“Ojalá pase algo que
te borre de pronto,
Una luz cegadora, un
disparo de nieve,
Ojalá por lo menos
que me lleve la muerte,
Para no verte tanto,
para no verte siempre,
En todos los
segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda
tocarte ni en canciones” Silvio
Rodríguez
Mis pies descalzos atravesaban la
arena desnuda, apartándola hacia los lados. Los poros, abiertos, expulsaban el
sudor como si quisieran librarse de todos los males del mundo. Los pulmones se
agitaban y el corazón latía con fuerza y parecía que en cualquier momento iba a
saltar del pecho, volando en pedacitos. Jadeaba, y aunque el sol brillante del
cielo me quemaba, seguía corriendo sin pararme. Quería correr lejos, tan lejos
donde la oscuridad no me alcanzase, aunque tuviese que acercarme tanto al calor
del astro.
Las piernas funcionaban
perfectamente pero la respiración me faltaba, pero yo seguía corriendo. Un
dolor crecía en el abdomen cuando un refulgente brillo me obligó a cerrar los
ojos. Seguía corriendo pero la planta de los pies ya no quemaba, la superficie
que pisaba estaba fría, y me hundía más. Conseguí abrir los ojos, corría por la
nieve, camino a la cima, tal vez del Everest. Cada vez era más difícil avanzar,
las piernas no respondían y acabé tumbado sobre la nieve intentando valerme de
los brazos para avanzar. Con lágrimas en los ojos avancé unos cuantos metros, y
todo comenzó a temblar, una avalancha blanca se cernía sobre mí. Cerré los
ojos.
Los volví a abrir al rato, todo
estaba blanco sobre mí. Giré la cabeza, y allí estaba otra vez en la
habitación. Y también, allí estaban todos sus segundos, todas sus visiones. Se
vuelve a repetir y empiezo a perder la cuenta. Ojalá pase algo que te borre de
pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve. Ojalá por lo menos que me lleve
la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre.
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