jueves, 2 de febrero de 2012

Los músicos. Capítulo III: Patillas


Mano en la frente, ojos achinados y el clásico tintineo en la cabeza. Patillas despertó, como tantas otras veces, aquejado de ese martilleo irritante que te acompaña cuando has obligado a tu cuerpo a procesar más alcohol del que puedes soportar. No recordaba mucho de la noche anterior, aunque prefería tener la angustia de no saber que había hecho a enfrentarse a sus verdaderas preocupaciones.

Pero ni siquiera la resaca hacía que cada mañana, cuando miraba al techo al despertarse, cuando sentía el frío tacto del suelo con la planta de los pies, se preguntase cuanto duraría allí. Sus ahorros se iban agotando, y esta vez ya ni siquiera había un trabajo mal remunerado que aplazase la vuelta a casa, como si fuese un niño. Y entonces recordó que día era, y su mueca de hastío se transformo en una sonrisa. Levantó la persiana y dejó que la luz entrase en el cuarto. Ni siquiera eso molestó a sus ojos. Miró la batería, apelotonada en un rincón del cuarto. Con la espalda corva, de puntillas como un cazador acechante salió de la habitación percutiendo una batería imaginaria.

Y con el mismo paso volvió al armario a coger la ropa. Se duchó y se afeito, respetando por supuesto sus eminentes patillas. Se vistió y sacó su batería al salón. Comenzó a practicar hasta que le entró hambre. Y fue la comida la que disipó los últimos efectos de aquel martilleo en su cabeza que hoy había pasado a ser secundario.

A primeras horas de la tarde la llamó, quería que viese su mejor yo, y además tenía una furgoneta en la que poder trasladar la batería. La dejaron en el bar, y dieron una vuelta. Ella le propuso tomar unas cervezas, aunque el simplemente tomo un refresco. No era que rechazase la cerveza por norma, pero quería estar plenamente consciente aquella noche. Al fin por la tarde se decidió a preguntarle si vendría a verlo. Un compromiso lo impedía, esa fue la escueta respuesta que obtuvo. No mucho después se despidieron, ya era de noche. Pero antes de volver al bar de su concierto dio un paseo. Tan ensimismado andaba que se le olvido cenar, pero no lo suficiente para que se le olvidara su cita, a la que acudió rápidamente cuando se dio cuenta que la hora había llegado. Algo cabizbajo, decepcionado, entro en el bar. Allí estaban el Abuelo y Botines. Estrechó sus manos recuperando la compostura. Ellos estaban ahí, e independientemente era su día, no iba a consentir que fuese como el resto. Su efecto podía ser muy superior al de cualquier bebida, sólo que con un martilleo agradable en su cabeza. Mirando al frente, a los todavía escasos clientes del bar, se sentó tras la batería deseando empezar.