miércoles, 27 de mayo de 2009

El ocaso de una vida


El ocaso de una vida, ¿cuál es su significado y qué efectos provoca? La respuesta no debe ser simple, más si esta no es simple tampoco entendible, y si algo no es comprensible, cómo se va a reflejar algo en el rostro. Siquiera las lágrimas alcanzan las mejillas, ya no, porque demasiadas puestas de Sol han acontecido. Sólo ese desconcierto, ese sentimiento potenciado de desorientación, de vagabundo sin rumbo, de explorador que se ha quedado sin lágrimas para beber en mitad del desierto, permanece dentro como alquitrán adherido a un camino. Todos lloran y se abrazan, apenas se puede alzar la mano para tocar un hombro conocido, porque no sabes si se desvanecerá frente a ti cuando vayas a posar tus dedos. Y la gran parafernalia, las caras tristes, las lágrimas sueltas, una voz de aquel que se dice representante divino, distante y ajena, que se pronuncia altiva pero que lo único que contiene es el vacío que es su dios. Lo único que utiliza, palabras grises de consuelo de pastor que edifican con letras de madera una cerca a las ovejas en potencia, que escuchan desde el dolor. Escuchar más a ese carcelero no es posible, en especial cuando una de las ovejas más viejas entra con las señas del Dios vacío que nunca fue complaciente para quién se dirigían las palabras del sacerdote. Es necesario entonces salir de esa cerca, para mirar el cielo gris, más lleno, en el que de vez en cuando se puede atisbar y sentir alguna lágrima, que se posa sobre la mano. Relaja, al golpear sobre la mano, relaja, al golpear sobre la piel con su cálida frescura, llena más que las palabras de aquel pastor, porque mientras golpea se puede escuchar el eco de los pensamientos que se refleja en su superficie cambiante.

Luego la fúnebre marcha sin sentido, y la vuelta a la ciudad, que evitan la estancia con las nubes, con una cálida noche de reflexión, donde, una vez, un mediodía brilló, su mediodía. Volver al hastío, regresar con sabor amargo, sin la calidez de una noche a la intemperie bajo la protección de las sabanas grises y sobre la cama de acera que una vez pisaron unos pies, que en consecuencia convierten el cemento y el asfalto en algo más lleno, más real, que lo dicho por un pastor cuyas palabras se evaporan y cuya bondad y bonanza jamás llegan a convertirse en acto. Tal vez, esa es la pieza que falta para la comprensión, encontrarse de nuevo en el lugar, bajo el cobijo de la luna, atisbando ese lugar sus detalles, en vez de derramar lágrimas, marchar en procesiones fúnebres, o escuchar sermones de intermediarios de nada.

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