sábado, 18 de julio de 2009

Día 9: En el campamento


Llegar al amanecer, en la cabeza aquel sonido del oscuro local subterráneo, para encontrar la cama. Pizza Express, ese era el nombre de aquel lugar en el que faltaban muchos asientos para alcanzar el pleno de huesos y carne, pero cuyos músicos superaban con creces a la música que sonaba en la superficie, repleta de gente ebria que confundía sonidos estridentes de melodía chirriante con sinfonías y quizás, si hubieran presenciado la música del subterráneo, la habrían tachado de aburrida.

Sin un sueño continuado llega el tiempo de ponerse en pie y caminar hasta detenerse cerca de uno de los agujeros del Topo de Hierro, y una vez allí, esperar a que el carro metálico se sitúe frente a este. Antes de marchar, un saludo conocido, con la particular efusividad y gestualidad eleven.

Vuelta al campamento para recuperar fuerzas, entonces llegan ya viejos recuerdos de antiguas líneas y vivencias, no se puede evitar una leve sonrisa, al observar como lo experimentado es la perfecta prueba del constante cambio y desarrollo al que está expuesto todo, no permaneciendo nada de la misma forma, pero sin embargo, conservando sus orígenes, sus metas. Entretanto, en la calle, el viento, con un soplo poético que da veracidad a lo dicho, zozobra a las hojas de un cercano árbol como una noche de tormenta a un modesto pesquero.

Es también tiempo de contactar, de dar algún paso adelante, de poner más fichas sobre la mesa, para preparar el día de la destrucción de este mundo en el que Fortuna ha acaparado demasiado protagonismo, mofándose de todo aquel que trataba de desafiar sus designios, y en consecuencia, sellando su propio destino, condenada a un combate sin tregua y virulento, con independencia del resultado que se dé.

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