martes, 26 de julio de 2011

Hedgehog’s dilema




“Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos” Luis Cernuda

La brisa húmeda empapaba el aire con un familiar olor a salitre mientras caminaban por la calle. Al principio el pequeño grupo, avanzaba en solitario por calles anchas, pero a medida que se acercaban a su destino las calles se hacían mas estrechas. El silencio del entorno pronto se convirtió en un murmullo, y este en voces audibles cercanas. Labios, rostros, y brazos gesticulantes se congregaban en torno a la mesa. Se sentaron todos y pidieron una cerveza. Hubo un silencio inicial, pero pronto comenzaron a hablar. Sus labios no se movieron apenas, las voces de sus amigos se acoplaban con palabras atolondradas cuyo eco no abandonaba las paredes de su cabeza. La miró durante un momento, palabras que rebotaban quebradas, sin tomar forma, en su cráneo que más que hueso parecía hecho de acero. Y sus labios se despegaron cuando sus amigos se levantaron a por la segunda ronda. Habló de cualquier cosa, su presencia le provocaba una combinación de simpatía y atracción y estaba convencido de que tenían mucho en común. Pero sus palabras se perdieron como una nube de aliento en una mañana invernal sin conseguir una respuesta que pudiera dejarle satisfecho. Volvió el resto del grupo con las cervezas y continuaron bebiendo. Habló de vez en cuando, sin llegar a comprender del todo cual era la forma de romper las paredes de acero que lo atrapaban y conectar con el grupo, con un particular hincapié en la mujer.

A medida que la noche transcurría, al calor de la cerveza, acabó gesticulando  casi como el resto de la mesa. Pero al volver a su casa, puesta la mirada en el suelo, marchaba con una sensación agria. A cada paso que la curiosidad por aquella mujer aumentaba, la sentía más lejana, como si esta se apartase. Era como si al intentar acercarse a ella se abalanzase con púas afiladas.

Y trató de remontarse al origen de ese problema, sentado en un banco, a la luz de una farola y acompañado del zumbido silencioso de una horda de mosquitos. Este mundo, lo había dotado de poderosas armas de defensa para soportar la hostilidad, pero esas fortalezas, llegados a este punto, se habían convertido ahora en sus debilidades. Viajar de un lado para otro dejando atrás todos los vínculos con sus amistades que acababa de consolidar, había creado en el una barrera difícil de superar. Una barrera que servía para defenderse de aquellos elementos hostiles, pero que también le impedía comunicarse y expresarse con el resto de las personas. Ninguna hostilidad, por muy dura, intensa y constante que fuese, consiguió derribarlo. Pero a la vez, dentro de sí, un sentimiento de aislamiento y soledad lo invadía amenazando su estabilidad. Y para ello, trataba de acercarse a la gente sin ser capaz de superar el muro que había levantado para evitar cualquier intento de aplastarlo por parte de aquellos seres patéticos que gozan haciendo de los demás alguien más miserable que él. Ni siquiera con las mujeres que más había amado había sido capaz de derribar ese muro.

Fue entonces consciente de cómo aquello que aparentemente lo había hecho resistir y permanecer fuerte e inquebrantable frente a cualquier ataque, no era así. La hostilidad que el mundo vertía sobre el había conseguido cierto éxito. Ser dominado por el miedo a ser herido, a encontrarse en una situación peor, hizo que levantase un muro que le impidiese relacionarse con los demás y enriquecerse con la experiencia. Aquello que no avanza, retrocede, e inevitablemente levantar muros para evitar ser dañado provoca un retroceso en el aprendizaje, y que uno se consuma a sí mismo. Y entonces llegó a la conclusión. Una leve sonrisa pudo aflorar en su rostro, que se alzó hasta encontrar la luna que brillaba resplandeciente en el cielo. Sólo existía una opción: romper con el miedo, las barreras que impedían desarrollarse, romper con la hostilidad que inculca este sistema. La hostilidad que se basa en que cada uno sobreviva individualmente, empujando a aquellos que tienes al lado y pisando a los de debajo. Convertirse en revolucionario, destruir una sociedad caduca y eliminar su influencia decadente que se clavaba en su corazón como una angustiosa espina se había convertido en una necesidad imperiosa. La lucha política le había permitido comprender que tenía que pelear contra sus propias barreras, ya que uno se convierte en revolucionario en todos los aspectos de su vida o retrocede y deja de serlo. Desde luego no iba a ser fácil, pero merecía la pena intentar luchar por la transformación de la sociedad y la felicidad de uno mismo.