sábado, 20 de febrero de 2010

La victoria de febrero (parte I)

Han sido tres días sin poder escribir una sola línea, tres días de actividad, tres días en los que hemos quemado un viejo edificio, en los que hemos roto sus cimientos para dejar atrás ese viejo y decrépito hogar. Hemos dejado atrás el antiguo caserón del zarismo para echar a caminar hacia un mundo distinto, nuevo, que podremos edificar con nuestras manos y disfrutar con nuestros sentidos.

Durante el día 26, los sonidos de ametralladora eran una constante en las calles, por ello tuve que dejar a Shasha cerrado en casa, con los hijos de un par de compañeras de la fábrica. Todas juntas, acudimos cerca de la casa de Kajurov, donde habitualmente solían concentrarse los obreros antes de las movilizaciones. Estaba repleto, y se hablaba en un tono de voz elevado. En ese momento, Kajurov explicaba las labores a realizar en las jornadas de huelga, que ya se había convertido en insurrección, y la necesidad de golpear al zarismo antes de que  tomara las riendas de la situación. Después hablaron los trabajadores de la fábrica Putilov, que explicaban que las guarniciones se pondrían de nuestro lado si realizábamos una labor de agitación sistemática, que era necesario que nos otorgaran armas para defendernos de los junkers y faraones. Estos fueron acogidos con euforia y gritos de abajo el zar y la zarina.

Pronto estábamos atravesando el Neva, sorteando los controles de soldados que aparecían por doquier, y enseguida, el grito de Putilov: -¡Arriba! ¡Nos apuntan desde el puente! ¡Dispersaos!

Empezamos a correr tratando de sortear el río y desde las alturas comenzaron a disparar.  Las balas silbaban a nuestra espalda y realizaban pequeños boquetes en el hielo, algunas, no se conformaron con realizarlos en la piel blanca del río y tuvimos que ver a un par de compañeros que en la huida pasaron a conformar oscuros granos en el hielo blanco. En pequeños grupos, nos recompusimos en la otra orilla, y cuando llegamos a ser unas cuantas decenas se acercó una agrupación de soldados armados. Sin embargo no apuntaron con las armas y avanzaron de forma pacífica hasta nosotros. Allí, su cabecilla, Mijail, se presentó y nos ofreció protección. Nos explicó que el General Jabalov tenía previsto reprimir las acciones ante el cariz que habían tomado los acontecimientos, pero que ellos se negaban a obedecer más órdenes de los oficiales. Ellos estaban con sus compañeros de penuria y no con los oficiales de látigo que vivían separados de la tropa y poseían ilimitados poderes sobre ellos.

Avanzamos seguros, sorteando con facilidad los controles gracias a la orientación de los soldados. Llegamos a Kazán, donde la gente comenzaba a concentrarse y los oradores hablaban pidiendo el derrocamiento del zar y el fin de la guerra. De vez en cuando se acercaban algunos soldados, algunos permanecían, otros se marchaban. La situación se volvió tensa cuando un regimiento de soldados mandados por un oficial trató de desalojarnos de allí. Se disparó varias veces al aire, y los estruendos de las armas fueron seguidos de gritos, de los manifestantes, las balas en el aire ya no eran efectivas. Las armas se bajaron, los artilugios dispararon, segaron vidas, dejaron heridos en el suelo. Todos corrimos por las calles desperdigados. Sin embargo, recuerdo como todos los compañeros que me habían acompañado en la carrera, apretábamos los dientes, haciéndolos castañear, aún escondidos de los disparos y los soldados hostiles.

Unos minutos después, nos reorganizamos, furiosos, y fuimos en busca del resto de camaradas, encontrando a Kajurov y a algunos obreros de la fábrica Putilov en la esquina cercana. Decidimos entonces, marchar hacia los cuarteles, usaríamos las armas de nuestros soldados contra aquellos que mandaron dispararnos.

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