viernes, 29 de mayo de 2009

Satara, el azote de los dioses.



Todo es negro, su piel bañada por escamas de la soledad que resurgen como una tenebrosa llama atormentada que no puede desaparecer, su corazón condenado al eterno resurgimiento, al eterno sufrimiento de la muerte y el renacer con un doloroso batir de alas, con recuerdos que no le permiten morir y como el ave fénix resurge cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo sumiéndose en la más absoluta...oscuridad.
Su pelo, rojo como la sangre, sangre de dragón, que derramó y atesoró, sangre que perdió en tantas batallas, como la que ahora descendía desde sus hombros, atravesados por las puntiagudas flechas que asesinas perforaban la dura piel del caballero ante su rabia contenida en la severidad de sus facciones, en sus prominentes colmillos, en sus poderosos cuernos que florecen asomando en la frontera de su capucha, en sus afilados iris que reflejan su espíritu incansable.
Sus piernas ceden y las rodillas, atravesadas por las flechas en los enganches de la armadura se hundían en la roja y mortecina tierra. Las saetas, como una jauría de buitres se lanzaban al cuello atravesando con sus picos impíos la carne de un guerrero, que se transformó en campeón, rebelándose luego contra los dioses de los que portó su estandarte forjando su gloria, para acabar odiando la suerte y naturaleza del mundo, que cruel, lo nombró desdichado.
Y aún en su último suspiro su mente rememoró, aquel amor, que un día floreció libre, y fue disipado, como la bruma, sin previo aviso. Y en un gesto de honor, sus sangrantes manos, se dirigen lentas pero firmes hacia su inamovible destino, y lentamente el brazalete es ocupado por la sangre, por la sangre de un semidragón, por la sangre de un caballero, por la sangre de un hereje, por la sangre de un…soñador.

Satara, el azote de los dioses. Preludio

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