Mi recuerdo de aquellos días es difuso y gris como una nube que amenaza con descargar la lluvia y borrar las huellas que se plasman en la acera. Recuerdo un ajetreo de rostros impacientes que realizaban acusadas muecas, que caminaban con presteza, que hablaban sin descanso. Oradores que brotaban en cada esquina, con una voz firme y compañera que captaba la atención de multitud de oídos. Cargas de los faraones y momentánea dispersión, para diez minutos después volver a las aceras ante el desconcierto de la autoridad zarista.
Imagino, pues como ya he explicado mi memoria de aquellos días ha quedado muy deteriorada, como debí coger la mano de mi madre con fuerza, integrada mi pequeña figura en aquel mosaico, en aquella masa despreciada y ninguneada a la que pertenecía. Lo que no imagino es aquel profundo sentimiento que dejaría huella en mí, ese impulso en el corazón, que me transmitían irremediablemente las personas de mi alrededor, aquel deseo irrefrenable de cambiar las cosas, que era alimentado por las palabras que se pronunciaban en su interior.
Yuliya sin ninguna duda alzó el puño y gritó con fuerza y coraje, tenía motivos para ello. Se habían llevado a mi padre, después de haber trabajado para la “patria” durante toda su vida. Habían arrebatado su escaso tiempo libre con más horas en la fábrica, soportando los insultos constantes del patrón, que las acusaba de ociosas e incapaces por su condición de mujeres. Y sin embargo, durante aquellos días no hizo aparición tan valeroso caballero ante la desafiante desobediencia de las obreras, que con tal acción, propinaron un estruendoso puñetazo a la altanería del propietario, demostrando cuán duro es el puño de una tejedora frente a la voluntad de cera del burgués, el cual se derrite y desaparece ante el candor de las masas.
Todo este odio estuvo presente durante los cuatro días que duró la insurrección, mas sólo se contuvo durante el primer día de movilización. Los días siguientes, en los que recuerdo que tampoco trabajé, los soldados de San Petesburgo, miembros de aquella masa que tanto odiaba la autoridad zarista y el patrón, se negaron a disparar en contra la multitud desarmada. El conflicto en el ejército se manifestaba también de una forma virulenta, los oficiales ordenaban disparar, los soldados se negaban. Mas no dudaban en disparar contra la policía cuando esta atacaba a los manifestantes, ni en quemar sus comisarías, nido de los perros del zar. Los cadetes de las academias militares trataban de causar estragos en los manifestantes, y también rauda iba la vanguardia de la guarnición de San Petesburgo a darles su merecido. Tales acciones provocaron que nuevas tropas marchasen sobre la capital, tropas que “misteriosamente” desaparecieron, los que habían sido tratados como peones durante tanto tiempo demostraron disponer de una autonomía inusitada y dejaron el sendero despejado para que la Revolución de Febrero se abriera camino.
Mi madre durante aquellos días invernales sonrió por primera vez en mucho tiempo, lo sé por aquellos sentimientos que se percibían en las movilizaciones, aquel deseo, aquella convicción de parar la guerra derribando al gobierno que quería proseguirla. Si la guerra se detenía, tal vez habría un pequeño respiro para todos, y quizás mi padre regresaría, pero para ello había que hacer otra guerra, la guerra contra el zar y su gobierno de ineptos. Sin embargo, su sonrisa pronto se vería transformada en mueca de decepción.
Imagino, pues como ya he explicado mi memoria de aquellos días ha quedado muy deteriorada, como debí coger la mano de mi madre con fuerza, integrada mi pequeña figura en aquel mosaico, en aquella masa despreciada y ninguneada a la que pertenecía. Lo que no imagino es aquel profundo sentimiento que dejaría huella en mí, ese impulso en el corazón, que me transmitían irremediablemente las personas de mi alrededor, aquel deseo irrefrenable de cambiar las cosas, que era alimentado por las palabras que se pronunciaban en su interior.
Yuliya sin ninguna duda alzó el puño y gritó con fuerza y coraje, tenía motivos para ello. Se habían llevado a mi padre, después de haber trabajado para la “patria” durante toda su vida. Habían arrebatado su escaso tiempo libre con más horas en la fábrica, soportando los insultos constantes del patrón, que las acusaba de ociosas e incapaces por su condición de mujeres. Y sin embargo, durante aquellos días no hizo aparición tan valeroso caballero ante la desafiante desobediencia de las obreras, que con tal acción, propinaron un estruendoso puñetazo a la altanería del propietario, demostrando cuán duro es el puño de una tejedora frente a la voluntad de cera del burgués, el cual se derrite y desaparece ante el candor de las masas.
Todo este odio estuvo presente durante los cuatro días que duró la insurrección, mas sólo se contuvo durante el primer día de movilización. Los días siguientes, en los que recuerdo que tampoco trabajé, los soldados de San Petesburgo, miembros de aquella masa que tanto odiaba la autoridad zarista y el patrón, se negaron a disparar en contra la multitud desarmada. El conflicto en el ejército se manifestaba también de una forma virulenta, los oficiales ordenaban disparar, los soldados se negaban. Mas no dudaban en disparar contra la policía cuando esta atacaba a los manifestantes, ni en quemar sus comisarías, nido de los perros del zar. Los cadetes de las academias militares trataban de causar estragos en los manifestantes, y también rauda iba la vanguardia de la guarnición de San Petesburgo a darles su merecido. Tales acciones provocaron que nuevas tropas marchasen sobre la capital, tropas que “misteriosamente” desaparecieron, los que habían sido tratados como peones durante tanto tiempo demostraron disponer de una autonomía inusitada y dejaron el sendero despejado para que la Revolución de Febrero se abriera camino.
Mi madre durante aquellos días invernales sonrió por primera vez en mucho tiempo, lo sé por aquellos sentimientos que se percibían en las movilizaciones, aquel deseo, aquella convicción de parar la guerra derribando al gobierno que quería proseguirla. Si la guerra se detenía, tal vez habría un pequeño respiro para todos, y quizás mi padre regresaría, pero para ello había que hacer otra guerra, la guerra contra el zar y su gobierno de ineptos. Sin embargo, su sonrisa pronto se vería transformada en mueca de decepción.