domingo, 1 de abril de 2012

Los músicos. Capítulo IV: El concierto


Todos se miraron, sonrisa en rostro, y comenzaron a tocar ante los ojos  atentos del público, que a medida que avanzaba a noche iban creciendo en un pequeño goteo como el tintineo de un grifo que no esta bien cerrado. 1,2, 1,2 1,2, sólo la música, el ritmo que marcaba la batería estaba ahora en la cabeza de Patillas y la tensión previa de cada concierto acababa transformándose en relajación a medida que avanzaban los minutos. Cada cuerda una bala, El Abuelo cerró los ojos para sentir la música, disparando con sus cuerdas balas que ahuyentaban los malos pensamientos por un tiempo. Su experiencia le hacía disfrutar desde el primer segundo del concierto. No tenía ningún tipo de tensión, nada que perder tenía ahí, sólo un rato divertido que pasar junto a su contrabajo y acompañado de la música de sus compañeros de grupo. Botines se balanceaba, hacia delante, hacia detrás taconeaba en el suelo, mientras se deleitaba picando en cada una de las cuerdas mientras dirigía miradas al escenario, pero todavía no estaban sus ojos de almendra.

1,2, 1,2 1,2 no quería pensar en lo que ocurriría después del concierto, sólo el ahora, la música relajante. El contrabajo seguía agitándose y las manos de El Abuelo creaban música con la habilidad de una tejedora. Alrededor el mundo fuera del escenario había desaparecido. Solo estaba la música, el cubata de la mesita, y él. Los ojos de almendra seguían sin aparecer, la mente de Botines estaba dividida entre el concierto y la puerta del bar.

En pie, encima del puente, Patillas rememoraba este último concierto, probablemente su último concierto. 1,2 1,2 1,2, ya no servía para alejar a los fantasmas de su mundo. Demasiados problemas, demasiada mierda para soportarla. Veía a El Abuelo haciendo gestos, sus brazos se movían de arriba abajo, también sus labios se movían, pero Patillas no escuchaba lo que decía, en su cabeza sonaba ese concierto. Y murmuró algo difícil de escuchar: ….música…maravillosa. Entonces fue cuando se arrojó a las rocas. No encontraron su cadáver.

Ahora El Abuelo rememoraba aquel concierto y a Patillas, en el hospital con el hígado destrozado. Probablemente sería su última visita al hospital, los médicos ya habían sentenciado que apenas duraría unos días, de hecho era raro que su hígado hubiese podido soportar tanto. Sólo dos personas lo visitaban, Botines y aquella chica de los ojos de almendra, que finalmente no apareció en el concierto pero que hoy estaba allí. Hizo un esfuerzo para hablarles: 

-¿Te acuerdas de aquello que dijo Patillas en el puente? 

Botines se limitó a asentir serio.

-Creo, que el no se refería a que la música es maravillosa, que por supuesto también lo es. Era un cabroncete muy listo- sonrió. 

- ¿Y a qué se refería?

-Creo que dijo que no sólo la música merecía ser maravillosa. Ese era su problema, en su vida, sólo la música era maravillosa

-Nos tenía a nosotros

-Pero seguía viviendo en una prisión. Desde la prisión, podía ver una franja de césped verde que se extiende tras sus muros, y arriba el cielo claro y azul, el sol brillante en todas partes. Pudo ver, estoy seguro, que la vida es hermosa, pero no se encontraba con fuerzas para derribar los muros de esta prisión. Estoy seguro- miro fijamente a los dos, primero a Botines y luego a la chica de ojos de almendra- de que vosotros si que luchareis por destruirla, y que le haréis saber a vuestros hijos que la vida es hermosa, y por ello merece la pena luchar por ella. ¡No se que hacéis aquí, tenéis un futuro de conquistar, nadie os lo va a regalar!

Aquella noche El Abuelo murió apaciblemente, pero su imagen quedo grabada en la memoria de los allí presentes y los dos hijos que tuvieron, que lucharían, junto a otros muchos, para hacer accesible ese césped verde.




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