miércoles, 3 de junio de 2009

Anciano Lunar


Las sábanas negras ya habían cubierto el cielo, y todo permanecía en armoniosa calma en aquel tranquilo y recóndito lugar, en el que las ventanas se abrían al exterior, las puertas de las tiendas permanecían abiertas sin que ningún robo se produjese. De vez en cuando se veía a algún viandante que caminaba con sus ojos puestos en todo y a la vez en nada, en aquella parsimonia casi imposible de creer en un mundo así. Lo más sorprendente sin embargo fue aquel viejo, de piel oscura y arrugada, que se adhería al hueso formando pliegues que distribuían de forma desigual. Tenía una sonrisa que nunca se borraba de su rostro, que las arrugas y su vejez parecían acrecentar, como si la experiencia tuviese la capacidad de aumentar la complacencia de la misma. No hablaba, decían los del pueblo que había perdido el habla hace unos años, pero sin embargo, comunicaba, su gesto y su presencia transmitían e irradiaban compañía, al extranjero, al nativo, si la luna pudiese hablar, probablemente también afirmaría que sentía su presencia. De vez en cuando masticaba algo de tabaco y comía pan, y siempre, cuando la gente se reunía para charlar, permanecía sentado en un taburete, observando como atento vigilante, como un guardián, guardián de aquella calma que se respiraba, de las palabras que se emitían, que probablemente las fagocitaba hasta incorporarlas para sí. Hasta los más ancianos veneraban sus consejos, que aunque ya no podía dar de forma hablada, lo sugería con sus acciones, con sus movimientos, con su presencia en los acontecimientos. De hecho mujer más anciana del pueblo aseguraba que cuando ella era una niña, aquel hombre tenía la misma apariencia que en la actualidad, incluida su expresión facial que no se borraba aún en situaciones que se antojaban difíciles. De su vida, nadie sabía nada, pues nunca contestaba a las preguntas, mas, cuando se le preguntaba en los tiempos en los que hablaba, respondía con alguna predicción meteorológica, y luego, hubiese llegado la oscuridad, o con el astro refulgente todavía iluminando la tierra, miraba la luna, moviendo con lentitud la cabeza, de arriba abajo, como asintiendo a alguna pregunta realizada.

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