sábado, 20 de junio de 2009

El Extranjero (I)

Altas torres de hormigón se alzaban soberbias sobre el cálido asfalto, que humeaba transitado por auténticas cadenas de hierro que de vez en cuanto pitaban y se movían, al compás de los tricolores semáforos. Desde una pequeña terraza, un individuo observaba con los codos en baranda y la mano sujetando su barbudo mentón que masticaba con desgana desde hace un rato. Su rostro se giró evitando la molesta luz que se reflejaba en los oscuros cristales de las oficinas estacionadas frente a su piso, y sus ojos marrones se perdieron en los límites de la ciudad que aparecían difusos en el horizonte, parcialmente tapados por edificios más altos y por una masa de construcciones que parecía no encontrar su fin. Pasó la mano por su pelo, era áspero y abrupto como la ladera de una montaña alpina, mas esta lejos de resentirse peinó varias veces el mismo recorrido. Luego escupió, el chicle no tardó en perderse descendiendo a una velocidad vertiginosa en dirección a la transitada acera, pero aquel hombre no se molestó en seguir su recorrido, continuaba con los ojos puestos en los lindes de la urbe, aunque parecía estar mirando aún más lejos, en un lugar concreto, o tal vez en todos a la vez.

El Sol comenzaba a tostar su cara y al fin, tras unos minutos jugando con las barbas de su mentón al mismo tiempo que mantenía fija la mirada de aquel punto incierto, decidió entrar en su casa. Cuando desplazó la cortina y volvió dentro con sus pies desnudos, pisó unos cuantos papeles rellenos de letras que había por el suelo, mas hubiese sido imposible no hacerlo. Toda la sala estaba repleta de estos, y aunque hubiera decidido andar por las paredes se hubiese encontrado con multitud de recortes de periódicos y mapas que empapelaban el salón. Volvió a cerrar la cortina cuando entró, dejando que sólo una tenue luz llegase a través del balcón, y se fijó en la mesa redonda que estaba en frente del sofá, sobre esta una pantalla emitía un aura azul que iluminaba la tapicería azabache del cómodo asiento. También encima reposaba una lata de cerveza, y en el suelo, no muy lejos, había algunas más dispersas por el suelo. Cogió la lata de la mesa, y la meció, sin encontrar respuesta en el interior del envase, así que la tiró al suelo dejándola con el resto.

Caminó hasta la cocina y abrió el frigorífico, estaba casi vacío, apenas quedaban cinco cervezas y un par de huevos, pero sin embargo no pareció importarle, se limitó a descargar un soplido y luego tomó otra lata con su mano, agarrándola con firmeza a pesar del gélido contraste que se produjo en esta. Se sentó en el sofá y cogió el ordenador, comenzó a teclear con la soltura de un virtuoso pianista. Pronto empezó a dudar de sus movimientos, al posar los dedos en las teclas retrocedía, volvía a escribir, borraba. Durante un rato permaneció escribiendo sin apenas avanzar unas líneas, reflexionó, y el cursor se posó en la cruz de la ventana que contenía el mensaje en varias ocasiones, aunque al final envió el contenido del mismo, posiblemente no todo lo largo y fluido que hubiese querido. Pero la vida no me ha otorgado el don de la expresión acertada en momentos clave –pensó.

Fragmento de "El Extranjero" (como es obvio, de propia mano, a pesar de que Camus eligió el nombre primero, no podía tener otro nombre esta obra)

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