jueves, 16 de julio de 2009

Día 6: Lluvia


Necesario descanso, aunque breve, mas suficiente para ponerse en pie y continuar con el camino. Primero el ya habitual sendero que lleva hacia la semilla plantada en el interior, que día a día crece, como las gotas se acumulan en el vaso llegando incluso a desbordarlo. Las dos comidas del peculiar horario adoptado en la urbe del Támesis, se suceden, sin demasiada alegría para el estómago, pero con un efecto reponedor, de sosiego, que permite acallar cualquier rugido o lamento que pudiera producirse en este.

Después, toca viajar en el habitual medio de transporte, el férreo carro de dos plantas, que se mueve como un eslabón en una gran cadena que avanza sin demasiada fluidez y a distintos ritmos, alterada y quebrada en ocasiones por los focos carmesíes. Una vez el carro ha parado en su destino, es hora de pasear, rememorar las peculiares calles de Chinatown, mientras las nubes oscuras presagian la llegada de una pronta lluvia, esa apreciada lluvia, mal recibida por la multitud, y que sin embargo, sigue sin perder mi profundo aprecio. Junto con la luna, conforman un dúo de encantadoras damas que seducen al viajero que sabe apreciar sus formas y actos de contundente claridad, de incondicional y sincero apoyo, de placentera compañía aún si todo lo demás ha quebrado y se ha sufrido una dolorosa derrota de cuya herida aún mana sangre, incluso si siquiera la esperanza o la expectativa permanecen ya dentro de la mente.

Sin embargo, lo conocido no es satisfactorio, y el metálico carro de piel roja cumple su función al detenerse por unos instantes en Camden, antes de proseguir como corresponde a su función en la cadena de férreos transportes. Allí, aún con el húmedo perfume de la lluvia en el ambiente, se puede encontrar un espacio que evoca a la misma Venecia, y allí junto a un puente que cruza el agua, es hora de detenerse de nuevo, dar un trago a la mediocre cerveza comprada, posar el índice y el pulgar en la barba, mesándola, y detener los ojos en el río, los oídos en las conversaciones, y la mente atareada en la reflexión y la atención a lo hablado.

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