miércoles, 15 de julio de 2009

Día 5: Pub


La matutina y molesta luz penetra desde las cinco y media de la mañana, y se hace necesario corroborar con el móvil las escasas horas de descanso, para después tratar de reponerse hasta una hora más tardía. Tras unas horas de reposo, llega la hora de comenzar la actividad, peleando una a una las palabras de la lengua del Támesis, se obtienen las cuchillas y unos cuantos bienes más que eran requeridos para el campamento y su funcionamiento planificado.

Se llega al lugar de aprehensión de la lengua, donde se reúne la clase, disipadas todas diferencias geográficas por el fin común del dominio de la lengua. Las conversaciones se hilvanan pues en un clima de fluida diversidad, que riega la semilla plantada en las orillas del Támesis, drenando y recreando sus aguas.

Esas aguas, aquellas que pueden verse en este día, en un tramo novedoso. Unas aguas, sobrevoladas por un par de puentes y en cuya orilla hay plantada una gran noria que gira lentamente, The Eye of London, y, según dicen, desde la cumbre se puede ver la ciudad entera. Sin embargo, para este viaje es necesario pagar para ascender, como los años del purgatorio que desaparecían ante el resonar del saco de dorados. Por eso, es preferible ir al infierno, y en vez de visualizar la ciudad desde las alturas, sumergirse en sus calles, en sus edificios, en sus pubs.

Siguiendo tales caminos, era necesario cerrar el día con una pinta en un acogedor pub, con sus paredes de madera, con esos cuadros colgados de la pared, con los cómodos sillones y sus taburetes. Tras el mostrador grifos de los que manaban las distintas cervezas, apreciadas, saboreadas por sus consumidores, y detrás de los camareros, aquel estante repleto de las botellas con sus respectivos licores. A una esquina, la televisión, en la que corrían los deportistas, y en la mesa, el jugo de aquel licor de cebada y las conversaciones que manaban de los labios con facilidad después del largo paseo.

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