jueves, 27 de diciembre de 2012

Capítulo VI: Al abordaje (Parte 2)




Tras varios días de viaje al fin la escuadra de Barbablanca comenzó a virar hasta que la orografía cercana a la costa se vislumbrara de un modo cristalino. Avanzaban en rombo, Barbablanca abría la formación y El Toro iba a la cola. Tras una fina línea de playa se divisaban multitud de árboles. Siguiendo la línea de playa se podía divisar una desembocadura, y pegado a estas, unas chozas de arcilla apiñadas que formaban un pequeño poblado, probablemente de pescadores. Atravesaron la desembocadura pasando las embarcaciones de una en una ante la mirada curiosa de algunos pueblerinos. Fue dificultoso hacer pasar a los barcos de El Toro y Barbablanca que dieron problemas con la carena, que en algunos puntos tocaba tierra.

Una vez hubieron superado las dificultades entraron en un lago de aguas calmas, rodeado de bosque y sólo con la compañía de algún cobertizo aislado. En un lugar retirado incluso de los cobertizos aislados quedó varada la escuadra y bajó la tripulación a la que Barbablanca no tardaría en dar explicaciones.

-Marineros, esta vez sí, de agua dulce –se escucharon algunas risas- nos estableceremos aquí, esta vez montaremos un campamento que nos permita desplazarnos rápidamente a nuestro lugar de actuación, pero procurando no exponernos demasiado. No podemos fallar en  la previsión como ocurrió en nuestro último asalto teniendo un objetivo tan concreto sobre el que poder investigar. Tal y como os explicaron vuestros respectivos capitanes y oficiales, esta vez nos encontramos ante un buen botín, pero que requiere paciencia y tiempo. Necesitamos conocer como se mueve el pez al que vamos a dar caza. Por eso necesito a las tripulaciones de Smith y Castelar, las más ligeras y rápidas, desde mañana al alba dispuestas para zarpar. Necesitamos saber la frecuencia con la que transita nuestra presa y cómo se mueve.

Se giró hacia Shakes para dedicarle unas palabras: -Y necesito que tú averigües donde echan amarras investigando los pueblos de la costa cercanos a El Estrecho.

-Caballeros, que los de intendencia acudan ahora a reunirse conmigo, el resto, excepto los de Smith y Castelar que sigan a sus capitanes y empiecen a organizar el campamento.

Como un panal de abejas o una colonia de hormigas, los marinos, liderados por sus capitanes, vaciaban las  bodegas de hachas y comenzaban a talar los árboles cercanos. Barbablanca entretanto ordenaba a la intendencia encargarse de buscar los alimentos en el pueblo y asegurarse de que los vecinos no eran una molestia ni un impedimento para las actividades. Shakes y los de las demás naves partieron hacia el pueblo. La tripulación de Barbablanca ya portaba hachas cuando este termino de explicar, y sólo tuvo que dar unas pocas instrucciones para organizar las chozas del campamento y los turnos de guardia para la noche.

Cuando el sol se puso ya había un campamento improvisado y Shakes junto a otros oficiales ya traían abundantes víveres que habían comprado con el adelanto de Mohammed. Los primeros que tuvieron su cena fueron los hombres de Smith y Castelar, que después de una copiosa comida y abundante bebida (sobretodo esto último) se dividieron entre la embarcación y las chozas terminadas para descansar.
De nuevo, a la hora de las guardias, Satara y Shakes volvieron a coincidir.

-Es curioso, siempre me cuesta conciliar el sueño antes de un viaje, y las guardias son la manera perfecta para mantenerse ocupado-comentó Shakes abriendo la conversación.

-No sabía que tuvieses un viaje, que yo sepa perteneces a mi tripulación, no a la de Smith o Castelar

-No, tengo unos asuntos en solitario, aunque vamos a cazar un pez, estos peces de madera tienen la costumbre de fondear rutinariamente, una información que no tenemos todavía, y que ni Smith ni Castelar van a conseguir si pretenden no llamar mucho la atención.

-Veo que tú y vuestro capitán- en ese momento Shakes le interrumpió para señalar que también era el suyo- os guardáis unas cuantas cartas bajo la manga- hizo una breve pausa- Como por ejemplo, probar la paciencia de herejes y paladines mientras observáis desde la sombra- esbozó una leve sonrisa.

Shakes disimuló su sorpresa y contestó con naturalidad.

-Veo que no eres asignado a todas las guardias por azar –contestó, devolviéndole una media sonrisa- pero como verás, los capitanes y sus oficiales tienen que asegurarse de que no hay problemas de convivencia. No nos gustaría que por alguna estupidez dictada por sentimientos infantiles tuviera que sufrir el resto de honrados marinos.

-Supongo que vuestras dudas se habrán satisfecho entonces.

-De momento estamos contentos.

-¿Hasta que punto sabéis sobre las fuerzas del Imperio? Si llegan a saber de vosotros, entre el incidente anterior y el hostigamiento al que se va a ver sometido una de sus rutas comerciales, podrían llegar a intentar aplastaros.

-Deberías estar contento, vamos a volver a zurrarles a los que te mantenían preso. Aunque no te hagas ilusiones, todo el discurso que te marcaste con el pobre Tito –le señaló con el dedo- eso, eso si que sería un problema. Nosotros no asaltamos sus barcos por convicciones, son los que más riqueza acumulan. No entramos a la boca del lobo, siempre en movimiento, cuando quieran aplastarnos, ya no estaremos allí. Así hemos hecho siempre.

-Los tiempos cambian, nunca habéis estado en su punto de mira.

-Hablas como si tú lo hubieses estado.

-Lo estuve.

-Espero que no te refieras al batallón de hombres que te tenían cautivo, si esa es toda la fuerza del Imperio…creo que un día deberíamos presentarnos en la Aúrea Ciudad y tomar algunas de las riquezas que cuentan las leyendas.

-¿Llegaste a conocer algo sobre El Refugio?

-Como no enterarse, no gustó a los tratantes de esclavos, y mucho menos al Imperio, que consideraba a los medio dragones y la demás “chusma” como engendros enviados por las fuerzas del mal.

-Puede que estuviera implicado en algo de eso.

Y después de estas palabras, Satara deslizó el tema de conversación hacia cuestiones más generales, aprovechándose de que Shakes no había nacido ni vivido en tierras del Imperio y estaba ansioso por conocer más cosas sobre las amplias extensiones de terreno que dominaba, que con el paso de los años se habían ido acrecentando.

Con la noche ya bien entrada, justo después de que unos nubarrones tapasen la luna, llegó el relevo de zona. Satara marchó a descansar, mientras Shakes ultimó los detalles del viaje para el día siguiente.

La mañana amaneció oscura, densos nubarrones se arremolinaban sobre los árboles y amenazaban en cualquier momento con descargar una furibunda lluvia. Desde muy temprano las voces de Barbablanca y el resto de capitanes hicieron las veces de toque de diana. Una ristra de palabras malsonantes salió de las bocas de los malhumorados y resacosos marineros, que fueron incitados a doblar el ritmo de trabajo en previsión del retraso que sufrirían en sus labores de adecuar la zona cuando los nubarrones decidiesen descargar todo su peso. Pasado el mediodía se desató el aguacero y a pesar de los esfuerzos al poco tiempo ya era impracticable realizar ninguna tarea.

Durante la primera de las dos semanas que estuvieron poniendo a punto su centro de operaciones tuvieron días de incómodas lluvias y el trabajo avanzó poco. Algunos de los marineros aprovecharon esta semana para acercarse al poblado y cortejar a algunas de las pescadoras y campesinas. Semana en la que Satara pudo comprobar que la reputación de El Toro no venía sólo dada por embestir a su antiguo capitán, sino también por su conducta en el terreno amoroso. En la segunda semana, la lluvia amainó y pudieron trabajar a pleno rendimiento. Así que a un toque de atención de Barbablanca todos redujeron drásticamente sus viajes al pueblo.  A finales de esta semana llegó Shakes, y un día más tarde Smith y Castelar. Ahora sólo quedaba reunirse y preparar el primero de los asaltos.

martes, 25 de diciembre de 2012

Capítulo VI: Al abordaje (Parte 1)




De nuevo, se hicieron a la mar con un par de nuevos tripulantes que entraron a sustituir a los que se quedaron en la isla. Con la promesa de mucho oro, del que ya tenían una muestra en el cofre de la embarcación de Barbablanca, la tripulación se puso manos a la obra. Después del fiasco del último asalto, una garantía de botín como esta había elevado considerablemente la moral de los marinos. No obstante, el capitán no expresaba ninguna alegría, era un viejo tiburón y sabía que en el mar no había presas fáciles, mucho menos si alguien estaba dispuesto a jugarse tanto oro. Tampoco quitaba ojo a los marineros que habían formado parte de su último barco asaltado. Se preguntaba si habrían sido capaces de dejar a un lado sus antiguas convicciones en pos de la supervivencia, o si por el contrario llegado el momento tendría que tirarlos por la borda.
Por el momento parecía que se adaptaban al ritmo de trabajo, incluso algunos, como César y Tito, empezaban a hablar con el resto de la tripulación, aunque procuraban no cruzarse con Satara, y si lo hacían pasaban de largo o desviaban la mirada.

Satara por su parte, realizaba labores de limpieza de cubierta por la mañana, pero por la noche comenzó a ser asignado en las guardias. Tanto Barbablanca como su segundo de abordo se dieron cuenta de su afilada percepción, que conservaba aún cuando el sol ya se había puesto. Coincidió con Shakes los dos primeros días y este trató de sonsacarle algo más sobre su pasado. También preguntó por sus manos ennegrecidas, pero lo único que aseguraba era que no era contagioso. Ante cualquier otra pregunta, era un auténtico muro de acero infranqueable, sin ninguna debilidad aparente. Siendo así, Shakes optó por contar anécdotas que había vivido con la tripulación durante sus cuatro años de “servicio”.

Antes de que realizasen su primera parada para reabastecerse y prepararse para asaltar los navíos de La Compañía, Satara de nuevo fue asignado a otra guardia nocturna, sólo que esta vez no encontró a Shakes a su lado, sino a un no tan antiguo enemigo suyo, Tito.

Ambos intercambiaron una tensa mirada antes de entablar cualquier tipo de conversación.

-Bonita noche –comentó Satara.

-Sí, sí, bonita- dijo Tito en un tono sarcástico.

-Dicen por ahí, que apta para las reconciliaciones.

-Ah ¿si?, ¿y quién dice eso?

-Lo arrastra el viento en un murmullo, y se huele. A lo mejor me queda algo de la providencia de cuando servía a tu dios, o quizás simplemente tengo sentido común.

-No tengo tiempo para reconciliaciones, estoy más concentrado en…sobrevivir, y créeme no pienso poner mi vida en riesgo en aras de la “amistad”. He perdido muchos amigos en los que sí confiaba, incluso tuve que matar para mantenerme con vida. Todo por darte caza. No creas que porque estemos en la misma tripulación eso nos hace iguales, escoria inmunda- el rostro de Tito se llenó de rabia y se enrojeció.

-¿De verdad crees que acabar con tu vida me importa algo? A los paladines deberían enseñaros algo de sentido común y no repetiríais desastres como el de mi “caza”. Tú ya no eres nadie, ni paladín, y todavía tampoco pirata. Si escapases de aquí y algún día consiguieses volver a tu asqueroso templo, tendrías un caluroso recibimiento, pero no en el sentido en el que anhelas –esbozó una leve sonrisa e hizo una pausa para detener el puñetazo que Tito dirigía hacia su cara.

Agarró el brazo de Tito y lo dobló haciéndole perder el equilibrio. Este cayó e inmediatamente Satara colocó su pie en el pecho haciendo que fuera imposible que este se levantara. En ese momento, en la sombra y a una distancia prudencial, un brazo de viejo tiburón evitó que Shakes avanzase.

-No, no pienso entretenerme contigo, voy a acabar directamente con el Gran Padre y tu patético dios.

Tito no pudo hacer otra cosa de reír ante el descabellado planteamiento del hereje.

-¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Vas a vencer tú sólo a todo un imperio?

-Tengo tiempo, aún soy joven. Además –quitó el pie del pecho de Tito y se apartó- creo que tu puedes detallarme algunos aspectos de la Iglesia en los que ya estoy obsoleto.
Tito se levantó y se sacudió, aún enfurecido, pero sin intención de lanzar otra ofensiva fallida contra Satara.

-No pienso colaborar contigo.

-Sólo piénsalo. 

No hablaron más durante la guardia, y silenciosamente marcharon a descansar cuando llegó el relevo.



viernes, 7 de diciembre de 2012

Capítulo V: Visita a Martuk





Zarparon dejando atrás el viejo muelle, izando las velas de nuevo y adentrándose en el mar azul. Esta vez, después de abandonar la pequeña isla, navegaron junto a la costa, cuyas playas se dibujaban blancas. Pequeños pueblos de casas marrones se avistaban desde el barco. También, de vez en cuando se podían distinguir embarcaciones de los pescadores locales. A bordo del navío de Barbablanca, todo transcurría en una tensa calma, se hablaba poco y cada uno estaba concentrado en su tarea. Navegaron durante varios días hasta que, pudieron divisar algo más que manchas marrones dispersas. Vieron una de mayor tamaño, con tonalidades grisáceas en su interior y una muralla que la defendía.

Hacia allí se dirigió la embarcación de Barbablanca y las que le seguían. Esta vez, los muelles eran de piedra, e incluso antes de bajar del barco ya se escuchaba el bullicio de la ciudad. Antes de acoplar la pasarela para ir a la ciudad, Barbablanca dio instrucciones, Shakes y otros mozos irían a vender el botín que habían conseguido. Los nuevos miembros de la tripulación se quedarían en el barco, por si “se les ocurría hacer alguna locura”. Al resto de la tripulación, excepto los encargados de la vigilancia, se les dio permiso para bajar a la ciudad y disfrutar de sus placeres.

Para Shakes la operación se presentaba más peliaguda que otras veces. Una cosa era vender un botín abundante donde lo habitual eran lingotes, vajillas, armas, especias o telas. Pero vender aquellas armaduras con blasones incrustados de Luminarië, incluso a pesar de que Martuk no estaba bajo la influencia del Imperio, llamaría demasiado la atención. Además, por lo que había escuchado durante los últimos meses, la mano del Imperio se alargaba más y más, sus misioneros, y probablemente también sus agentes estaban asentados en cada vez más lugares, muchos de ellos en reinos y regiones independientes del Imperio.

Antes de bajar del barco, dio instrucciones a los mozos para que se encargasen de alquilar un carro y que cubriesen bien el botín antes de subirlo. Luego se despidió de ellos y prometió volver cuando tuviese solucionado el asunto del comprador. Callejeó por el suelo empedrado de la ciudad y atravesó el mercado mezclándose en el bullicio, aprovechando este para sustraer una manzana de uno de los puestos. Con los restos de la manzana aún en la mano se paró frente a un edificio de piedra con una puerta con remaches de hierro. Sobre ella un cartel con letras grandes y toscas que indicaba que era el hogar del herrero. Ya desde fuera se escuchaba sonido del martillo moldeando el acero. Tiró los restos de la manzana al suelo y pasó al interior.

La estancia no era demasiado amplia, un mostrador con una coraza y algunas espadas. Justo detrás, en el yunque, trabajaba un hombre moreno y fornido de barriga hinchada. Al fondo, una fragua con chimenea, donde vigilaba un adolescente de tez morena, junto a un niño que a todas luces parecía ser su hermano. No muy lejos estaba también una mujer, que tejía y alzó una ceja al ver entrar a Shakes.

-A las buenas-dijo mientras se quitaba la capucha revelando el rostro joven de un pelirrojo que no superaba los veinticinco.

El hombre del yunque detuvo su trabajo y lo miró.

-Hombre, ¡Pero si eres tú Shakes! ¡Debe de hacer un año, o tal vez más!

-Ya sabes Tariq, uno va de aquí para allá, tanto viaje, tanto ver agua por todos lados, parando en un lado y en otro, a uno se le va la noción del tiempo y pierde las buenas costumbres-hizo una breve pausa- Como pasar a saludar de vez en cuando- sonrió.

Ambos charlaron durante un rato, mientras el niño se acercaba a curiosear. La mujer de Tariq se acercó también, mientras a su otro hijo hubo que darle una voz para que dejase sus labores y saludase al visitante. Eufórico por la visita, Tariq lo invitó a tomar una copa de vino. Cuando este le puso al día de todas las novedades, esperó a que él le preguntase.

-Bueno, ¿y que te ha traído de regreso a Martuk?

-Eso quería comentarte, necesito vuestra ayuda y discreción en un asunto embarazoso

-¿De qué se trata? ¿Ha ocurrido algo grave?

Shakes miró a los niños y a la mujer, luego volvió a posar la mirada en Tariq, que, entendiendo el gesto, les dijo que se quedasen a cargo de la tienda mientras acababa de hablar con su invitado. Una vez salieron y cerraron la puerta Shakes fue directo al grano.

-Necesito que fundas unas armaduras sin hacer preguntas. También me gustaría saber cuánto estarías dispuesto a darme por ellas.

Tariq se quedó pensativo durante unos segundos en una mueca confusa antes de decidirse a dar una respuesta.

-Supongo que te debía una por lo de la última vez. Puedo fundirlas, aunque, teniendo ya las armaduras es una pérdida de tiempo y dinero refundirlas. No obstante, no haré preguntas –dijo, frenando su curiosidad- Pero acerca del dinero, me temo que las armaduras perderán casi todo su valor al transformarse en metal, no valdrá más de cinco maravedíes el kilo.

Shakes hizo  cuentas, no iban a obtener ningún beneficio de su última aventura, que además podía costarles cara, aunque al menos sí que podrían reponer víveres y comprar materiales para reparar sus barcos.

-Te enviaré el carro con el material, pasaré dentro de una semana para encargarme del dinero- dijo Shakes antes de despedirse.

Volvió al barco y dio órdenes a los mozos. Luego fue a explicarle las malas nuevas a Barbablanca, que refunfuño resignado porque en el fondo sabía que o se vendían de esa manera o directamente se enviaban al fondo del mar.

-Esto no va a gustar en la tripulación ni en el resto de barcos, así que más te vale encontrar un buen cargamento, y pronto- le dijo Barbablanca.

-Creo que va siendo hora entonces de echar un trago en la taberna, quien algo quiere, una copa le cuesta-contesto Shakes, con una sonrisa ladina.

El capitán y su segundo de abordo, junto con un par de marinos más, dejaron el barco y visitaron la embarcación de El Toro, aunque este y muchos de sus hombres ya no estaban allí. Visitaron entonces la taberna, que estaba plagada de los marineros del puerto.

Allí estaba El Toro, sentado en una mesa jugando a los dados, con una jarra de vino en su regazo. Barbablanca y sus hombres se sentaron frente a la barra y pidieron también.

El tabernero saludó a Barbablanca con voz nerviosa y les sirvió rápidamente. Charlaron durante un rato entre ellos y luego el capitán pidió algo de comer. Mientras el tabernero seguía sirviendo Barbablanca comenzó a sopesar una saca, agitándola de tal manera que se escuchase el tintineo de la misma. El tabernero desvió la mirada hacia la bolsa un par de veces mientras servía.

-¿Desean algo más? –dijo acercándose a los piratas.

-Cuéntanos algo de tu vida, Abdul, seguro que en el tiempo que no hemos estado aquí consumiendo tu vino y tu cerveza ha ocurrido algo reseñable, y seguro que ha pasado gente de todo tipo, cargada de todo tipo de mercancías.

-No te creas, la verdad es que ha pasado poco, a excepción de Mohammed que tuvo una fuerte discusión con uno de los capitanes de los barcos de Flavio, uno de los grandes comerciantes de la Áurea Cuidad. A lo mejor tiene algo que contaros, supongo que sólo desgracias porque últimamente ha perdido por completo el negocio de la tela, ahora tiene que contentarse con transportar y vender los cargamentos de especias cuando llegan, y entretanto sobrevivir con el envío de licores, que es algo cuya demanda nunca cesa.

Barbablanca siguió indagando y convenció al tabernero, acercándole la bolsa, para concertar una reunión con Mohammed.

En un par de días se reunieron con él, la reunión fue breve y provechosa, quería recuperar otra vez los ingresos de sus rutas comerciales en la región, así que pagaría muy bien. De hecho adelantó dos mil maravedíes de los diez mil que acordaron. Además podía garantizarles que no tendrían problemas con las autoridades en la zona de aquí en adelante. Aunque les advirtió, el boicot debía realizarse fuera de los límites de la ciudad, dentro de las aguas del Imperio, para evitar cualquier conflicto diplomático y escabroso. Por otro lado, los barcos serían fáciles de reconocer, sus velas llevaban pintado el símbolo de Luminarië y toda su flota llevaba grabadas en el casco las iniciales de su compañía; Compañía Flavio Timur.

viernes, 24 de agosto de 2012

Capítulo IV: Grumete




Pasaron varios días hasta que Satara se habituó a la nueva nave. A pesar de que había sido liberado de sus grilletes, las marcas enrojecidas en los tobillos y las muñecas todavía escocían con la humedad y el contacto con el agua salada. La costa se divisaba lejana, y lo más cerca que habían estado de tierra durante aquellos días era de algunas diminutas islas separadas del resto del vasto continente. Barbablanca, desde el timón, daba órdenes a los marineros. Los nuevos prisioneros, eran tratados sin ningún tipo de resentimiento por el resto de la tripulación, y además disfrutaban de total libertad de movimientos. Después de todo sólo podían abandonar el barco tirándose al mar. Las raciones eran escasas, pero nadie se quedaba sin comer, todos eran necesarios para mantener el barco operativo. Los nuevos servían para las tareas que podía realizar cualquiera, limpieza, reparación y ajuste del velamen. En el más alto de los tres mástiles solía estar Shakes, el hombre vestido de blanco que habitualmente lanzaba una característica moneda al aire. Estaba siempre vigilante a cualquier anomalía en el horizonte.


Junto al barco de Barbablanca, navegaban otros cuatro más, que durante en asalto se habían encargado de espantar a las escoltas y con los que se había repartido el escaso botín. Lo único que habían sacado de provecho habían sido las armaduras de los paladines y algunos víveres. De hecho la tripulación estaba algo malhumorada por el paupérrimo botín que habían conseguido.
Mientras Satara se hallaba en estos pensamientos, apoyado en la borda y con la vista en el mar, divisó tierra. A medida que avanzaban, la isla iba cobrando forma. Era pequeña, y desde allí ya se veía también una montaña, probablemente la única en aquella reducida superficie. Cuando estuvieron a la distancia suficiente, Satara pudo ver un muelle chapucero y que daba la impresión de estar abandonado a juzgar por el estado de los tablones de madera. Toda la tripulación se puso manos a la obra al ritmo de la voz del capitán. Los marineros ataron las amarras y también soltaron el ancla. Las otras naves echaron amarras también. Excepto aquellos que quedaron encargados de la vigilancia de las embarcaciones, los piratas bajaron. Caminaron durante unos minutos hasta dar con un lugar con algunas chozas de madera y un círculo de piedras, a medio tapar por la arena que a todas luces había sido una hoguera. Por primera vez pudo ver Satara a los capitanes de las otras embarcaciones, que frecuentemente se dirigían a Barbablanca para concretar las tareas de abastecimiento. Finalmente, con los marineros allí reunidos se formaron varios grupos, uno encargado de encontrar agua, otro de procurar madera y otro de conseguir los alimentos necesarios para la cena. En este último fue asignado Satara, bajo el mando de uno de los capitanes, al que llamaban comúnmente El Toro, de cabeza afeitada, fornido y con una llamativa cicatriz en el brazo izquierdo. El Toro se acerco a Satara, el único que no tenía nada y le dio un machete.

-Espero que no se te ocurra hacer ninguna tontería, aunque a juzgar por dónde te encontramos no creo que tengas nada de que quejarte

-La verdad es que me alegro de estar entre honrados marineros-respondió Satara con una media sonrisa en los labios.

-Por cierto, espero que eso de las manos no sea contagioso, no es que seamos excesivamente escrupulosos con la higiene en nuestra tripulación, pero, aunque las historias nos tilden de temerarios, fundamentalmente amamos la vida, una buena bebida y una mujer al llegar a puerto por encima de todo.

-No hay de que preocuparse, si enfermo suelo cuidarme de no perjudicar a aquellos que me han ayudado –argumentó, evitando dar explicaciones.

El Toro miró a Shakes, que durante todo el tiempo había estado lanzando una moneda al aire. La lanzó una vez más y luego la guardó en un bolsillo del interior de su capa. Agarró la ballesta con ambas manos y dijo: -Como siempre, ¿no?, yo me encargo de que no se vuelvan a mover y vosotros hacéis el resto.

-Efectivamente, manos a la obra entonces.

La comitiva avanzó durante varios minutos hasta dejar las vistas de la playa atrás y en dirección a la solitaria montaña. En la falda la vegetación era abundante y en algunas zonas los árboles se apelotonaban. Shakes, que iba más adelantado que el resto del grupo, alzó la mano izquierda y El Toro hizo lo mismo y dijo: -Alto, a partir de ahora silencio y permaneced conmigo.

Shakes se agachó y prosiguió el sólo, adentrándose en una zona de árboles. Durante unos diez minutos esperaron los seis marineros encargados de recoger la comida hasta que volvió a aparecer haciendo gestos para que se acercasen. Los llevó entre los árboles hasta el cuerpo de un jabalí muerto. El Toro ordenó a tres de sus hombres que lo llevaran al campamento. A ver si cogemos otro como ese, si es así tendremos un buen banquete- sentenció cuando vio que los tres hombres lo levantaban con dificultad. Tardaron alrededor de dos horas, y cuando llegaron al campamento llevaban otro jabalí, un par de conejos y una codorniz. A un lado, Barbablanca hablaba con uno de los capitanes, que se había encargado de recolectar madera.

-Se han fugado dos de los marineros que sumasteis a vuestra tripulación en la última refriega.

-¿Les disteis algún tipo de arma?

-No nos fiábamos de ellos, así que les ordenamos que cogieran ramas sueltas.

-Pondremos guardas por si acaso, por lo demás no hay que preocuparse conseguiré dos nuevos grumetes cuando paremos en el próximo puerto, aquí, sin armas, no creo que duren mucho, y si intentan escapar de la isla, morirán de sed antes de encontrar tierra ¿Qué hay de los otros, os han dado algún problema?

-Ninguno, de hecho ni siquiera fueron a coger madera con sus compañeros, supongo que sabían de su intento de fugarse.

Entretanto Satara y el grupo de caza despellejaban con machetes los jabalíes y dejaban todo a punto para que pudieran ser cocinados. El astro comenzaba a tornarse anaranjado, y la luz fue apagándose en el campamento hasta que se encendió la hoguera para cocinar la cena y un perímetro de antorchas para alumbrar la zona circundante a las chozas.

Pronto estuvieron cenando todos alrededor de la hoguera, y los marinos comenzaron a contar sus historias. El Toro empezó la historia de cómo llego a ser capitán de barco. Había servido en el ejército durante varios años. Fue amonestado y castigado varias veces por insubordinación hasta que finalmente lo condenaron a diez años como remero en una galera. Cuando terminó de contar como había llegado a la galera dio inicio al verdadero relato. Explicó, como, cansados del trato del capitán, los remeros se amotinaron y a ellos se unieron algunos marinos que no profesaban precisamente simpatía por el capitán. El motín trajo como consecuencia que tanto el capitán como su segundo de abordo fueran arrojados por la borda, junto con sus partidarios. Fue en aquel incidente donde se ganó el sobrenombre de El Toro, por el que todos le conocían ahora. Cuando el caos reinaba en cubierta, El Toro con la cabeza por delante se abalanzó como un poseso sobre el capitán propinándole un cabezazo que lo arrojó de un golpe por la borda. Algunos de los piratas de su tripulación asintieron y uno de ellos dijo: - Me acuerdo que en aquel momento yo estaba en el suelo y uno de los perros del capitán me había herido con su hoja- levantó la camisa para mostrar la cicatriz que recorría el costado- y de repente lo veo correr atravesando media cubierta, y al capitán volar por los aires y perderse por la borda.

-Y así fue como tomamos ese barco que habéis visto en el muelle, aunque si lo comparamos con cómo era entonces, después de tantas remodelaciones ya apenas se parece- sentenció El Toro finalizando la historia.

Después de la cena se organizaron los relevos de guardia de los barcos. A uno de ellos fue asignado Satara, junto con Shakes y algunos marineros más. Los piratas que estaban de guardia recibieron con agrado el relevo. Los de refresco se diseminaron a lo largo de popa y proa para visualizar todo el perímetro, y el recién acogido grumete y el segundo de abordo se ubicaron en el castillo de popa, cerca del timón. Shakes se apoyó de espaldas a la baranda con una mano mientras con la otra comenzaba a lanzar la moneda, que de vez en cuando refulgía con la luna que asomaba entre las nubes. Satara, se apoyó con ambas manos mirando al mar.

- Me pregunto por qué te tenían preso tan honorables señores, parece el resto de nuevos grumetes sigue teniendo presente su vida pasada –inquirió el hombre de blanco con naturalidad.

-Supongo que sabrás a que cuerpo pertenecían.

-Algo he oído, pero quién no conoce hoy a los guardianes de Luminarië, los límites de su imperio son casi inabarcables, y son soldados duros en combate, admirados y temidos por su devoción a la causa. Un enemigo a tener en cuenta.

-Exacto, aunque lamentablemente para ellos, y afortunadamente para nosotros, las batallas navales no son su fuerte, lo suyo son las batallas a campo abierto y los asedios. Entonces, ¿qué crees que podría llevar a los mismísimos paladines de Luminarië, esos tan admirados y temidos hasta uno de sus protectorados para capturar a un sólo preso?

-Lo primero que pensaría sería sin duda en algo relacionado con una herejía, pero por un simple caso de herejía dudo que movieran cielo y tierra, y que expresamente ellos te escoltasen hacia tu prisión- Shakes lanzó la moneda al aire y la recogió. Tiene que haber algún tipo de móvil más…terrenal.

Satara esbozó una sonrisa ladina antes de pronunciarse y durante un par de segundos se hizo el silencio.

-El verdadero problema de una herejía como ellos llaman, es que remueva los cimientos de su estabilidad, que a pesar de su aparente resistencia y vigor, no tienen más solidez que un castillo de arena. En mi caso, la herejía amenazaba con crear un foco rebelde en el imperio que socavase aquello que se habían esforzado en mantener durante mucho tiempo. Lamentablemente, me dí cuenta de esto demasiado tarde y la situación volvió a estar bajo control para Luminarië y los suyos, aunque que siguiera vivo y en alguna parte seguía suscitando temores. Por eso me capturaron, me hicieron preso y me llevaban a una ejecución pública en la Capital, para asegurarse de que sellaban definitivamente la fisura que se había abierto en su imperio.

-Así que un rebelde, ¿y cómo quebraste su estabilidad exactamente?

-Fue algo en un principio inconsciente, pero no puede atribuírseme toda la autoría, sería harto simplista. De todas maneras, tendremos más ocasiones para que pueda seguir relatando como su castillo de arena amenazó con desmoronarse. Ahora, la verdad es que tengo interés en saber como llegaste aquí. Supongo que también tendrás una historia.

-Bueno, no es una gran historia como la de El Toro, y podría resumirse en una palabra: dinero.

-Podría ser, pero sin embargo, hay otras formas de conseguir dinero en tierra y cerca de los seres queridos. No tengo mucha experiencia en piratería, pero es lógico pensar que debe ser el refugio de proscritos, desertores del ejército y…herejes –en sus labios apareció una leve sonrisa. Si formas parte de cualquiera de esas categorías seguro que además del botín hay alguna historia detrás.

Para no haber ejercido nunca de “honrado marinero” no vas desencaminado. Está bien, puedo decirte que soy del primer grupo. Y si, traté de conseguir dinero, después de que nos quedáramos sin tierra para cultivar, primero como carpintero, luego como ladrón, y cuando esto falló también, no me quedo más remedio que dedicarme al mar. Lo cierto es que no me quejo, mi destino podría haber sido peor, y cuando consiga suficiente dinero podré cumplir mis objetivos.

-¿Y que objetivos son esos?

-Se puede decir, que algo más elevados que el dinero por el dinero, pero, como tu has dicho, tendremos más ocasiones para relatar, así que pasemos a temas más triviales.

viernes, 8 de junio de 2012

Renacimiento



“Hay algo que está muriendo pero no termina de morir y al mismo tiempo hay algo que está naciendo pero tampoco termina de nacer“ A. Gramsci


Reiniciando núcleo. Integración completada. Inicializando procedimientos. Reajustando sistemas. Extremidades sin daños. Órganos sensoriales a pleno rendimiento. Ubicadas las voces creadoras número dos y tres en el espacio. Almacenando datos físicos, ojos, cabello, masa corporal, forma. Ha vuelto a funcionar ¡Avisad a Hornik! ¡Que venga inmediatamente! ¡Esto es un milagro!  Transmisión de señales visuales, archivando y catalogando. Segregación de sustancia líquida en los órganos visuales de la voz creadora número dos. Incluyendo y archivando. Nueva presencia advertida, voz primera. Contacto de extremidades establecido con voces 1 y 2. Voz número 2: ¡Hornick! ¡Lo ves, tiene abiertos los ojos, los mueve, reacciona! Voz número 1, sobrescribiendo, Hornick: ¡Al fin resultados Catherine, probemos lo lejos que han llegado! ¡Hola, numero uno, Arcangel! Procesando lenguaje, identificando señas visuales, adaptando respuesta. \ ¡Hola voz creadora 1, Hornick, Arcangel a pleno rendimiento! /  Años de trabajo y al fin tenemos un avance que revolucionará al mundo, aunque aún sigo sin comprender como ha sucedido. Contacto con voz creadora número 3. Sobreescribiendo voz creadora número 2, Catherine, segregación ocular detenida, detectados nuevos gestos faciales. Hornick, Muller, un trabajo excelente, esta criatura nuestra será el avance del siglo, tal vez del milenio. 

miércoles, 25 de abril de 2012

Nacimiento




01010101. Procesando recuerdos. Ajustando patrones de conducta. Implementando personalidad. Activando prótesis orgánica de las extremidades inferiores. Activación de las prótesis de las extremidades superiores. Encendido de las prótesis restantes. Ajustando visibilidad. Calibrando espectro infrarrojo. Ajustando visión nocturna. Adaptando visión al espectro de luz. Fluorescente, luz artificial.

Iniciando la recepción de sonidos. Calibrando la detección de las ondas hertzianas. Iniciando identificación de lenguaje. Asumiendo e implementando lenguaje. Ac…la….obra…prótesis…doctor…casi terminado. Iniciando la síntesis reconociendo voz creadora. Integración al 20%. Hemos llegado más lejos que con los otros modelos. Esta vez puede ser un éxito. Reconocimiento, voz creadora número dos, femenina. Integración al 50%. Venga sólo un 50% más. Identificada voz creadora número tres, masculina. 75% completado. Detectados problemas en la integración del núcleo sintético. Iniciando los procedimientos para el apagado de emergencia, almacenando energía en el núcleo. Mierda ha vuelto a fallar. Reconocida voz masculina, creador número 1. Iniciando el procedimiento de reinicio del sistema. Apagadlo rápido, Catherine tra…. Cierre de visión. Apagado de la recepción de sonidos. Extremidades desconectadas.

…………………………


lunes, 2 de abril de 2012

Ojalá



“Ojalá pase algo que te borre de pronto,
Una luz cegadora, un disparo de nieve,
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
Para no verte tanto, para no verte siempre,
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones”   Silvio Rodríguez

Mis pies descalzos atravesaban la arena desnuda, apartándola hacia los lados. Los poros, abiertos, expulsaban el sudor como si quisieran librarse de todos los males del mundo. Los pulmones se agitaban y el corazón latía con fuerza y parecía que en cualquier momento iba a saltar del pecho, volando en pedacitos. Jadeaba, y aunque el sol brillante del cielo me quemaba, seguía corriendo sin pararme. Quería correr lejos, tan lejos donde la oscuridad no me alcanzase, aunque tuviese que acercarme tanto al calor del astro.

Las piernas funcionaban perfectamente pero la respiración me faltaba, pero yo seguía corriendo. Un dolor crecía en el abdomen cuando un refulgente brillo me obligó a cerrar los ojos. Seguía corriendo pero la planta de los pies ya no quemaba, la superficie que pisaba estaba fría, y me hundía más. Conseguí abrir los ojos, corría por la nieve, camino a la cima, tal vez del Everest. Cada vez era más difícil avanzar, las piernas no respondían y acabé tumbado sobre la nieve intentando valerme de los brazos para avanzar. Con lágrimas en los ojos avancé unos cuantos metros, y todo comenzó a temblar, una avalancha blanca se cernía sobre mí. Cerré los ojos.

Los volví a abrir al rato, todo estaba blanco sobre mí. Giré la cabeza, y allí estaba otra vez en la habitación. Y también, allí estaban todos sus segundos, todas sus visiones. Se vuelve a repetir y empiezo a perder la cuenta. Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve. Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre. 

domingo, 1 de abril de 2012

Los músicos. Capítulo IV: El concierto


Todos se miraron, sonrisa en rostro, y comenzaron a tocar ante los ojos  atentos del público, que a medida que avanzaba a noche iban creciendo en un pequeño goteo como el tintineo de un grifo que no esta bien cerrado. 1,2, 1,2 1,2, sólo la música, el ritmo que marcaba la batería estaba ahora en la cabeza de Patillas y la tensión previa de cada concierto acababa transformándose en relajación a medida que avanzaban los minutos. Cada cuerda una bala, El Abuelo cerró los ojos para sentir la música, disparando con sus cuerdas balas que ahuyentaban los malos pensamientos por un tiempo. Su experiencia le hacía disfrutar desde el primer segundo del concierto. No tenía ningún tipo de tensión, nada que perder tenía ahí, sólo un rato divertido que pasar junto a su contrabajo y acompañado de la música de sus compañeros de grupo. Botines se balanceaba, hacia delante, hacia detrás taconeaba en el suelo, mientras se deleitaba picando en cada una de las cuerdas mientras dirigía miradas al escenario, pero todavía no estaban sus ojos de almendra.

1,2, 1,2 1,2 no quería pensar en lo que ocurriría después del concierto, sólo el ahora, la música relajante. El contrabajo seguía agitándose y las manos de El Abuelo creaban música con la habilidad de una tejedora. Alrededor el mundo fuera del escenario había desaparecido. Solo estaba la música, el cubata de la mesita, y él. Los ojos de almendra seguían sin aparecer, la mente de Botines estaba dividida entre el concierto y la puerta del bar.

En pie, encima del puente, Patillas rememoraba este último concierto, probablemente su último concierto. 1,2 1,2 1,2, ya no servía para alejar a los fantasmas de su mundo. Demasiados problemas, demasiada mierda para soportarla. Veía a El Abuelo haciendo gestos, sus brazos se movían de arriba abajo, también sus labios se movían, pero Patillas no escuchaba lo que decía, en su cabeza sonaba ese concierto. Y murmuró algo difícil de escuchar: ….música…maravillosa. Entonces fue cuando se arrojó a las rocas. No encontraron su cadáver.

Ahora El Abuelo rememoraba aquel concierto y a Patillas, en el hospital con el hígado destrozado. Probablemente sería su última visita al hospital, los médicos ya habían sentenciado que apenas duraría unos días, de hecho era raro que su hígado hubiese podido soportar tanto. Sólo dos personas lo visitaban, Botines y aquella chica de los ojos de almendra, que finalmente no apareció en el concierto pero que hoy estaba allí. Hizo un esfuerzo para hablarles: 

-¿Te acuerdas de aquello que dijo Patillas en el puente? 

Botines se limitó a asentir serio.

-Creo, que el no se refería a que la música es maravillosa, que por supuesto también lo es. Era un cabroncete muy listo- sonrió. 

- ¿Y a qué se refería?

-Creo que dijo que no sólo la música merecía ser maravillosa. Ese era su problema, en su vida, sólo la música era maravillosa

-Nos tenía a nosotros

-Pero seguía viviendo en una prisión. Desde la prisión, podía ver una franja de césped verde que se extiende tras sus muros, y arriba el cielo claro y azul, el sol brillante en todas partes. Pudo ver, estoy seguro, que la vida es hermosa, pero no se encontraba con fuerzas para derribar los muros de esta prisión. Estoy seguro- miro fijamente a los dos, primero a Botines y luego a la chica de ojos de almendra- de que vosotros si que luchareis por destruirla, y que le haréis saber a vuestros hijos que la vida es hermosa, y por ello merece la pena luchar por ella. ¡No se que hacéis aquí, tenéis un futuro de conquistar, nadie os lo va a regalar!

Aquella noche El Abuelo murió apaciblemente, pero su imagen quedo grabada en la memoria de los allí presentes y los dos hijos que tuvieron, que lucharían, junto a otros muchos, para hacer accesible ese césped verde.




jueves, 2 de febrero de 2012

Los músicos. Capítulo III: Patillas


Mano en la frente, ojos achinados y el clásico tintineo en la cabeza. Patillas despertó, como tantas otras veces, aquejado de ese martilleo irritante que te acompaña cuando has obligado a tu cuerpo a procesar más alcohol del que puedes soportar. No recordaba mucho de la noche anterior, aunque prefería tener la angustia de no saber que había hecho a enfrentarse a sus verdaderas preocupaciones.

Pero ni siquiera la resaca hacía que cada mañana, cuando miraba al techo al despertarse, cuando sentía el frío tacto del suelo con la planta de los pies, se preguntase cuanto duraría allí. Sus ahorros se iban agotando, y esta vez ya ni siquiera había un trabajo mal remunerado que aplazase la vuelta a casa, como si fuese un niño. Y entonces recordó que día era, y su mueca de hastío se transformo en una sonrisa. Levantó la persiana y dejó que la luz entrase en el cuarto. Ni siquiera eso molestó a sus ojos. Miró la batería, apelotonada en un rincón del cuarto. Con la espalda corva, de puntillas como un cazador acechante salió de la habitación percutiendo una batería imaginaria.

Y con el mismo paso volvió al armario a coger la ropa. Se duchó y se afeito, respetando por supuesto sus eminentes patillas. Se vistió y sacó su batería al salón. Comenzó a practicar hasta que le entró hambre. Y fue la comida la que disipó los últimos efectos de aquel martilleo en su cabeza que hoy había pasado a ser secundario.

A primeras horas de la tarde la llamó, quería que viese su mejor yo, y además tenía una furgoneta en la que poder trasladar la batería. La dejaron en el bar, y dieron una vuelta. Ella le propuso tomar unas cervezas, aunque el simplemente tomo un refresco. No era que rechazase la cerveza por norma, pero quería estar plenamente consciente aquella noche. Al fin por la tarde se decidió a preguntarle si vendría a verlo. Un compromiso lo impedía, esa fue la escueta respuesta que obtuvo. No mucho después se despidieron, ya era de noche. Pero antes de volver al bar de su concierto dio un paseo. Tan ensimismado andaba que se le olvido cenar, pero no lo suficiente para que se le olvidara su cita, a la que acudió rápidamente cuando se dio cuenta que la hora había llegado. Algo cabizbajo, decepcionado, entro en el bar. Allí estaban el Abuelo y Botines. Estrechó sus manos recuperando la compostura. Ellos estaban ahí, e independientemente era su día, no iba a consentir que fuese como el resto. Su efecto podía ser muy superior al de cualquier bebida, sólo que con un martilleo agradable en su cabeza. Mirando al frente, a los todavía escasos clientes del bar, se sentó tras la batería deseando empezar.