete contra ese fantasma que fingieron no temer, que aseguraron que había desaparecido.

También buena música en la calle y en el pub, con personajes varios que se mueven y cantan emitiendo agradables sonidos, familiares y hogareños, que otorgan refugio durante unas horas al viajero.

A las puertas del bareto de los oscuros llegan los arrepentimientos para algunos, que no sienten como hogar tales concepciones de la vida y el mundo, que quizás gustan de lugares más refinados, tal vez con licores afeminados y humanos con ropajes más claros, que cubran la sangre y el hedor a cadáver del mundo podrido con un perfume de margaritas que embriaga al inhalarse. Finalmente, rehúsan de dar un simple paso, ensalzándome tal vez a la categoría de deidad del valor en una escala relativa, un logro harto complicado. Se sumergen en una dubitativa negación que no hace si no que el sarcasmo aflore en mi mente, reforzando la idea de que una planificación propia es preferible a una en la que existen elementos enfrentados y no hay acuerdo posible.

Unas pocas páginas más de lectura, que no evitan alguna que otra ceja arqueada al ver similitudes precisas como el pico de una gaviota cuando captura a su presa. Recordar también nuevos horizontes que hoy se desvelan, desapego y fisuras con la humanidad que parecía más cercana, tal vez la que me suscitaba un mayor interés, sin ser este recíproco y equivalente. Mientras el mundo espera con ese hedor, deseando la llegada de un fuego que lo destruya eliminando toda la escoria. Tal vez después de eso ese mundo pueda recomponerse de una forma más eficiente.

jueves, 30 de julio de 2009

Día 20: Espada


Recomposición y vuelta al riego de la semilla, que por un día había sido anulado de forma oficial, aunque sin embargo se enriqueció de otras maneras. Comida caliente y persecución de los dorados de la supervivencia sin éxito alguno, reduciéndose el plazo de acción y maniobra. La lluvia permanece hoy también, cálida como una manta, húmeda como un reconfortante baño entre las olas del océano, sin faltar nunca a la cita.

Tarde de planificación, lectura, un tiempo para volver a regar la semilla, para visionar escenas que suelen evocar pasajes de la obra de Bram Stocker. También es tiempo de comentar y hablar, en ese dédalo de información, en ese rápido mensajero, sobre tal vez el regreso, y sin embargo la resistencia a abandonar la urbe del Támesis de una forma prematura, no hasta que todas las posibilidades posibles se hayan explorado y se organice una retirada los más ordenada y eficiente dentro de las limitaciones impuestas por el contexto.

Las líneas se demoran hasta pasada la medianoche, mas sin embargo manan, quizás ahora como un río en los meses de verano, en los que su caudal disminuye, quedando en algunas ocasiones, oculto por la vegetación que hizo crecer. Sin embargo, mantener esa lluvia de palabras de forma constante, tal y como hace esta sobre mí, es algo también imprescindible, sin descuidar como es obvio, la visita de otros ríos de palabras, que no hacen sino enriquecer el propio como jugosos afluentes.

Que se escuche entonces el murmullo del río en la nocturnidad, haciendo burla de la falacia de resplandor, de los cegadores rayos que tratan de infundar las esperanzas que no pueden sostenerse, de las promesas de palabras vacías, y de los mundos que se pueden crear a partir de las mismas. Que se tome la espada que haya de eliminar todo resplandor que lejos de ayudar ciegue nuestra visión, que se tome la espada como acción y palabra en una combinación poderosa que sea capaz de derrocar a los actos sin acto.

martes, 28 de julio de 2009

Día 19: Espera


No hay descanso, cerrar los ojos y volverlos a abrir para comenzar un largo día, entre topos de hierro y carros metálicos, de eterna espera y desesperantes llamamientos que sin embargo tratan de cerrar las puertas de los dorados de supervivencia.

Primera espera y se puede observar una larga cola matutina, en la cola, un rostro que presenta unos familiares rasgos, mas se asocia con presteza su imagen a Siria y el tiempo sin saber que ha sido de ella. Continuo cambio y devenir, y como el cerebro es capaz de almacenar la experiencia que llega a la mente cuando se presiona la tecla adecuada, cuando aparece el estímulo necesario.

La segunda espera, tras una persistente lucha que arrolla las iniciales reticencias, abre sus puertas a la hora de realizar las pertinentes pruebas de selección, la labor en grupo en aquella sala repleta de extranjeros, en los que se puede observar algún pasaporte de la India, y como no, la mente evoca a los siete montes de la ciudad. Luego el test individual, acompañados de los resultados negativos, ahora, tal y como se hizo cuando el sol asomaba el rostro, cierran las puertas.

Marchar con un tercio de libro leído, una mañana y parte de la tarde de espera, con una clase de inglés y una experiencia acerca de la contratación laboral, la lucha por los dorados de la supervivencia.

El sabor amargo de la derrota, que se vuelve a degustar, impregnando con nuevas experiencias la larga lista de veces que se ha probado este menú. Probablemente el preludio para nuevas luchas y quizás nuevas derrotas de las que sacar conclusiones. También para nuevas contusiones, que probablemente conseguirán metalizar la piel para defenderse de los impactos de bala que provoca la fortuna.

lunes, 27 de julio de 2009

Día 18: Memoria


Levantarse para observar milenarios cráneos y antiguos huesos, dentro de una horda humana que avanza apelotonada y de forma desigual. Allí se observan los inmóviles restos de una anciana y extinta especie, algunas simulaciones de su comportamiento, y después las causas de su extinción. El gran meteorito que impactó sobre la tierra, levantando una nube de polvo que durante tres meses ocultó toda claridad existente, provocando grandes olas que quizás arrasaron bosques con su potencia. Probablemente se daría también la pelea por el escaso alimento, y aquellos grandes seres, sucumbieron ante la imposibilidad de saciar su hambre, quedando sobre la tierra aquellos que resistieron un mayor tiempo. Es curioso como el ser humano actualmente no necesita un meteorito para que los suyos pasen hambre y mueran con facilidad, solo un caótico y nefasto sistema de producción que provoca impredecibles resultados, incluso para aquellos que lo defienden.

También hay un hueco dedicado a este en aquel edificio, donde se puede observar la situación cerebral de cada una de las funciones y la interconexión de las mismas en un amplio circuito neuronal. Algo tan minucioso y complejo que es capaz de aprender y enriquecerse en el transcurso de los años como una esponja que toma el agua de su alrededor, pero también, capaz de no progresar y quedarse atascado, hundiéndose las neuronas en un mar de fango. La voluntad es quien toma esa decisión, acérrimo enemigo de la fortuna si bien esta no siempre se presta al combate, ofreciendo treguas a los que señala.

Ahora, siempre, mi circuito neuronal empujado por mi voluntad que maquina contra los designios de la fortuna, en un combate que es probable que se libre hasta el fin de los días, sin tregua, tal vez siquiera, sin importantes victorias, quizás ninguna, mas será un combate insistente, que lleve hasta la victoria, aunque esta parezca tornarse en imposible. Por eso, cada neurona será utilizada, cada experiencia será tratada con la debida trascendencia, para que el combate permita el desarrollo de las facultades y de la comprensión de los acontecimientos.

Día 17: Todo el mundo espera a alguien


En los parques verdes, tumbado en sus jardines verdes, se puede observar como todo el mundo espera a alguien. Aquella mujer del árbol de enfrente, se levanta, después de reposar bajo este, en busca de los brazos de su pareja. Los dos jóvenes del otro árbol y sus respectivas guitarras se sentaron esperando, encontrándose a sí mismos mientras cantaban. Esas tres chicas rubias que hacen ejercicios, y esperan mientras los realizan, esperan tal vez satisfacer a sus respectivos novios, quizás volverse aptas para encontrarlos. Yo mismo, apoyado contra el tronco del árbol de hojas triangulares es posible que también espere algo, ¿el abrazo de la lluvia, que comienza a arroparme como cálida y húmeda manta? ¿Tal vez el abrazo de una mujer más tangible? ¿O quizás sólo el fin del mundo mientras reflexiono?

De cualquier modo la lluvia es la única que actúa, compañera inseparable y apreciada, de solitaria compañía, que para llegar hasta mí es capaz de atravesar ramas y hojas, de luchar contra el viento que trata de apartarla de su trayectoria. Y mientras la lluvia actúa, lectura de versos, escritura de estos párrafos intercalándolos. La reflexión del viajero, y unos versos que quedan en la memoria:

“He andado muchos caminos,
He abierto muchas veredas,

He navegado en cien mares,

He atracado en cien riberas.”


La mente del viajero, de vagar buscando la búsqueda, de esperar sin estar quieto, es decir, esperar buscando. Así pues, cuando las calles quedan casi vacías gracias a la labor de la lluvia, y se decide no visitar ningún pub y sus cervezas, llega el tiempo de caminar en solitario hasta estar sobre el Támesis, de observar baretos que antes no se conocían, de andar caminos y abrir veredas en la urbe, de posarse sobre el río que tiene mareas, y de atracar en esta ribera.

domingo, 26 de julio de 2009

Día 16: Persistencia


Sueño escaso, molesto amanecer con sus odiosos rayos luminosos que tratan de teñir el cielo de falsas esperanzas, de un brillo ausente. Sin embargo, es un esfuerzo necesario, en el que la permanecia y la supervivencia están en juego, y por tanto no se puede dejar paso al ansiado sueño.

El topo de hierro lleva al correspondiente lugar, mas hoy no utiliza todas sus posibilidades en el interior de las cavernas en las que transita. Después de un breve periodo de confusión por el inesperado cambio de ruta, se toma la dirección adecuada y se llega al lugar para conseguir los dorados de subsistencia. Largas horas de espera sin la atención de nadie, y al tiempo llegan buscando también los dorados extranjeros de tierras lejanas, de Nigeria e India, quien sabe si este último alguna vez pisó la Ciudad de los Siete Montes o “Tara”. Aún siendo de lugares distantes entre sí, el interés es común y a pesar de la dificultad para captar el acento con el que se da la lengua del Támesis en los mismos, no transcurre demasiado tiempo desde el saludo hasta que los lazos de la defensa de unos intereses se atisban. Sin embargo, no aparecen aquellos que tienen la misión de realizar las pruebas y en consecuencia la espera se demorará algunos días, en un previsible contratiempo.

Ante la cercanía de Camden Town se aprovecha el tiempo entre sus apretadas calles, repletas de todo tipo de objetos cuyos precios oscilan como los océanos en las playas. Así pues es necesario negociar para obtener lo deseado a un precio asequible, como la fisura en una chaqueta que permite su obtención a la mitad de lo estipulado. Caminando por las calles, observando todo, navegando a la deriva por ese mar de piedra y asfalto, busco sin saber que busco, buscando la búsqueda como…un tronco a la deriva…

Vuelta al campamento y conversaciones sobre el devenir del mundo, la defensa de la destrucción del gran vertedero, que no es comprendida y es tachada de inviable, mas es sin embargo un análisis serio y sincero, una apuesta decidida y nada tímida por esta lucha.

sábado, 25 de julio de 2009

Día 15: Artillería


Despertar de nuevo, para comenzar el nuevo día con el habitual cultivo de la semilla, en el que además se capta también ciertas notas musicales que pueden ser utilizadas de manera eficiente. Pronto se acaba el riego oficial y es hora de convertirse en el proyectil de una pieza de artillería, asaltando todos los locales, buscando los dorados de la subsistencia, tomando hojas y papeles, otras veces sin obtener nada. Mas como la persistente artillería permite el paso de la infantería, al fin es posible entrar y conseguir una mayor probabilidad de obtener el logro de un medio para subsistir. También para sustentar a otros, que siguiendo la lógica del modelo económico, aplicaran su facultad de especular con palabras vacías, tales como "creación de puestos de trabajo", que en la realidad no se corresponde ya que el factor que hace posible el trabajo, el trabajador, no está presente en el emisor de esas palabras, palabras que se dan sin su correspondiente acción.

Después, los pies llevan de nuevo a la universidad, donde las palabras de la experiencia de la ocupación de VESTA cobran protagonismo, apuntando y disparando con sus palabras contra un mundo podrido y un modelo que hace tiempo que dejo ya de ser progresista, que se aferra a la desinformación, al desprestigio, y si es necesario, a la caza de brujas. Disparos, que sin embargo, sólo pueden tener la finalidad de levantar auténticas piezas de artillería y columnas de fusiles que se dispongan a eliminar con una gran explosión el mundo.

Una nueva experiencia, una nueva vivencia para archivar mientras los oídos siguen acostumbrándose a escuchar el diverso rumor de las aguas del Támesis, en un constante cambio del que se tratan de sacar conclusiones que serán completadas con posteriores experiencias, intentando aprehender todo lo que la urbe pueda transmitir a una mente que procura mantenerse abierta como un molde en el que se puede dejar huella.

viernes, 24 de julio de 2009

Día 14: Galope


El habitual y oficial riego de la semilla que se realiza a diario para después partir en busca de un segundo asalto, para aprehender los pounds, ofreciendo la fuerza del trabajo como única moneda del que nada tiene. Sin embargo, como en este día también se podía prever, la incertidumbre y las escasas probabilidades de obtenerlo vuelven a aparecer como protagonistas. A su vez, sólo es el preámbulo de un nuevo intento al siguiente día.

Una vez acabada la lucha por los necesarios dorados para sobrevivir, llega el tiempo de dedicarse a asuntos que también poseen una vital importancia. Los pies pues, se dirigen hacia la ULU, algo confusos y desorientados como minotauro en laberinto, perdido ante el dédalo de callejuelas geométricas pero desconocidas. Se llega al lugar deseado a pesar de las dificultades, que no resultan como tales y son pisoteadas por la ligereza de los pies.

Entonces es necesario abrir las puertas, e irrumpir en la sala con la semilla todavía sin frutos, que trata de captar el agua que desprenden las frondosas plantas de la estancia, desde lo alto de sus hojas, de donde el agua del Támesis cae como una cascada. Breves palabras y ahora si verdaderas dificultades para aprehender el agua del río, que se escapa como un indómito caballo de todo aquel que desea montarlo. Sin embargo la perseverancia consigue otro pequeño paso del largo sendero por recorrer, y algo de agua se toma, mas con el sabor de la negra cerveza tras la reunión, brotan incluso húmedas palabras del Támesis de la propia boca que quizás son los vestigios de que las pequeñas gotas tomadas y guardadas dentro de la semilla algún día se convertirán en un arroyo, en un río propio que permitirá la producción de frutos.

Una compañera despedida y nuevas ocupaciones para el futuro se obtienen a lo largo del día, asumidas con decisión y voluntad de adquirir la siempre necesaria experiencia de los distintos lugares. En este caso el nuevo lugar comprende a la extensa urbe atravesada por el Támesis, que con ahínco en el futuro comprenderá al mayor número de oprimidos bajo el peso de la bolsa de los que acaparan dorados, utilizando esa experiencia para aunar las sin lugar a duda superiores fuerzas de los que se hayan actualmente aplastados por la misma.

jueves, 23 de julio de 2009

Día 13: Brixton


Removerse entre las sábanas para partir presto al lugar de oficial cultivo de la lengua del Támesis, y luego, presto, corriendo en los carros de hierro en busca de una ocupación que permita el sustento, la posibilidad de que esa semilla llegue a dar algún pequeño fruto. Pocas perspectivas ofrecen en aquella atracción, y en consecuencia se complica la posibilidad de conseguir los necesarios pounds para la supervivencia, tal vez como era de esperar. Mas es tan sólo el primer asalto de una serie de encuentros que han de darse con resultados difíciles de predecir.

Después de ello camino a Brixton, ese peculiar y gran lugar, en el que en las calles se apostan los mercados baratos, y cuyas aceras son transitadas por una gran cantidad de población negra, con una actividad que supera a la del centro, por su peculiaridad y su familiaridad, y por que en vez de tener el inmóvil Palacio de Buckingham o el Big Beng, encuentras a la gente en movimiento, los mercadillos que ofrecen fruta asequible para gente que lucha por sobrevivir día a día, y ello sin duda, vuelve mas henchido el corazón que cualquier gloriosa construcción o estatua constituida por los más exquisitos materiales. Y la reunión acordada, en la que se puede ser consciente de que la semilla del Támesis todavía es semilla, que aún necesita de muchos nutrientes para comenzar a dar frutos. A pesar de contar todavía con una semilla de la que están brotando unas pequeñas raíces, es hora de tomar partido en las primeras acciones en la urbe, que sin duda retribuirá todo lo hecho con creces, dejando que el vital río alimente esa planta en potencia, que algún día quizás de sus frutos.

Volver en el topo de metal después de una económica cena, para escribir unas líneas y esperar la inminente visita a la ULU, echando en falta la compañía de las sábanas de la lluvia, que no han acompañado en los últimos tiempos con su habitual persistencia, efusiva y calmada, de acogedora y húmeda calidez. Aún hay tiempo para una conversación más con los compañeros que residen en el campamento, regando así con agua del Támesis la semilla que se estima que alguna vez otorgará sus correspondientes frutos.

miércoles, 22 de julio de 2009

Día 12: Túneles


Siguen llegando agricultores que plantan sus semillas en las aguas del Támesis mientras que yo, utilizando el topo de metal, me zambullo en las cavernas y túneles que forman una ciudad oculta a los rayos de luz, bajo la multitud de acerados y edificios de toda índole. También son utilizados los Gusanos de Hierro, que avanzan más lentos que los topos, siempre al descubierto, deslizándose entre sólidas construcciones.

Al fin se llega al lugar indicado y tras unos cuantos pasos, se puede entrar edificio, tal vez un pequeño embrión del cambio que esta por venir. Y en su interior, se aprecia representación de distintos lugares, extranjeros y nativos a la vez, en una simbiótica y eficiente contradicción. Conversaciones entretenidas, y el acuerdo de futuras conversaciones con sus correspondientes acciones al siguiente día. Vuelta a casa y entre teclas perdidas y electrónicos utensilios llegan como dardos palabras aisladas buscando dulce jugo vital, más poco queda ya de eso, en su lugar, espero otorgar sólo un desagradable veneno, al igual que la cobra hace ante el pie que la pisa de un modo inesperado y sin mostrar el verdadero motivo de su ataque al hacerlo.

Y a su vez, la conversación con aquellos que residen en lo que quizás debiera reconocer como patria, y que sin embargo no puedo hacer. Esta se torna pesada e inoportuna, ya que los dardos se han clavado en la sangre todavía fresca, donde aún permanece el recuerdo de esa hoja afilada, forjada con una leve luz arrojada por el traicionero sol y ante la sonrisa divertida de la fortuna. Y después, la predecible discusión que sugiere el regreso una vez oficialmente la semilla haya dado sus frutos, que sin embargo debe ser frontalmente rechazada, de una manera tajante y contundente, más aún después del puntual síntoma de sangre manando, que debe ser cauterizado y metalizado.

martes, 21 de julio de 2009

Día 11: Rojo


Vuelta al cultivo oficial de la semilla plantada, con los correspondientes elementos de distintos y distantes lugares. También se puede presenciar la incorporación de nuevos hortelanos del Támesis, que plantan sus semillas y comienzan a vislumbrar cierto progreso, todavía inapreciable pero seguro.

Luego volver a recorrer la ciudad, esta vez Regents Park, y mientras unos utilizan el carro férreo por dos veces, yo utilizo dos piernas para trasladarme en las últimas distancias, superando la velocidad y maniobrabilidad del pesado transporte. En los verdes suelos, al caminar, y una vez se está tumbado, se echa en falta el abrazo de la lluvia, que hoy no acude con sus caricias húmedas. Tal ausencia hace que el tiempo en el parque no se haga completo, y añadido al voraz hambre que debe ser saciada, provocan la salida del mismo.

Después, se toma el topo de hierro en otra dirección, y en su interior resuenan palabras contrarias, que tratan de ahogar a las rojas con desánimo y desprestigio de todo, mas sin utilizar datos y sólo casos aislados, que, con una inusitada casualidad se parecen a los ejemplos descalificadores de campaña electoral, tales como el pequeño fontanero John, o cierta niña que tanto dio que hablar en Iberia. Sin embargo nada de esto es capaz de emborronar como una cortina de humo, lejos de esto, afianzan la decisión de mantener el apoyo sincero a los posibles núcleos de lucha, tales como son ahora las antiguas colonias del feudal Imperio del Demonio del Mediodía. Lejos de la ruptura con todos los apoyos que el progreso en pos de la revolución está cosechando en aquellos lares, apostaré por exponer la visión que Ulianóv y otros antes y después que él defendieron, consiguiendo cambiar las cosas hasta llegar a un estado de completa revolución, sin caer en el peligroso error de la decepción frustrante que hace renegar de cualquier forma no “pura” de esa interpretación, formando un círculo del que esas mismas ideas no salen, empobreciéndose sus tácticas para extenderlas ,y las experiencias, decisivas a la hora de la aplicación práctica de un programa. Es por tanto necesario, combinar la crítica a la burocracia perniciosa con un paciente y audaz trabajo en donde las miradas y las fuerzas de los trabajadores están puestas, para convertirnos en la herramienta que nos permita acabar con este mundo, y forjar uno nuevo en el que la fortuna sea derrotada de una vez.

Por eso, es hora de que el Fantasma, Gespenst, en estos tiempos en los que las altas cúpulas tratan de hacer cajas cada vez mayores, grite otra vez, recorriendo el mundo y helando la sangre azul de los magnates.

lunes, 20 de julio de 2009

Día 10: Camino


Horas de recomposición y reflexión en el asentamiento, junto a la almohada que se presta a facilitar la tarea. Luego, las raíces de la semilla plantada llegan al campamento, en el que ya hay más individuos, y en consecuencia, mayores posibilidades de crecimiento.

Después de una copiosa comida incluida la copa de vino, es tiempo de reconocer una porción más de terreno. Algunos eran lugares cercanos que aún no tenían representación en la mente, y otros más lejanos para los que es necesario tomar el carro de hierro. En las cercanías se aprecia un semicírculo de ramas protectoras, que cubre el camino como el arco de un puente de piedra, en el que el agua es carne y hueso. En el segundo área, urbanizada con asfalto, cemento, ladrillo y multitud de elementos que pueden ser adquiridos con “libertad”, por aquel que posea los necesarios dorados para ello. Allí, el camino es más largo, más retorcido en el recorrido que se describe, unas veces avanzando hacia el norte, luego oeste, este, sur, memorizando recorridos, callejuelas, entrando en alguna tienda en la que se atisban vinilos y pósters. No se puede olvidar aquel Pizza Express, y otro local en el que también suena jazz, y que sin duda quedan grabados en la mente como en el nombre lluvia queda grabada la humedad.

Caminar de nuevo, leer mientras el carro de metal se mueve, y acabar un libro más con unas últimas frases contundentes. Sinceridad que le dan un esplendor sin parangón en la dureza de sus palabras, y también, espacio para frases que quedan en la memoria, “la vida prevalece por encima de todo”.Vladimir Ilich Ulianóv debía conocer el espíritu de lucha sin tregua contra la fortuna, a pesar de la frustración de la dificultad en el combate, contra ella y el mundo. De ahí la necesidad de destruir este mundo, la necesidad de acabar con la podredumbre de vertedero que lo inunda, con una lucha tenaz e incansable. Una lucha sagaz y flexible como apuntó el autor con esta última palabra, en la que se pueda atacar al mundo desde todos sus frentes, incluyendo desde su propio interior, abriendo las puertas de la ciudad para dejar el camino llano y permitir su fin.

sábado, 18 de julio de 2009

Día 9: En el campamento


Llegar al amanecer, en la cabeza aquel sonido del oscuro local subterráneo, para encontrar la cama. Pizza Express, ese era el nombre de aquel lugar en el que faltaban muchos asientos para alcanzar el pleno de huesos y carne, pero cuyos músicos superaban con creces a la música que sonaba en la superficie, repleta de gente ebria que confundía sonidos estridentes de melodía chirriante con sinfonías y quizás, si hubieran presenciado la música del subterráneo, la habrían tachado de aburrida.

Sin un sueño continuado llega el tiempo de ponerse en pie y caminar hasta detenerse cerca de uno de los agujeros del Topo de Hierro, y una vez allí, esperar a que el carro metálico se sitúe frente a este. Antes de marchar, un saludo conocido, con la particular efusividad y gestualidad eleven.

Vuelta al campamento para recuperar fuerzas, entonces llegan ya viejos recuerdos de antiguas líneas y vivencias, no se puede evitar una leve sonrisa, al observar como lo experimentado es la perfecta prueba del constante cambio y desarrollo al que está expuesto todo, no permaneciendo nada de la misma forma, pero sin embargo, conservando sus orígenes, sus metas. Entretanto, en la calle, el viento, con un soplo poético que da veracidad a lo dicho, zozobra a las hojas de un cercano árbol como una noche de tormenta a un modesto pesquero.

Es también tiempo de contactar, de dar algún paso adelante, de poner más fichas sobre la mesa, para preparar el día de la destrucción de este mundo en el que Fortuna ha acaparado demasiado protagonismo, mofándose de todo aquel que trataba de desafiar sus designios, y en consecuencia, sellando su propio destino, condenada a un combate sin tregua y virulento, con independencia del resultado que se dé.

viernes, 17 de julio de 2009

Día 8: Flujo y reflujo

Un día nuevo, en el que la semilla plantada parece crecer un poco más, entre conversaciones que la riegan y la nutren, organizadas en un semicírculo y alimentadas por las pintas de cerveza. También se hace apetecible el típico fish&chips, que llega al estómago acallando toda queja, asentándose en el mismo sin ningún tipo de dificultad, como un exhausto viajero que se acomoda en un sillón.

Después, un breve tiempo para caminar por las calles, ante algunas gotas de lluvia, que, cálidas como siempre acompañan y acogen al ser errante, sin tierra ni cielo, sólo camino y búsqueda de la búsqueda. Llegar a la estación y luego volver al campamento, para escribir unas rápidas líneas antes de volver a perderse de nuevo en la urbe del Támesis, una urbe por cuyos recovecos y verdes parques aún queda mucho tiempo para perderse.

Líneas, cada vez más breves, que en el reflujo tal vez preparan unos mayores párrafos en la temporalidad de constante cambio, de carente rectitud, de multitud de puntos que conforman una silueta en movimiento que arrolla y arrastra a todos los que lo componen, quieran o no, en una inevitable interrelación.

Día 7: Viaje en el Topo de Hierro


Un sueño placentero, una ducha, podar algunos pelos de la barba, cuidar de la semilla del Támesis acordando provocar un cierto florecimiento al día siguiente en el pub. Rumores sobre la gripe A, swine flu, que no hacen sino provocar una sonrisa sarcástica al pensar en la cantidad de sucesos más alarmantes que la expansión de este virus, y sin embargo como la atención ha sido dirigida hacia este en concreto.

Viaje en carros de metal y también en topos férreos, el sabor de la cerveza en Green Park, y luego en el patio de una casa, saboreando un kebap, bebiendo cerveza para apagar el picante del chili, y escuchando de fondo al hijo de Bob Marley. Las nubes grises se posan sobre el patio, pacientes, pero certeras, a la vez que el manto azabache cubre la isla. Una vez obtenida la posición de ventaja, desde las altas nubes llega de nuevo la lluvia, para encontrar mi mano. Luego, durante la vuelta, se puede sentir su abrazo, por encima de la chaqueta, como una susurrante caricia, que con la humedad fresca aúna las percepciones del frío y el calor. Un abrazo tan insistente que llega incluso a través de las compuertas del topo de hierro, colándose en el interior del mismo y creando una superficie resbaladiza y mojada que no hace sino provocar una leve sonrisa en el rostro ante el irreducible aplomo que muestra.

Luego la llegada al campamento, tras un breve paseo, observando que el tiempo de permanencia en el mismo es escaso, tal vez representado en la medra de estas líneas, que no llegan a ser demasiado extensas y cuya estructura y forma la fragua la mente en las horas de descanso y actividad, acoplándose la reflexión a cada uno de los movimientos realizados en este impredecible tablero que es la vida.

jueves, 16 de julio de 2009

Día 6: Lluvia


Necesario descanso, aunque breve, mas suficiente para ponerse en pie y continuar con el camino. Primero el ya habitual sendero que lleva hacia la semilla plantada en el interior, que día a día crece, como las gotas se acumulan en el vaso llegando incluso a desbordarlo. Las dos comidas del peculiar horario adoptado en la urbe del Támesis, se suceden, sin demasiada alegría para el estómago, pero con un efecto reponedor, de sosiego, que permite acallar cualquier rugido o lamento que pudiera producirse en este.

Después, toca viajar en el habitual medio de transporte, el férreo carro de dos plantas, que se mueve como un eslabón en una gran cadena que avanza sin demasiada fluidez y a distintos ritmos, alterada y quebrada en ocasiones por los focos carmesíes. Una vez el carro ha parado en su destino, es hora de pasear, rememorar las peculiares calles de Chinatown, mientras las nubes oscuras presagian la llegada de una pronta lluvia, esa apreciada lluvia, mal recibida por la multitud, y que sin embargo, sigue sin perder mi profundo aprecio. Junto con la luna, conforman un dúo de encantadoras damas que seducen al viajero que sabe apreciar sus formas y actos de contundente claridad, de incondicional y sincero apoyo, de placentera compañía aún si todo lo demás ha quebrado y se ha sufrido una dolorosa derrota de cuya herida aún mana sangre, incluso si siquiera la esperanza o la expectativa permanecen ya dentro de la mente.

Sin embargo, lo conocido no es satisfactorio, y el metálico carro de piel roja cumple su función al detenerse por unos instantes en Camden, antes de proseguir como corresponde a su función en la cadena de férreos transportes. Allí, aún con el húmedo perfume de la lluvia en el ambiente, se puede encontrar un espacio que evoca a la misma Venecia, y allí junto a un puente que cruza el agua, es hora de detenerse de nuevo, dar un trago a la mediocre cerveza comprada, posar el índice y el pulgar en la barba, mesándola, y detener los ojos en el río, los oídos en las conversaciones, y la mente atareada en la reflexión y la atención a lo hablado.

miércoles, 15 de julio de 2009

Día 5: Pub


La matutina y molesta luz penetra desde las cinco y media de la mañana, y se hace necesario corroborar con el móvil las escasas horas de descanso, para después tratar de reponerse hasta una hora más tardía. Tras unas horas de reposo, llega la hora de comenzar la actividad, peleando una a una las palabras de la lengua del Támesis, se obtienen las cuchillas y unos cuantos bienes más que eran requeridos para el campamento y su funcionamiento planificado.

Se llega al lugar de aprehensión de la lengua, donde se reúne la clase, disipadas todas diferencias geográficas por el fin común del dominio de la lengua. Las conversaciones se hilvanan pues en un clima de fluida diversidad, que riega la semilla plantada en las orillas del Támesis, drenando y recreando sus aguas.

Esas aguas, aquellas que pueden verse en este día, en un tramo novedoso. Unas aguas, sobrevoladas por un par de puentes y en cuya orilla hay plantada una gran noria que gira lentamente, The Eye of London, y, según dicen, desde la cumbre se puede ver la ciudad entera. Sin embargo, para este viaje es necesario pagar para ascender, como los años del purgatorio que desaparecían ante el resonar del saco de dorados. Por eso, es preferible ir al infierno, y en vez de visualizar la ciudad desde las alturas, sumergirse en sus calles, en sus edificios, en sus pubs.

Siguiendo tales caminos, era necesario cerrar el día con una pinta en un acogedor pub, con sus paredes de madera, con esos cuadros colgados de la pared, con los cómodos sillones y sus taburetes. Tras el mostrador grifos de los que manaban las distintas cervezas, apreciadas, saboreadas por sus consumidores, y detrás de los camareros, aquel estante repleto de las botellas con sus respectivos licores. A una esquina, la televisión, en la que corrían los deportistas, y en la mesa, el jugo de aquel licor de cebada y las conversaciones que manaban de los labios con facilidad después del largo paseo.

martes, 14 de julio de 2009

Día 4: El sendero de la cerveza

Amaneció con multitud apiñada tras un mostrador de madera, en lento orden, en caótica formación si es que aquella dispersión conglomerada podía llamarse de tal manera. Y la espera fue pesada como una gota asiática que constantemente, cada segundo, golpea, recordando el paso del tiempo, con la única compañía del eco proyectado. De una sala se pasa a otra de mayor tamaño, en la que un mayor número de individuos expectantes esperan para ser llamados. Sin embargo, para todos no acaba ahí, es necesario volver al colapsado mostrador en el que gota a gota, se abre paso un pequeño riachuelo que ya Heráclito, y posiblemente muchos antes de él, divisaba. Luego del mostrador, termina el trámite, hasta el próximo.

Dentro de la sala en la que se cultiva la lengua del Támesis, todos guardan y riegan una semilla, un embrión extranjero y propio, al que le dan vida con palabras, en el que comienzan ya a florecer los primeros vestigios de movilidad y crecimiento. Se habla, se discute, se ríe, se trata de comprobar la veracidad de aquellas generalidades astrológicas, en la que participa el fuego, la tierra, el aire y el agua hasta el punto en el que parece que la época de los alquimistas ha irrumpido en la sala. Aquella descripción, de dramática creatividad, la misma que dio paso a aquella llama forjada en la mente, en el corazón, en el papel, y en uno mismo provoca una irreprimible sonrisa, que si bien es carente de estimación por la disciplina, es también de ávida curiosidad por el parcial acierto. Probablemente es sólo interpretable desde pistas y experiencias similares, aún así no le arrebata el mérito de haber arrancado unas líneas de estas manos.

Después de cultivar la lengua, es hora de transitar su contexto, en consecuencia es el tiempo de que el carro de roja piel y metálica estructura parta hacia Hyde Park, lugar tan visible en el que con facilidad puede uno perderse en su verdor, escondiendo su existencia de las infinitas cámaras vigilantes y opresoras de la urbe, al menos, en apariencia. Caminando, se puede vislumbrar ese Peter Pan negro, como cubierto de alquitrán, ante el que todos se fotografían, y sin embargo no es más que algo construido de falsa felicidad en el que la ignorancia e inocencia se encumbran, desechando la experiencia y la consecuencia. Después, en los lindes, aquella figura dorada, Albert brillante rodeado de majestuosas figuras, así como los dorados son rodeados por los magnates.

La caminata llega a su fin, después de otros discurrires, con el sabor de una económica cerveza, sin faltar la inevitable discusión sobre el devenir del mundo, del ya centurión conflicto entre apoderados del globo y sus posesiones y desheredados de un futuro. La férrea defensa de tomar el fusil que dispare al mundo un nuevo horizonte, de situarse tras la barricada para buscar un destino forjado contra la voluntad de la fortuna, sin caer en el derrotismo sin combate, o en la aparente neutralidad e indiferencia ante unos y otros que se sitúa en una ficticia e inexistente torre de marfil.

domingo, 12 de julio de 2009

Día 3: Despliegue


Despertó el día con molesto sol, mas cuando la lluvia regresó trajo consigo a una orquesta en un verde parque, repleto de árboles de frondosas hojas, con sus húmedas lagunas que también presentaban esos colores. Y con el calor y bajo la protección de esa compañera lluvia, al compás de la reconfortante música, se pudo dar paso a la memoria reciente, enriqueciendo los recuerdos, ordenándolos como si se tratase de una sinfonía.

Entre cuadros de Van Gogh sonaban las campanadas, y con cada campanada, una obra de Vernet, con aquellas pinturas en que cada persona retratada buscaba con desesperación un atisbo de vida, una oportunidad para sobrevivir. De aquella desolación sin embargo emanó una alegre canción que cobró fuerza como una creciente ola, acompañada de las imágenes mentales de la multitud de calles transitadas. Como una ola, se desplomó con rapidez una vez hubo alcanzado su culmen, para que, tras la caída, el cercano Big Beng señalara las seis de la tarde.

Solemnidad de nuevo, en una armoniosa melodía, que recuerda la importancia del camino, que permite ver pasado, presente y futuro como uno, como todo, sin eliminar su carácter fragmentado y voluble. Entre canciones, alguna alusión musical a las tierras a las que pertenece el Volga, y entonces la cuestión planteada en el recuerdo reciente del Palacio de Buckingham, ¿Se convertirá algún día en el Palacio de Invierno?

Día 2: Vi Britannia


Amanece gris en la urbe del Támesis, desde la ventana entra ese aire impregnado a humedad, ese olor a mojado que envuelve al vagabundo con sus mantos, que atrapa al que busca, que se gana el desprecio de muchos junto con la lluvia que conlleva.

El cielo oscuro, que lejos de mostrar una situación borrosa o difusa, falsa, demuestra su clarividencia, su contundencia a la hora de ocultar un sol que jamás existió, una luz que jamás recibimos y que no debiera de esperarse. Y la lluvia, esa compañera que catalogan de triste y solitaria, mas siempre hace compañía al viajero que busca con un mapa sobre una carpeta, tal vez sin saber siquiera que persigue, o quizás sólo con la certeza de que ha de buscar la propia búsqueda para algún día caminar desde esta última. Las gotas impregnadas de humedad son aquellas que siempre incitan al viajero a cargar con la mochila y al que no lo es a huir de la lluvia, a recurrir a compañías ya forjadas, a usar otra alternativa que el vagabundo no tiene opción de utilizar.

El río se encoge por la mañana, queda reducido casi a un arroyo visto desde el pétreo puente desde el que habitualmente parten los piragüistas de Cambridge y Oxford. Y sin embargo crecerá alto, hasta donde la línea vegetal verde señala, en un flujo constante de idas y venidas. Entre idas y venidas se hace un camino, primero alrededor de la acogedora casa, luego desde el bullicioso y transitado Piccadilly Circus, y cerca de allí, la ciudad dentro de la ciudad, Chinatown, con letreros de ambas lenguas, extranjeros que hicieron del extranjero su patria, tal vez alguna vez vagabundos, que cansados de no encontrar, crearon el propio objeto que buscaban.

Por aquellas calles céntricas todo el mundo caminaba con un rumbo aparente, mas en aquel baile de máscaras me pregunto cuantos de ellos sabían a dónde iban, qué querían, y en última instancia, cuantos consiguieron el éxito, cuantos de ellos se engañaron para sentirse mejor, y cuantos de ellos asumieron el fracaso de haber perdido el rumbo, si es que alguna vez existió eso.

La lluvia, de nuevo, a la hora de volver en los férreos carros de dos pisos, acompañó como una hoguera en los fríos siberianos. Se dejo notar antes de subir y tras bajar de la carreta metálica, acompañando por las calles, hasta la misma puerta del lugar para reposar mi particular amasijo de huesos y carne, para despertar nuevas fuerzas que sumadas al impulso de la oscuridad y la lluvia, quizás aumenten la probabilidad de encontrar la búsqueda.

sábado, 11 de julio de 2009

Día 1: El Pájaro de hierro


Los diminutos humanos esperaban con impaciente ansia al gran Pájaro Férreo, agolpados en salas cuya amplitud quedaba reducida a la insignificancia ante tal cantidad de individuos. El Pájaro decidió esperar antes mostrarse a aquellos que lo buscaban, acrecentando la inquietud de estos, de aquellos trozos de carne que deseaban con fervor penetrar en su interior.

Y finalmente, majestuoso, elegante, de poca desmesura en cuanto a su tamaño, aterrizó el ave, posando sus patas rodantes sobre el negro suelo. Sin excepción, uno a uno, los diminutos seres fueron tomando asiento dentro de la carcasa de metal del Pájaro. Y allí permanecí yo, situado a la izquierda, cerca del corazón incansable de aquella criatura voladora, desde donde se asomaban a ver aquellas alas, rígidas y flexibles a la vez. Una vez todos hubieron ocupado su lugar correspondiente, el Pájaro, como ave fénix, retomó su vuelo para regresar a otro de sus nidos y deshacerse de los molestos y pesados pasajeros. Dejó atrás las farolas y las casas, que lucían a ambos lados del Guadalquivir como una maqueta que pudiera aplastarse con el peso del dedo índice, y pronto tal vez con menos.

Los sacos de carne y hueso no tardaron en sufrir las consecuencias del ascenso, sus débiles estructuras se resentían, expandiéndose tímpanos y demás órganos, que luego habrían de volver a su reducido espacio. A su vez, el Pájaro era bañado por una agradable acuosidad contenida en las nubes que atravesaba antes de que estas hubieran podido percibir siquiera su estela. Aquella percepción trataba de captar con ahínco a pesar de las actuales limitaciones fisiológicas de mortal humanidad, que impedían una percepción óptima. Siquiera la comida tenía el mismo efecto en aquellas alturas, condicionado el aparato digestivo por las bajas presiones, fruto de la escasa capacidad de adaptación.

Después de un tiempo de inalterable y rígido rumbo, el Pájaro sobrevoló la gran urbe bañada por el Támesis, que no se vislumbró hasta que la ducha propiciada por las nubes se disipó como resultado del raudo abandono del ave de metal. El regreso al nido era ya un hecho, mas durante un tiempo permanecieron los pequeños seres atrapados en el interior del Pájaro, ahora ya no agradados por estar en su interior, sino indignados y acalorados, luego presurosos para no perder los férreos carros que los llevarían a sus respectivos destinos.

miércoles, 8 de julio de 2009

Prisionero número dos

El día número 72 el preso rasgó de nuevo la pared, dio un pequeño brinco con sus ya escasas fuerzas para agarrarse a los barrotes de la ventana, para vislumbrar durante un breve instante el paisaje exterior, cubierto por la nieve, que reflectaba el nublado y gris cielo. Luego se sentó, cerró los ojos con parsimonia, en el rostro demacrado afloró una sonrisa amarga como si se hubiera exprimido el jugo de un limón. Conocía su destino, sabía que ocurriría, pero vivirlo se hacía tan inquietante, tan agonizante, que sólo podía expresarlo con una sonrisa, con el silencio, y a veces con una carcajada que si era oída por los carceleros iba acompañada de algún comentario acerca de su nivel de cordura. Miró su puño izquierdo cerrado y lo alzó estudiándolo como si se tratase de algún famoso cuadro. Era escuálido con arterias que adheridas al hueso, sobresalían y se ocultaban, rebosantes de vida y carentes de ella al mismo tiempo.

Veamos si puedes golpear a la fortuna una vez más- murmuró el prisionero número 2 antes de bajar el brazo y frotar sus manos exhalando en las mismas el humeante y tembloroso aliento. Se puso en pie tras esto, apoyándose en la pared de granito, luego la miró, hizo una leve reverencia, y rasgó las costras de su brazo con la piedra hasta que la sangre manó con parsimonia como el río de lava de un volcán. Colocó el dedo en la vital pintura y extendió la sangre a la frente y el cuello. Una vez hecho esto, corrió gritando hasta los barrotes y dio varios golpes, para luego tirarse a suelo, sin dejar un respiro al silencio que un minuto antes había envuelto la prisión.

El guardia se acercó y abrió la puerta malhumorado, pateando al cuerpo que se removía en el suelo, mas pronto vio como los dos brazos de cadáver tiraban con fuerza de sus piernas hasta hacerlo caer, y acto seguido un puño en la mandíbula, luego el sonido de un disparo, y la noche eterna que dejó paralizada la mirada del mismo. El reo se levantó con prisa, tomando las llaves y ofreciéndoselas al compañero de la celda contigua. No tardó en escucharse la voz de alarma, y el sonido de las celdas abriéndose, posteriores disparos y gritos de dolor. El reguero de cadáveres en los pasillos y escaleras no evitó que los prisioneros acorralaran rápidamente a los guardias, y tras esto decidieran emprender la apresurada huida, la huida a los hostiles campos blancos, enemigo implacable del que los pisan, tanto del explorador experimentado como del novato caminante, o del vagabundo sin rumbo.

Aquel que había iniciado el incidente se encontraba ya fuera, con una herida de bala en el muslo y bañado tanto en sangre propia como ajena. No tardó en ponerse en marcha con el resto de supervivientes, sin apenas poder seguir el ritmo de los mismos, y en su cabeza ya escuchaba el sonido de los camiones, de las balas, de la masacre. Miró la pistola que había arrebatado al guardia, ya sólo quedaban dos disparos para un último reto con la fortuna, para crear una última molestia. Seis horas después yacía sobre la nieve, tornando la nieve de su alrededor en roja y su cuerpo en blanco. En un último esfuerzo apuntó a las grises alturas con el arma, y descargó sobre él sus últimas frustraciones, su último aliento.

Horizonte


El horizonte es algo que jamás ha podido vislumbrarse de manera nítida, pese a todos los maquillajes y perfumes de muerto con los que se le ha barnizado. Siendo así, algunos se agarraron al pasado, tratando de regresarlo a sus vidas, de reanimarlo, de extraerlo y replicarlo. Otros, se aferraron a sus vivencias, al aquí y ahora, olvidando todo lo demás, el fin, el objetivo, el propio sentido de la acción, la intención transformadora de toda interacción. Hubo parte de los que siguieron esta senda que consiguieron una vacía felicidad, una carcasa de oro que guardaba un interior deteriorado, como muebles carcomidos por la humedad y los insectos. Los que siguieron con la vista puesta en el horizonte pese a su imagen borrosa y difuminada, les esperó el dolor, el dolor que descubrir que el camino no esta siempre asfaltado de la manera que deseamos, ni adaptado a nuestro cansancio o ganas de correr.

La comprensión dolorosa sin embargo planteó la posibilidad de la tragedia, el desgarramiento del corazón y la piel de uno mismo, en lugar de la obtención de una leve brisa acompasada con los latidos del corazón, y una luz, que lejos de abrasar la piel, la acaricia con agradable parsimonia. Pero también planteó lo inevitable del horizonte, que siempre permanece ahí, cambiando, llegando hasta nosotros y convirtiéndose en algo presente y pasado, dejando al nuevo horizonte novedosas características. Y por ello esa necesidad de no apartar nunca la vista, pese a que nada indique una mejoría en la lejanía, porque en las manos de la propia voluntad está el intento de continuar el camino, de no quedar sepultados por una avalancha de piedras grises, deseosas de tornarse en rojas. No hay alternativa pues para los que no apartaron su vista del horizonte, sólo la de continuar hacia delante hasta encontrar el horizonte, y una vez alcanzado ese viejo horizonte, caminar sin descanso hasta el siguiente y el resto de horizontes que seguirán a este. Por tanto, este sendero, esta elección, no es algo que otorgue la certeza de la felicidad o del éxito, sino la cruda determinación de llegar hasta el fin de las cosas, el intento transformador a partir del intento de comprensión de los mecanismos de funcionamiento del mundo, aunque sea sólo por el interés en la destrucción de los mismos, tal vez el objetivo final de este camino, adaptado a cada circunstancia y persona que lo ha tomado.

martes, 7 de julio de 2009

"Tic tac" hace el reloj


Lo mejor sería ir a por el destornillador-pensé. “Tic tac” era lo único que resonaba en mi cabeza, el constante zumbido de aquel reloj que nunca cesaba, que fluía como un río, pero sin crecidas ni sequías. Fui entonces a por el destornillador, e intente sustituir aquel monótono “tic tac” por uno anterior, más gozoso, en el que tal vez (ya no recuerdo), no estaba delante del contador. Cual fue mi sorpresa, o tal vez no tanta, que me quede absorto intentando volver a aquellos segundos, y cuando regresé al mundo, inevitablemente, había pasado toda una vida.

domingo, 5 de julio de 2009

Viaje

Mientras tanto Satara daba vueltas en su celda, paseando sin descanso de un lado a otro con los puños apretados y la mirada en el suelo. Sus gestos eran acelerados y bruscos, su respiración, agitada. De repente propinó un duro golpe al granito de la pared con el puño, que se detuvo en seco sin provocar si quiera un rasguño en la pétrea prisión. Retiró con lentitud el puño para luego abrir la mano, descubriendo las yemas de los dedos teñidas en un color azabache. Trató de limpiar el oscuro color en su brazo, menos sucio, mas pronto descubrió que aquella superficie era áspera y escamosa, que se había adherido como una capa de piel. Ha empezado de nuevo- reflexionó para sí en un susurro.

Durante los dos días que permanecieron estacionados en la ciudad costera Satara apenas se movió, exceptuando la hora de la comida, compuesta de un solitario plato que sistemáticamente era engullido, del cubo de excrementos, y en ocasiones el tiempo en el que Sigfrid pasaba a realizar preguntas en las que casi siempre sólo levantaba la mirada guardando silencio, con unos ojos que en la oscuridad parecían encenderse en un tono rojizo, como las brasas crepitantes de una hoguera mal apagada. En aquel par de días, cuando la estrecha ventana filtraba la luz rauda que se adhería a las baldosas de granito, se observaba como el dorso de la mano comenzaba a perder su color natural, obteniendo a cambio aquel oscuro recubrimiento que como un miembro gangrenado y sin amputar ganaba terreno en su cuerpo.

El día de la partida llegó al fin, y la tripulación embarcó en un gran galeón, la Lumière. El prisionero, escoltado por cuatro guardias y reducido por cadenas en pies y manos, detuvo su mirada en el castillo de popa, donde se observaba un cuidado trabajo de carpintería, con volutas en la baranda. Luego, antes de ser enviado a la bodega, pudo ver los cuatro grandes palos que se encargarían de recoger el viento y llevarlo a su destino, y también vislumbró aquella odiada bandera, ese resplandeciente sol icono de la deidad, ese símbolo que había jurado representar primero y luego destruir, no sólo lo que representaba ese símbolo, sino a quienes lo controlaban y le daban forma, aquellos que en un tiempo fueron sus compañeros, tiempos en los que su inocencia y su esperanza se cristalizaron, y fueron desterradas y olvidadas. Como inmediata reacción sus puños se cerraron, mientras lo introducían en las sombras de la bodega, encerrándolo en la correspondiente jaula. Abandonaron el puerto escoltados por otros dos galeones de menor tamaño, entrando en un mar manso y con leves ondulaciones, que con la ayuda del viento soplando a favor eran traspasadas por el bulbo de proa. Sigfrid permanecía atento al avance de los barcos que se adentraban en la inmensidad del horizonte, dejando un rastro de espuma blanca que se dispersaba y desaparecía tras la embarcación. Después dio algún paseo, y finalmente subió al castillo de popa, charlando con el timonel, un hombre sin apenas dientes, de tez morena y rudas palabras. Mientras tanto en la jaula de la bodega, el prisionero permanecía en silencio, sentado, escuchando el crujir de los maderos, con su oído apoyado en la húmeda y áspera superficie del barco, tratando tal vez de escuchar el nítido sonido de las olas, el sonido del otro lado.

Satara, el azote de los dioses. Extracto del capítulo II.

sábado, 4 de julio de 2009

Una breve historia de las Guerras de Insurgencia

Sentado en una férrea silla, dispongo el fusil, lo limpio con un trapo, reviso el cargador sin demasiado ánimo, limpio la pólvora que hay en su interior, y me pregunto cuantas balas se habrán disparado desde el arma tras la última limpieza. AOC 107, han pasado muchos modelos por mis manos, pero durante los últimos cuatro años apenas he visto otra cosa que estos rifles, de retroceso mínimo y alta efectividad. Se estrenaron con las Guerras de Insurgencia, en las incursiones sobre Líbano e Irán, revelándose como el arma de cadencia rápida más versátil y con el mayor porcentaje de blanco por disparo de la historia. Utilizados por las fuerzas de la ONU y enfrentados a esos patéticos AK, una sutil mejora del arcaico modelo soviético en manos de las superadas milicias árabes. Avanzaron raudos los fusiles de la ONU, aniquilaron al enemigo, ni uno quedó con vida, y los que lo hicieron murieron poco después bajo las leyes de la bandera de las cincuenta estrellas y su ostentoso ejército, que componía más de la mitad de las tropas enviadas por las Naciones Unidas.

Mientras andaba yo en tales cavilaciones llegó Johnson, uno de los tipos duros que le gustan al Ejército de los Estados Unidos, propietario del fusil y de mi vida desde hace diez años. Como era habitual reclamó su arma en un tono desdeñoso y hostil, y yo se la entregué sin vacilar, esperando su reacción, temeroso de recibir alguna reprimenda física por alguna nimiez. Efectivamente, no tardó en proferir unas cuantas palabras, rutinarias e hirientes: - ¡Mexicano de mierda, en tu país pudriéndote te tenías que haber quedado!

A eso le siguió una patada que me alcanzó en el pecho, y que me llevó hacia el suelo junto con la silla. Me mordí la lengua al caer, y notaba como la sangre se mezclaba con la saliva. Pero con rapidez, y sin prestar atención al agudo dolor que se gestaba dentro de mis fauces, corrí a arrodillarme bajo las botas del soldado. Luego posé mis mestizas manos en las botas del soldado. Este, con ambas manos, me obligo a besar su sucio calzado, y yo, sin otra opción lo hice, dejando en la bota una marca carmesí. Luego alcé la vista hasta sus pantalones, de distintas tonalidades de gris, y con un gran machete atado a su pierna derecha. Atisbó mi osadía entonces, había levantado la cabeza más de lo estipulado, y en consecuencia él me escupió alcanzándome en la frente. Sin embargo, yo levanté la mirada y vislumbre esa sonrisa que me recordaba a Francisco, un matón del colegio que acostumbraba a humillar a todo aquel que no se dignaba a reír y aplaudir sus acciones.

Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre su pierna rodando, y agarrando el arma blanca en el acto. La sonrisa de Johnson mutó en una mueca que dejaba al descubierto sus dientes, en una expresión de furia y sorpresa. Antes de que pudiera maldecir de nuevo, tomé impulso con ambas piernas, saltando con el machete agarrado con ambas manos. No tardó en caer al suelo, y yo sobre él, agarrando aún el machete, mientras su boca exhalaba un último suspiro, y de su nuez, atravesada por la hoja de metal, comenzaban a brotar finos hilos de sangre, que se convertirían en torrentes cuando retirase el arma que hizo posible la rebeldía.

Ahora estoy aquí, escribiendo mis últimas palabras, esperando a que alguno de sus compañeros aficionados a la caza de humanos llegue aquí, observe mi crimen, y decida castigarme con una ráfaga de balas de su fusil, que probablemente habrá limpiado otro esclavo. Así pues como testamento sólo dejo unas palabras de reflexión: ¿Realmente fue criminal afrontar el abuso, y en consecuencia reunir el valor para enfrentarme