jueves, 28 de enero de 2010

Kajurov

De nuevo escribo a la luz de un candil, con dificultad, pero tengo que anotar estos impresionantes sucesos para que algún día pueda leerlos Shasha con alegría, con alegría porque la victoria esta cerca, y esta vez no podemos fallar como ocurrió en 1905. Cada vez más están de nuestro lado, y ya no son obreros ni soldados, incluso algunos cosacos nos ayudan. En el día de hoy, todo fue más ordenado. Para ello hemos elegido a un comité en el barrio en el que estoy incluida y cuyo miembro más destacado es Kajurov. Es una responsabilidad de la que me siento orgullosa, pues estoy cansada de estar esperando en la fábrica a que se acabe la guerra, sin poder hacer nada. Ha llegado la oportunidad para que hagamos cosas, y tras la elección del comité hemos marchado a la catedral de Kazán, donde se estaban realizando mítines. Mientras caminaba llevando de la mano a Shasha, Kajurov me hablaba de que, ellos, los el partido bolchevique habían convocado huelga en toda Rusia. Atisbando mi sonrisa en el rostro me dijo:-La guerra se acabará pronto, muchos de los soldados de la guarnición están con nosotros, y en el frente, contamos con camaradas como Alexandrovich

Esbozó en su rostro una mueca amable, y yo traté de gesticular de forma agradable, pero momentáneamente se me estremeció el corazón y una gélida sensación atravesó mi columna vertebral. ¿Podía seguir confiando en que siguiera con vida cuando no me había llegado desde hacía varios meses ninguna carta? De cualquier manera no me quedaba más remedio que intentar parar esta guerra y la solución pasaba por acudir a los mítines en los que se hablaría de los siguientes pasos a seguir.

De camino a la catedral nos encontramos con un grupo de policías que cargaban de forma reiterada contra unos manifestantes que trataban de atravesar la calle. Avanzamos decididamente, y Kajurov señaló a un destacamento de cosacos, que observaba pasivo las idas y venidas de los faraones.

-Procuremos no acercarnos mucho a la policía, busquemos la protección de los cosacos que estos días se han mostrado más amigables que en otras ocasiones-espetó el bolchevique cuando todavía nos hallábamos a una distancia prudencial de las cargas.

Dejé a Shasha con una de mis compañeras de la fábrica y con paso firme avancé junto a Kajurov y cuatro obreros más del comité. Entonces con voz firme y a la vez humilde se pronunció el cabecilla de nuestra barriada: “Hermanos cosacos: Ayudad a los obreros en la lucha por sus demandas pacíficas, ya veis como nos tratan los faraones a nosotros, los obreros hambrientos ¡Ayudadnos!”

Todos quedamos estupefactos ante la reacción de los cosacos. Uno de ellos desenfundó el sable y abriéndose paso entre la multitud avanzó hasta los policías que cargaban, ensartando en el acto a uno de ellos. El resto de cosacos se sumaron a la carga y los faraones no tardaron en batirse en retirada. El cadáver del faraón quedó olvidado en el suelo, más pude ver que sus armas no habían sido olvidadas, pues ya no estaban junto a él. Al juntarnos con el resto de manifestantes observamos también  algunos heridos y rostros inquietos con las manos ensangrentadas, que trataban de taponar las hemorragias. Inmediatamente, grupos de cuatro personas llevaban en volandas a los heridos para atenderlos en lugares más tranquilos.

Tras esta travesía alcanzamos al fin Kazán, donde gritaban varios oradores con multitudes que pegaban el oído. Se podían observar también algunos fusiles y uniformes de soldado entre la muchedumbre, y sobre todo, rostros expectantes, silencio en las primeras filas y murmullos en las últimas, que de vez en cuando saltaban para tratar de ver gesticular a los oradores. Pude abrirme paso para escuchar algo del discurso, y lo que escuche hincho mis esperanzas como una bocanada de aire puro. Se hablaba de derrocar al poder, de acabar con el juego de la guerra en el que había entrado el zar, de ocupar los suntuosos palacios imperiales y reconvertirlos en inmensos comedores para las miles de bocas hambrientas que hay en San Petesburgo.

Es algo indescriptible vivir estos momentos, vivir la muerte de este régimen podrido, una muerte que nos permitirá levantarnos y apartar su bota pestilente de nuestra cabeza para poder contemplar el mundo que nosotros, los obreros, hemos construido, y ellos, los ricachos, han vivido, hasta ahora. Hoy, día 25, estamos un paso más cerca de lograrlo.

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