domingo, 14 de marzo de 2010

El Monstruo (I)

Rostilav fumaba, y su mano derecha se deslizaba por su cabello castaño, que ya se tornaba en gris. Después de infinidad de viajes había llegado hasta “El Monstruo”, y ahora permanecía allí, reflexivo e inquieto ante el mundo nuevo que divisaban sus ojos. Posado sobre su piel, esperaba, miraba los dos camiones parados y a sus compañeros de viaje. Estos, observaban impresionados la mole y se acercaron a palparlo. Pronto bajó de la mansa pero férrea piel de “El Monstruo” y comenzó el trabajo. Era necesario que la bestia de hierro se llenase de combustible antes de poder salir de allí, así como reparar lo imprescindible para despertarla y romper la quietud que la había mantenido inmóvil durante largas décadas.

Mamadou  y Pereira sacaron el combustible de los camiones y empezaron a llenar el depósito. El resto del equipo, inspeccionaba el interior, deslizándose con una familiaridad que era contrariada por la curiosidad y emoción. Frida halló desperfectos provocados por el paso del tiempo y fue necesario un tiempo para rehabilitar los pasillos, desempolvar los mandos y preparar todo para la apresurada marcha. Rostilav caminaba impaciente, sus botas hacían retumbar continuamente la superficie metálica de los  estrechos pasillos del aparato, era necesario darse prisa, de lo contrario…En esas cavilaciones andaba este cuando desde el walkie Mamadou informó de que se acercaban vehículos al lugar.

Raudos, acabaron Pereira y Mamadou de llenar el depósito e inmediatamente pasaron a estar bajo la piel protectora de la mole. Rostilav ocupó los mandos junto a Frida y Martí y arrancó los motores. Vibró “El Monstruo” mientras los corazones de los tripulantes respiraban junto a la maquinaria, y los lejanos todoterreno que habían divisado desde el exterior ya estaban a poco más de mil metros de su objetivo. Sin embargo, de poco sirvió la velocidad de los vehículos, la bestia había despertado, y con el rugir de sus motores, bajo él se levantó una nube de polvo, como un viejo mueble cuando, tras mucho tiempo sin darle uso, es limpiado por una ráfaga de viento. Después de su impactante levitación, se desplazó rumbo al agua, primero, con la lentitud de un niño que camina por primera vez, luego, con la velocidad de un experimentado atleta.

Atrás quedaba la tierra y los perseguidores, mas ahora el problema era abandonar el Mar Caspio y poder llegar al Mar Negro. La incertidumbre dominaba toda la cabina de mando, y durante unos minutos, reinó un incómodo silencio.

-Es hora de probar este cacharro en tierra, me temo que no será sencillo, pero es nuestra única oportunidad para llegar a Atenas –Se pronunció finalmente Rostilav.

-Adelante pues, no tenemos más opción que atravesar por las llanuras, aprovechando el mayor trecho posible del río Kuma- Añadió Frida.

Continuaron precisando la ruta a tomar realizando indicaciones en un mapa, tratando de evitar las poblaciones y grandes urbes para llamar lo menos posible la atención. A medida que se acercaban a la desembocadura del Kuma, se divisaban pequeñas embarcaciones de pescadores, probablemente jóvenes, que no habían visto jamás a “El Monstruo” en movimiento.

Mientras se acercaban a la desembocadura del río y avanzaban en línea recta, Rostilav sacó una moneda pequeña de su chaqueta negra, murmurando algo imperceptible. Inmediatamente hizo lo mismo con una un poco más grande, y luego con una pequeña placa metálica con inscripciones y un dibujo. Esbozó una sonrisa amarga después de mirar los objetos durante unos instantes, y cuando iba a guardarlos Frida preguntó acerca de ellos. Contestó el piloto que eran recuerdos de viejos tiempos, cuando los pelos grises no habían asomado aún en su cabellera. Reflexionó también acerca de sus pensamientos en aquel entonces, sus esperanzas en mantener los lazos con aquellos que le preocupaban. Había llovido tanto, y la lluvia se había llevado tantas cosas, que lo único que quedaba de entonces era casi de forma exclusiva su vida y aquella “R”, para la que había trabajado durante tanto tiempo y con tanto empeño. A la par de la conversación, parte del grupo abandonó la cabina para estudiar más en profundidad la anatomía y el interior de “El Monstruo”.

La desembocadura del río estaba cerca, y la atención sobre los mandos volvió a ocupar a la tripulación, que tras una breve distensión se volvía a la tirantez y nerviosismo del peligro. Las manos del piloto estaban inquietas, se movían haciendo virar al aparato que se encaraba para penetrar en el cauce. A la vez, el aparato se separaba del suelo algo más de un metro, reverberando  con de forma violenta. Veloz y raudo, “El Monstruo” penetró por la desembocadura del Kuma sacudiéndose apenas unos segundos para después deslizarse con total comodidad por el caudal.

No obstante, la tranquilidad precedió a un peligro mayor, ya que no tardó en aparecer frente a este un sólido puente que se erguía como un muro en la trayectoria del aparato.

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