domingo, 31 de mayo de 2009

Conversando con las ratas.

Cuando el áureo astro alcanzó su punto más álgido Satara hizo una breve pausa, había encontrado una pequeña rata, que corría cerca de la primera estantería de la sala, hacía la esquina. El caballero siguió con la mirada a la rata, mientras tomaba el puñal de la mesa, y con extrema cautela, comenzó una silenciosa pero rauda persecución. La rata, ignorante de su destino se disponía a doblar la esquina cuando encontró a un gigante que se alzaba ante el y dos enormes manos, que como tenazas resueltas a actuar se aproximaban inminentes. Más ágil que su rival, esta se zafó del cerco impuesto por su acechador, más cuando cantaba victoria dedicando una mirada burlona a las torpes manos, sintió una gran presión en su cola, no podía seguir corriendo. Luego, las manos se acercaron y los dedos tomaron al animal como lo hubieran hecho unos estrechos grilletes de acero, reprimiendo los vanos intentos de la rata por escapar. Satara contempló el pequeño ser vivo durante unos instantes, después, rió por un momento antes de que una violenta tos lo sacudiera.

-Es curioso-dijo en voz alta cuando se repuso, mientras contemplaba a la rata- que un día te encuentres en la cima, coronando un hermoso castillo del que eres dueño, o guardando tan sólo un bien espectral llamado felicidad, y que al día siguiente seas arrojado a las llamas, enviado al foso del castillo, y que aquel bonito bien espectral se convierta en una terrible pesadilla que devora tus mismas entrañas. Supongo que no todos tenemos dinero para mantener un castillo, pero unos pocos si pueden permitirse el lujo de disponer incluso de un foso para arrojar a aquellos que no desean, y supongo que eso es lo que te ocurre a ti, pequeña rata, caída en foso ajeno- Se detuvo un momento, dejando al animal en una mano, más luego la deshizo levemente de la dura prisión, antes de acabar finalmente con su vida, atravesando el cuerpo con el afilado arma que empuñaba- Pero no te apures mi joven y mortecina rata, el suelo de los castillos a veces es resbaladizo y puede empujar al poderoso al fondo, reuniéndole con las fieras, con las bestias que ha dejado, que ha creado en su interior.

Observó como la sangre caliente se extendía, tiñendo su mano hasta desbordarla, dejando que algunas gotas se fundieran con la gris piedra.

Satara, el azote de los dioses. Capítulo I

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