sábado, 11 de julio de 2009

Día 1: El Pájaro de hierro


Los diminutos humanos esperaban con impaciente ansia al gran Pájaro Férreo, agolpados en salas cuya amplitud quedaba reducida a la insignificancia ante tal cantidad de individuos. El Pájaro decidió esperar antes mostrarse a aquellos que lo buscaban, acrecentando la inquietud de estos, de aquellos trozos de carne que deseaban con fervor penetrar en su interior.

Y finalmente, majestuoso, elegante, de poca desmesura en cuanto a su tamaño, aterrizó el ave, posando sus patas rodantes sobre el negro suelo. Sin excepción, uno a uno, los diminutos seres fueron tomando asiento dentro de la carcasa de metal del Pájaro. Y allí permanecí yo, situado a la izquierda, cerca del corazón incansable de aquella criatura voladora, desde donde se asomaban a ver aquellas alas, rígidas y flexibles a la vez. Una vez todos hubieron ocupado su lugar correspondiente, el Pájaro, como ave fénix, retomó su vuelo para regresar a otro de sus nidos y deshacerse de los molestos y pesados pasajeros. Dejó atrás las farolas y las casas, que lucían a ambos lados del Guadalquivir como una maqueta que pudiera aplastarse con el peso del dedo índice, y pronto tal vez con menos.

Los sacos de carne y hueso no tardaron en sufrir las consecuencias del ascenso, sus débiles estructuras se resentían, expandiéndose tímpanos y demás órganos, que luego habrían de volver a su reducido espacio. A su vez, el Pájaro era bañado por una agradable acuosidad contenida en las nubes que atravesaba antes de que estas hubieran podido percibir siquiera su estela. Aquella percepción trataba de captar con ahínco a pesar de las actuales limitaciones fisiológicas de mortal humanidad, que impedían una percepción óptima. Siquiera la comida tenía el mismo efecto en aquellas alturas, condicionado el aparato digestivo por las bajas presiones, fruto de la escasa capacidad de adaptación.

Después de un tiempo de inalterable y rígido rumbo, el Pájaro sobrevoló la gran urbe bañada por el Támesis, que no se vislumbró hasta que la ducha propiciada por las nubes se disipó como resultado del raudo abandono del ave de metal. El regreso al nido era ya un hecho, mas durante un tiempo permanecieron los pequeños seres atrapados en el interior del Pájaro, ahora ya no agradados por estar en su interior, sino indignados y acalorados, luego presurosos para no perder los férreos carros que los llevarían a sus respectivos destinos.

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