sábado, 6 de julio de 2013

Capítulo IX: El jinete

Las naves llevaban todo el velamen desplegado, el viento soplaba desde el norte y les permitía avanzar rápidamente por la costa. Las mastodónticas proas de las embarcaciones, coronadas por sus mascarones lujosamente ornamentados, rompían las olas dejando a sus lados y tras de sí un rastro espeso de espuma que tardaba en ser borrado. Iban con prisa y no parecían tener intención de detenerse en un pequeño pueblo costero.

-¿Unas últimas palabras para nuestro mecenas?-sentenció Satara en un tono sarcástico.

-¿Y qué vamos a hacer ahora? –preguntó Sabino llevado por la tensión del momento.

-Esperar a que la tormenta amaine y confiar en que este pueblucho pase desapercibido. Al menos hasta que podamos reencontrarnos con la tripulación y largarnos de aquí- respondió Halim.

-Aunque mantengamos este campamento deberíamos buscar un lugar para refugiarnos que tuviera más escapatorias, el mar ya no es una salida en el caso de que lleguen tropas hasta aquí- planteó Satara.

-Estoy de acuerdo, si vamos a esperar, tomemos todas las cautelas- Añadió Mario.

Halim y Satara se encargaron de buscar un nuevo refugio, a las afueras del pueblo y alejado del campamento, pero lo suficientemente cerca como para vigilar cualquier movimiento. Atravesaron un camino que estaba desierto y llegaron  a una pequeña arboleda donde podían colgarse las hamacas. Decidieron que se establecerían allí. A la vuelta, antes de atravesar el camino la veloz estela de un jinete se les cruzó, dejando una nube de polvo tras de sí. La estela se detuvo a la entrada del pueblo. 

Satara y Halim intercambiaron una mirada y luego asintieron. Avanzaron hacia el pueblo. Satara procuró cubrir sus brazos y sus manos con algunos trapos que tenía en las alforjas. Cuando llegaron al pueblo, el jinete estaba de pie, gritando en voz alta, mientras cada vez más familias se congregaban en torno a él. En el rostro de los habitantes del pueblo había una mezcla de miedo y rabia, que se incrementaban a medida que el forastero daba su mensaje.

-¿Comprendes lo que está diciendo?- preguntó Satara a Halim al ser incapaz de comprender el idioma en el que hablaba el jinete.

Halim asintió y espero a que el orador hiciese una pausa.

-Viene a avisar de que ha comenzado el reclutamiento- dijo brevemente para poder seguir escuchando.

Cuando el jinete acabó de hablar en morruk, la lengua originaria de la región y que hoy compartía espacio con la que el Imperio había propagado, dio paso al mensaje en esta última. Ahora Satara pudo entender sin dificultad alguna.

-Siervos del magnánimo monarca Abdul III, vuestros hogares y vuestras familias están en peligro. A pesar de la buena voluntad de nuestro monarca por preservar la paz y la prosperidad en la zona, los deseos expansionistas y ruines del Imperio han provocado una agresión obra de oscuras y crueles fuerzas-Hizo una pausa y dio un sorbo a su petaca antes de continuar hablando-. Siervos de Morruk, nos enfrentamos a auténticos diablos que pisotean sus propias escrituras, ningún hombre de dios desataría jamás la guerra contra un pueblo creyente como el nuestro, con un monarca que es una eminencia en el mundo conocido, un representante de la divinidad caminando sobre esta tierra. ¡Por eso, en nombre de Abdul, en nombre del mismísimo y verdadero Luminarië, creador de todo lo bueno de este mundo, os llamo a defender las tierras en las que vuestro monarca tan amablemente os ha dejado asentaros y vivir en paz y prosperidad! En dos días –agitó un pergamino que llevaba en la mano- por orden del rey, serán reclutados todos varones mayores de 16 años para participar en esta gloriosa y santa causa. Así como también recogeremos la mitad de los víveres de los almacenes para garantizar que nuestro glorioso ejército tendrá la fuerza para derrotar al Imperio.

El discurso abrió paso a un silencio sepulcral. Una joven mulata con el pelo del color de una bellota y ondulado como la mar empezó a gritar en marruk al jinete. El que parecía su marido le pegó un bofetón que resonó en los alrededores. La joven, a pesar de ser menuda, se revolvía entre los brazos del hombre intentando gritar. Le mordió la mano y volvió a gritar improperios en su lengua al jinete, que estaba subiendo al caballo después de observar el incidente. Se dio la vuelta y comenzó a hablar hacia la pareja. El hombre, que debía sacarle casi diez años a la joven, la abofeteó de nuevo y la contuvo. Finalmente el jinete se acercó, dijo algo inaudible para Halim y Satara, y volvió a su caballo para emprender la marcha de la misma forma de la que llego, como una estela en el camino.

Satara observó cómo el hombre, corpulento y con la cabeza afeitada, se la llevaba arrastrando de los pelos. Se fijó en los puños de las mujeres, de muchos hombres también, apretados, antes de regresar a sus casas con la cabeza gacha.

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