lunes, 9 de agosto de 2010

Héroes

Nos dicen que el rey, ese gran demócrata, salvó a la nación. Nos enseñan que la selección, es el héroe nacional, y que en eso no hay que entrar en disputa fraccional. Nos inculcan la admiración al superior, el respeto a sus responsabilidades que sólo su mente privilegiada puede hacer frente. Qué decir del emprendedor, lumbreras, modelo a seguir, pero sólo para los que lo puedan seguir. Y sin embargo, los problemas para sobrevivir, se excluyen de su gran gesta. Pero es una excepción, los héroes con problemas sólo salen en los libros, en la realidad, estos héroes no han de ser perturbados, ¿por qué?, son héroes, inmaculados, estatuas, baluartes, ¿de quién?…

Hablemos de los otros héroes, esos que no llevan el título colgado, esos que no son como estatuas de mármol. Del jornalero que cuenta las peonadas para pagar la luz. El joven trabajador de la informática, que ni alcanza los mil euros mensuales. El de los astilleros, que tiene que dejar de trabajar, después de dos mil cursos, le dicen: algún día te recolocaremos. ¿Qué hay del trabajador cincuentón, dejado de lado? ¿Y de los cuatro millones de parados? El inmigrante ilegal, que en el mar encuentra más peligros que en las aventuras de Ulises, para llegar a tierra y ser menospreciado por los héroes de mármol, de papel y maletín. Todos ellos, viven, sobreviven, día a día, sorteando problemas que quebrarían el cráneo de un dios. Son muchos, pero ni rastro de un halago, ni placas, ni estatuas, estudios, los justos, y no hablemos de decir que son héroes.

domingo, 23 de mayo de 2010

El Monstruo (III)

De nuevo, la calma volvió a la tripulación, y las horas de viaje frente al mar. Poco a poco pequeñas motas marrones y grises aparecían en el paisaje, islotes, por lo general no muy amplios, deshabitados por su pequeñez muchos de ellos. Y al fin, la tierra firme, hacia la que avanzaron, y sobre la cual se posó “El Monstruo”. Bajaron y pusieron a funcionar sus aparatos en la playa. Pereira hablaba con vigor y emoción desde el móvil, exclamaba en aire victorioso, hasta que al fin colgó. Rostilav preguntó si ya había avisado, y este indicó que había que dirigirse al muelle. De nuevo la mole de metal se alzó, esta vez para un viaje más corto. En el muelle esperaban un centenar de soldados, a los que se sumaban los que observaban desde los barcos allí amarrados. Descendieron bajo la mirada atenta de los soldados, que apretaron de forma efusiva sus manos y los abrazaban una vez estaban abajo. Los llevaron al interior de uno de los almacenes. Esperaba allí una veintena de personas que saludaron a Pereira en griego. Todos se sentaron, y Pereira habló con ellos, mientras que el resto escuchaba con atención, mas su rostro reflejaba que oían sin poder captar el significado de las palabras. Después de conversar durante unos minutos, Pereira se dirigió al resto del grupo:

-Camaradas, el ekranoplano se quedará en Atenas para ser reparado y armado, por nuestra parte, tenemos dos opciones, quedarnos aquí y esperar a tenerlo listo o emprender una marcha hacia el norte para unirnos a las milicias.

- ¿Y cuánto tardara ese cacharro en estar listo?- Preguntó Martí.

Pereira preguntó a uno de los griegos, que llevaba una gorra roja, y luego lo transmitió: -Unos meses, depende de las líneas de suministros y del tiempo que se tarde en encontrar y transportar los materiales.

-¡Meses! ¡Creo que hay tiempo de sobra para llenar de plomo a esa panda de buitres!- Comentó Rostilav.

-Sí, nada como ejercitar la puntería con esos tipos –Añadió Frida.

Se sucedieron las afirmaciones del resto del grupo y después Pereira comunicó a los griegos su decisión. Abandonaron la ciudad en un autobús, y allí dieron con más milicianos de lengua hispana.

jueves, 18 de marzo de 2010

El Monstruo (II)

La mole de metal se alzó y viró hacia la izquierda a una velocidad vertiginosa, no podía permitirse un alto en el camino en territorio hostil. Una fuerte sacudida arrojó al suelo a Martí y a Pereira, que permanecían en pie, agarrados a la silla situada frente a los controles. La nave abandonó el caudal del río con dificultad e inmediatamente encontró varios vehículos que se cruzaban en su camino. No obstante, la tendencia ascendente que se había fijado desde la cabina evitó un choque directo con estos, aunque, probablemente, tras de sí dejó alguno de los coches con daños producidos por las piedras que el aparato había levantado. Una vez sorteado el inoportuno obstáculo, los tripulantes respiraron aliviados y los que aún permanecían en el suelo se pudieron levantar, a la vez que “El Monstruo” volvía al cauce, ahora más cercano a la orilla ante la posibilidad de cruzarse con nuevos puentes.

Tras un tiempo siguiendo el río, este quedó atrás, ya que tomaba rumbo a las montañas. El grupo avanzó por la superficie a una velocidad menor a la que mantenía en el río, ya que el terreno no era uniforme ni llano y era necesario evitar en ocasiones superficies pedregosas o muy abruptas. “El Monstruo” se comportaba de una forma que infundía poca seguridad al grupo en la tierra, y todo el equipo permanecía atento en la cabina de control, vigilando cualquier anomalía.

Unas horas de viaje más bastaron para dar con el Mar Negro, y los suspiros y algunas expresiones de júbilo por parte de Rostilav, Mamadou y Frida no se hicieron esperar. Las aguas estaban calmas y la máquina se desplazaba rápidamente. Apenas se divisaban embarcaciones, sin embargo, esto era interpretado por los tripulantes con cautela, si cabe con temor. Que no estén aquí, puede significar que la marina nos espere reforzada en otro punto –Sentenció Pereira en un pulido castellano.

Mientras avanzaban por el mar, Rostilav abandonó los mandos y paseó por las arterias de “El Monstruo”, admirando aquella obra técnica, deleitándose en sus pasillos. Soplaban nuevos tiempos, la destrucción del viejo y decrépito mundo estaba un paso más cerca, y con ello la destrucción del viejo hombre, la destrucción de uno mismo y la transformación en algo nuevo, diferente, fresco, libre de la lepra de la amargura que tantas canas le había causado –reflexionaba, a trozos murmurando, mientras caminaba con ojos curiosos. Posó la mano en el metal frío, le pareció sentir la respiración de “El Monstruo”, su corazón de fuego que de nuevo había comenzado a latir, y con fuerza. Unos pasos interrumpieron la concentración de Rostilav, Frida también había decidido contemplar con mayor detalle el coloso de metal. Con su usual acento mesoamericano inquirió acerca de las pesquisas de su compañero, que se limitó a halagar la técnica que poseía el vehículo, y las posibilidades de avance que se abrían de continuar la mejora y perfeccionamiento de características.

El cielo se tornaba ya en anaranjado mientras la rauda sombra galopaba sobre el agua salada, desplazándola y acabando con su quietud durante unos instantes. Frente a la sombra, se dibujaba un grupo de siluetas grandes, apelotonadas como un muro, que formaban bloqueando su camino.

Los buques cobraban forma a medida que “El Monstruo” se acercaba, y desde la cabina, donde ahora estaban reunidos todos, se observaban dos acorazados que apuntaban con los cañones, así como volaban sobre ellos un par de helicópteros amenazadores. La tripulación al unísono, asintió, como ante una enérgica decisión. El desplazamiento era constante, y pronto comenzaron a zumbar desde el fondo los cañones, como fuegos de artificio que despedían al sol. Quedaron los proyectiles tras su veloz adversario que ganaba terreno antes de que estos pudieran recalcular su posición. Asombrados, desde el acorazado miraban como “El Monstruo” parecía no detenerse sin importar si por el camino topaba con el acorazado y se hundía con el en fondo del mar.

De forma inesperada, en los últimos segundos, el aparato despegó unos metros del suelo y traspasó el acorazado, llevándose en el acto parte del puente de mando. Desde los helicópteros, ametrallaban en vano la mole de metal, que los dejo atrás rápidamente. Desde la lejanía, los helicópteros trataban de ganar terreno y disparaban sin éxito.

domingo, 14 de marzo de 2010

El Monstruo (I)

Rostilav fumaba, y su mano derecha se deslizaba por su cabello castaño, que ya se tornaba en gris. Después de infinidad de viajes había llegado hasta “El Monstruo”, y ahora permanecía allí, reflexivo e inquieto ante el mundo nuevo que divisaban sus ojos. Posado sobre su piel, esperaba, miraba los dos camiones parados y a sus compañeros de viaje. Estos, observaban impresionados la mole y se acercaron a palparlo. Pronto bajó de la mansa pero férrea piel de “El Monstruo” y comenzó el trabajo. Era necesario que la bestia de hierro se llenase de combustible antes de poder salir de allí, así como reparar lo imprescindible para despertarla y romper la quietud que la había mantenido inmóvil durante largas décadas.

Mamadou  y Pereira sacaron el combustible de los camiones y empezaron a llenar el depósito. El resto del equipo, inspeccionaba el interior, deslizándose con una familiaridad que era contrariada por la curiosidad y emoción. Frida halló desperfectos provocados por el paso del tiempo y fue necesario un tiempo para rehabilitar los pasillos, desempolvar los mandos y preparar todo para la apresurada marcha. Rostilav caminaba impaciente, sus botas hacían retumbar continuamente la superficie metálica de los  estrechos pasillos del aparato, era necesario darse prisa, de lo contrario…En esas cavilaciones andaba este cuando desde el walkie Mamadou informó de que se acercaban vehículos al lugar.

Raudos, acabaron Pereira y Mamadou de llenar el depósito e inmediatamente pasaron a estar bajo la piel protectora de la mole. Rostilav ocupó los mandos junto a Frida y Martí y arrancó los motores. Vibró “El Monstruo” mientras los corazones de los tripulantes respiraban junto a la maquinaria, y los lejanos todoterreno que habían divisado desde el exterior ya estaban a poco más de mil metros de su objetivo. Sin embargo, de poco sirvió la velocidad de los vehículos, la bestia había despertado, y con el rugir de sus motores, bajo él se levantó una nube de polvo, como un viejo mueble cuando, tras mucho tiempo sin darle uso, es limpiado por una ráfaga de viento. Después de su impactante levitación, se desplazó rumbo al agua, primero, con la lentitud de un niño que camina por primera vez, luego, con la velocidad de un experimentado atleta.

Atrás quedaba la tierra y los perseguidores, mas ahora el problema era abandonar el Mar Caspio y poder llegar al Mar Negro. La incertidumbre dominaba toda la cabina de mando, y durante unos minutos, reinó un incómodo silencio.

-Es hora de probar este cacharro en tierra, me temo que no será sencillo, pero es nuestra única oportunidad para llegar a Atenas –Se pronunció finalmente Rostilav.

-Adelante pues, no tenemos más opción que atravesar por las llanuras, aprovechando el mayor trecho posible del río Kuma- Añadió Frida.

Continuaron precisando la ruta a tomar realizando indicaciones en un mapa, tratando de evitar las poblaciones y grandes urbes para llamar lo menos posible la atención. A medida que se acercaban a la desembocadura del Kuma, se divisaban pequeñas embarcaciones de pescadores, probablemente jóvenes, que no habían visto jamás a “El Monstruo” en movimiento.

Mientras se acercaban a la desembocadura del río y avanzaban en línea recta, Rostilav sacó una moneda pequeña de su chaqueta negra, murmurando algo imperceptible. Inmediatamente hizo lo mismo con una un poco más grande, y luego con una pequeña placa metálica con inscripciones y un dibujo. Esbozó una sonrisa amarga después de mirar los objetos durante unos instantes, y cuando iba a guardarlos Frida preguntó acerca de ellos. Contestó el piloto que eran recuerdos de viejos tiempos, cuando los pelos grises no habían asomado aún en su cabellera. Reflexionó también acerca de sus pensamientos en aquel entonces, sus esperanzas en mantener los lazos con aquellos que le preocupaban. Había llovido tanto, y la lluvia se había llevado tantas cosas, que lo único que quedaba de entonces era casi de forma exclusiva su vida y aquella “R”, para la que había trabajado durante tanto tiempo y con tanto empeño. A la par de la conversación, parte del grupo abandonó la cabina para estudiar más en profundidad la anatomía y el interior de “El Monstruo”.

La desembocadura del río estaba cerca, y la atención sobre los mandos volvió a ocupar a la tripulación, que tras una breve distensión se volvía a la tirantez y nerviosismo del peligro. Las manos del piloto estaban inquietas, se movían haciendo virar al aparato que se encaraba para penetrar en el cauce. A la vez, el aparato se separaba del suelo algo más de un metro, reverberando  con de forma violenta. Veloz y raudo, “El Monstruo” penetró por la desembocadura del Kuma sacudiéndose apenas unos segundos para después deslizarse con total comodidad por el caudal.

No obstante, la tranquilidad precedió a un peligro mayor, ya que no tardó en aparecer frente a este un sólido puente que se erguía como un muro en la trayectoria del aparato.

lunes, 1 de marzo de 2010

¿Dónde estoy?

El cielo gris,
los árboles verdes,
la tierra marrón
                                   ¿Y yo?

Casas dispersas,
montes boscosos,
asfalto,
                                  ¿Y yo?

Vías férreas,
paisaje cambiante,
malditas iglesias,
                                 Ausente.

sábado, 20 de febrero de 2010

La victoria de febrero (parte I)

Han sido tres días sin poder escribir una sola línea, tres días de actividad, tres días en los que hemos quemado un viejo edificio, en los que hemos roto sus cimientos para dejar atrás ese viejo y decrépito hogar. Hemos dejado atrás el antiguo caserón del zarismo para echar a caminar hacia un mundo distinto, nuevo, que podremos edificar con nuestras manos y disfrutar con nuestros sentidos.

Durante el día 26, los sonidos de ametralladora eran una constante en las calles, por ello tuve que dejar a Shasha cerrado en casa, con los hijos de un par de compañeras de la fábrica. Todas juntas, acudimos cerca de la casa de Kajurov, donde habitualmente solían concentrarse los obreros antes de las movilizaciones. Estaba repleto, y se hablaba en un tono de voz elevado. En ese momento, Kajurov explicaba las labores a realizar en las jornadas de huelga, que ya se había convertido en insurrección, y la necesidad de golpear al zarismo antes de que  tomara las riendas de la situación. Después hablaron los trabajadores de la fábrica Putilov, que explicaban que las guarniciones se pondrían de nuestro lado si realizábamos una labor de agitación sistemática, que era necesario que nos otorgaran armas para defendernos de los junkers y faraones. Estos fueron acogidos con euforia y gritos de abajo el zar y la zarina.

Pronto estábamos atravesando el Neva, sorteando los controles de soldados que aparecían por doquier, y enseguida, el grito de Putilov: -¡Arriba! ¡Nos apuntan desde el puente! ¡Dispersaos!

Empezamos a correr tratando de sortear el río y desde las alturas comenzaron a disparar.  Las balas silbaban a nuestra espalda y realizaban pequeños boquetes en el hielo, algunas, no se conformaron con realizarlos en la piel blanca del río y tuvimos que ver a un par de compañeros que en la huida pasaron a conformar oscuros granos en el hielo blanco. En pequeños grupos, nos recompusimos en la otra orilla, y cuando llegamos a ser unas cuantas decenas se acercó una agrupación de soldados armados. Sin embargo no apuntaron con las armas y avanzaron de forma pacífica hasta nosotros. Allí, su cabecilla, Mijail, se presentó y nos ofreció protección. Nos explicó que el General Jabalov tenía previsto reprimir las acciones ante el cariz que habían tomado los acontecimientos, pero que ellos se negaban a obedecer más órdenes de los oficiales. Ellos estaban con sus compañeros de penuria y no con los oficiales de látigo que vivían separados de la tropa y poseían ilimitados poderes sobre ellos.

Avanzamos seguros, sorteando con facilidad los controles gracias a la orientación de los soldados. Llegamos a Kazán, donde la gente comenzaba a concentrarse y los oradores hablaban pidiendo el derrocamiento del zar y el fin de la guerra. De vez en cuando se acercaban algunos soldados, algunos permanecían, otros se marchaban. La situación se volvió tensa cuando un regimiento de soldados mandados por un oficial trató de desalojarnos de allí. Se disparó varias veces al aire, y los estruendos de las armas fueron seguidos de gritos, de los manifestantes, las balas en el aire ya no eran efectivas. Las armas se bajaron, los artilugios dispararon, segaron vidas, dejaron heridos en el suelo. Todos corrimos por las calles desperdigados. Sin embargo, recuerdo como todos los compañeros que me habían acompañado en la carrera, apretábamos los dientes, haciéndolos castañear, aún escondidos de los disparos y los soldados hostiles.

Unos minutos después, nos reorganizamos, furiosos, y fuimos en busca del resto de camaradas, encontrando a Kajurov y a algunos obreros de la fábrica Putilov en la esquina cercana. Decidimos entonces, marchar hacia los cuarteles, usaríamos las armas de nuestros soldados contra aquellos que mandaron dispararnos.

jueves, 28 de enero de 2010

Kajurov

De nuevo escribo a la luz de un candil, con dificultad, pero tengo que anotar estos impresionantes sucesos para que algún día pueda leerlos Shasha con alegría, con alegría porque la victoria esta cerca, y esta vez no podemos fallar como ocurrió en 1905. Cada vez más están de nuestro lado, y ya no son obreros ni soldados, incluso algunos cosacos nos ayudan. En el día de hoy, todo fue más ordenado. Para ello hemos elegido a un comité en el barrio en el que estoy incluida y cuyo miembro más destacado es Kajurov. Es una responsabilidad de la que me siento orgullosa, pues estoy cansada de estar esperando en la fábrica a que se acabe la guerra, sin poder hacer nada. Ha llegado la oportunidad para que hagamos cosas, y tras la elección del comité hemos marchado a la catedral de Kazán, donde se estaban realizando mítines. Mientras caminaba llevando de la mano a Shasha, Kajurov me hablaba de que, ellos, los el partido bolchevique habían convocado huelga en toda Rusia. Atisbando mi sonrisa en el rostro me dijo:-La guerra se acabará pronto, muchos de los soldados de la guarnición están con nosotros, y en el frente, contamos con camaradas como Alexandrovich

Esbozó en su rostro una mueca amable, y yo traté de gesticular de forma agradable, pero momentáneamente se me estremeció el corazón y una gélida sensación atravesó mi columna vertebral. ¿Podía seguir confiando en que siguiera con vida cuando no me había llegado desde hacía varios meses ninguna carta? De cualquier manera no me quedaba más remedio que intentar parar esta guerra y la solución pasaba por acudir a los mítines en los que se hablaría de los siguientes pasos a seguir.

De camino a la catedral nos encontramos con un grupo de policías que cargaban de forma reiterada contra unos manifestantes que trataban de atravesar la calle. Avanzamos decididamente, y Kajurov señaló a un destacamento de cosacos, que observaba pasivo las idas y venidas de los faraones.

-Procuremos no acercarnos mucho a la policía, busquemos la protección de los cosacos que estos días se han mostrado más amigables que en otras ocasiones-espetó el bolchevique cuando todavía nos hallábamos a una distancia prudencial de las cargas.

Dejé a Shasha con una de mis compañeras de la fábrica y con paso firme avancé junto a Kajurov y cuatro obreros más del comité. Entonces con voz firme y a la vez humilde se pronunció el cabecilla de nuestra barriada: “Hermanos cosacos: Ayudad a los obreros en la lucha por sus demandas pacíficas, ya veis como nos tratan los faraones a nosotros, los obreros hambrientos ¡Ayudadnos!”

Todos quedamos estupefactos ante la reacción de los cosacos. Uno de ellos desenfundó el sable y abriéndose paso entre la multitud avanzó hasta los policías que cargaban, ensartando en el acto a uno de ellos. El resto de cosacos se sumaron a la carga y los faraones no tardaron en batirse en retirada. El cadáver del faraón quedó olvidado en el suelo, más pude ver que sus armas no habían sido olvidadas, pues ya no estaban junto a él. Al juntarnos con el resto de manifestantes observamos también  algunos heridos y rostros inquietos con las manos ensangrentadas, que trataban de taponar las hemorragias. Inmediatamente, grupos de cuatro personas llevaban en volandas a los heridos para atenderlos en lugares más tranquilos.

Tras esta travesía alcanzamos al fin Kazán, donde gritaban varios oradores con multitudes que pegaban el oído. Se podían observar también algunos fusiles y uniformes de soldado entre la muchedumbre, y sobre todo, rostros expectantes, silencio en las primeras filas y murmullos en las últimas, que de vez en cuando saltaban para tratar de ver gesticular a los oradores. Pude abrirme paso para escuchar algo del discurso, y lo que escuche hincho mis esperanzas como una bocanada de aire puro. Se hablaba de derrocar al poder, de acabar con el juego de la guerra en el que había entrado el zar, de ocupar los suntuosos palacios imperiales y reconvertirlos en inmensos comedores para las miles de bocas hambrientas que hay en San Petesburgo.

Es algo indescriptible vivir estos momentos, vivir la muerte de este régimen podrido, una muerte que nos permitirá levantarnos y apartar su bota pestilente de nuestra cabeza para poder contemplar el mundo que nosotros, los obreros, hemos construido, y ellos, los ricachos, han vivido, hasta ahora. Hoy, día 25, estamos un paso más cerca de lograrlo.

sábado, 2 de enero de 2010

Obreros y soldados





La llama ha despertado en el pueblo, sólo han pasado dos días desde aquella desesperada manifestación, y hoy hemos ocupado las comisarías de los faraones. Algunas ardían como los ojos de los obreros que después de caminar en una vida pedregosa y embarrada atisban un sendero a lo lejos, el camino del gobierno de nosotros mismos, el gobierno del proletariado. Ya no disparan todos los soldados, muchos se niegan y se suman a nuestras filas, y los cosacos son inundados por la multitud sin que haya reacción agresiva.

Escribiré en este papel uno de los episodios que describen el ánimo y la determinación de la multitud que tomamos las calles:

Marchábamos hacia los cuarteles gritando por el fin de la guerra, el Puente de Alejandro estaba levantado, así que cruzamos por el Neva, helado y sólido como los raíles de una locomotora. Antes de poder llegar a la zona militar, donde se encontraba la guarnición, desde varias calles aparecieron individuos armados con revólveres y algún fusil. Vertieron insultos sobre la multitud y lanzaron plegarias a la Gran Madre Rusia y al zar. Eran miembros de las Centurias Negras, famosos por sus pogromos contra los judíos y su devota devoción a los “rusos de bien”. También se distinguían en algunos las insignias características de los junkers de las academias militares.

Observé entonces una vía para llegar a los cuarteles, y advertí a las compañeras de la fábrica del descubrimiento. Así las textiles fuimos raudas a conversar con los soldados, a avisarles de que unos junkers  amenazaban con disparar a la multitud. Los soldados se mostraron amables, en su cara se reflejaba la amargura de la guerra que los alejaba de su hogar. Accedió una compañía, encabezada por un bolchevique, a resolver la cuestión.

Llegamos corriendo al lugar de los hechos, las Centurias Negras y los junkers depositaban las armas en el suelo ante la mirada atenta de un obrero, que apuntaba con un revolver al cabecilla. Los soldados llegaron al lugar, e inmediatamente trataron los desarmados de recuperar sus instrumentos punitivos, mas el fusil de los soldados se alzó junto al arma de los trabajadores. Camaradas obreros, esas armas pertenecen al pueblo, tomadlas y defendamos la revolución de los perros de los burgueses-dijo el soldado bolchevique para remarcar de que lado estaban.

Una vez huyeron sin armas los enemigos, abrazamos a los soldados, y ellos a nosotros. Era más reconfortante colaborar con los obreros que someterse a los designios de oficiales soberbios y distantes de sus intereses.