lunes, 27 de julio de 2009

Día 17: Todo el mundo espera a alguien


En los parques verdes, tumbado en sus jardines verdes, se puede observar como todo el mundo espera a alguien. Aquella mujer del árbol de enfrente, se levanta, después de reposar bajo este, en busca de los brazos de su pareja. Los dos jóvenes del otro árbol y sus respectivas guitarras se sentaron esperando, encontrándose a sí mismos mientras cantaban. Esas tres chicas rubias que hacen ejercicios, y esperan mientras los realizan, esperan tal vez satisfacer a sus respectivos novios, quizás volverse aptas para encontrarlos. Yo mismo, apoyado contra el tronco del árbol de hojas triangulares es posible que también espere algo, ¿el abrazo de la lluvia, que comienza a arroparme como cálida y húmeda manta? ¿Tal vez el abrazo de una mujer más tangible? ¿O quizás sólo el fin del mundo mientras reflexiono?

De cualquier modo la lluvia es la única que actúa, compañera inseparable y apreciada, de solitaria compañía, que para llegar hasta mí es capaz de atravesar ramas y hojas, de luchar contra el viento que trata de apartarla de su trayectoria. Y mientras la lluvia actúa, lectura de versos, escritura de estos párrafos intercalándolos. La reflexión del viajero, y unos versos que quedan en la memoria:

“He andado muchos caminos,
He abierto muchas veredas,

He navegado en cien mares,

He atracado en cien riberas.”


La mente del viajero, de vagar buscando la búsqueda, de esperar sin estar quieto, es decir, esperar buscando. Así pues, cuando las calles quedan casi vacías gracias a la labor de la lluvia, y se decide no visitar ningún pub y sus cervezas, llega el tiempo de caminar en solitario hasta estar sobre el Támesis, de observar baretos que antes no se conocían, de andar caminos y abrir veredas en la urbe, de posarse sobre el río que tiene mareas, y de atracar en esta ribera.

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