domingo, 27 de enero de 2013

Capítulo VII: El ojo del huracán




En un principio las naves que habían aparecido en el horizonte avanzaron normalmente hacia la batalla que ya estaba dando sus últimos coletazos. Cesar y Tito tiraban por la borda a algunos hombres y acuchillaban a los que se encaraban. Sus rostros estaban rojos de furia, y cuando acuchillaban a algún enemigo procuraban no mirarle a los ojos. Aún así, su entrenamiento militar hacia que sus movimientos fuesen marciales y sus cortes técnicos y precisos. Shakes bajó rápidamente y habló con Barbablanca, luego reunió algunos hombres que estaban en retaguardia ya sin rival al que enfrentarse, y atravesaron la pasarela volviendo a su barco. 

Al poco tiempo aparecieron con velamen de repuesto, que una vez terminada la batalla comenzaron a colocar. Mientras lo hacían, los barcos se divisaron con mayor nitidez y esto acaparó la atención de la tripulación. En ese momento comenzaron a virar y a dar la vuelta, probablemente asustados por la escena que minutos antes se había dado y cuyos resultados no se podían ocultar.  Satara levantó la vista y divisó su odiado símbolo en las velas.

-Son embarcaciones del Imperio, darán la voz de alarma si no acabamos con ellas.

Los tripulantes se miraron y por un momento dejaron de atender a sus tareas. Shakes hizo la pregunta que todo el mundo tenía en su cabeza.

-Capitán, ¿vamos a seguirlos?

-No tenemos capacidad, si lo hiciéramos entraríamos en aguas con patrullas y después de acabar con ellos nos encontraríamos con más naves que tendríamos que exterminar. Debemos salir de aquí cuanto antes para evitar que nos sigan.

Shakes hizo señas a las otras tripulaciones para que no emprendiesen la persecución y estas se colocaron en posición defensiva hasta que el barco con las mercancías estuvo listo para navegar.

La mitad de la tripulación de Barbablanca se quedó en la cubierta del navío conquistado, con Shakes al mando. Lentamente comenzaron a virar mientras los barcos del Imperio se alejaban a toda velocidad. Desde lo alto de uno de los mástiles Satara observaba con un catalejo el horizonte en busca de alguna novedad. Afortunadamente consiguieron llegar con el barco a su campamento sin que ninguna embarcación más se divisase, había estado cerca. 

Una vez allí abrieron las bodegas de la carraca, descubriendo grandes cajas que se amontonaban. En su interior un enorme cargamento de ropas lujosas, mantas y en menor medida algunas pieles para el invierno. También había unos cuantos barriles de vino y un par de cajas más pequeñas de vajillas lujosas con exóticos dibujos grabados en los platos de plata y en las ornamentadas copas. Una vez examinado el cargamento volvieron a colocar todo dentro de las cajas excepto la ropa de abrigo que la usaron para abastecer el campamento. Vararon el barco junto al campamento con gran esfuerzo, las tripulaciones de las embarcaciones más grandes, las de Barbablanca y El Toro comenzaron a tirar para ser relevadas por las de las tres embarcaciones restantes. Mientras tiraban, entre bocanada de aire y bocanada de aire los marineros maldecían por el duro día de trabajo. Una vez la embarcación estuvo encallada en la orilla, junto al campamento, Barbablanca ordenó sacar el cargamento y separar algunas cajas con ropas para la tripulación y otra para los habitantes del pueblo, un pequeño presente con el que se asegurarían la simpatía de los villanos. Después comenzaron las arduas labores de desmantelamiento de la carraca, cuya madera, resistente al agua y buen estado, podía ayudar a mejorar las chozas del campamento. No obstante cuando sacaron los primeros mástiles la luz del sol ya comenzaba a escasear.

Al calor de las hogueras, los marineros reposaron después del arduo día, y rápidamente todos excepto aquellos encargados de las guardias, durmieron. También entre los guardianes hizo estragos el cansancio, que actuó como una soporífera droga. Sin embargo, Satara no podía dormir. Un agudo dolor se extendía por su antebrazo izquierdo.

Abandonó su tienda y fue a refugiarse en una encina solitaria y algo alejada. Descubrió su antebrazo, la mancha que había teñido sus manos de un color negro como el carbón. Esas pequeñas y casi imperceptibles escamas comenzaban a brotar como pequeños puntos aislados cerca de las muñecas. El proceso seguía avanzando y Satara no sabía cuánto tardaría en llegar a su fin. Había hallado algo en aquel libro cuando visitó al Refugio, pero ni siquiera los libros antiguos eran específicos en plazos, también hablaba de sujetos que no lo habían superado.

Con el dolor constante no estuvo mucho tiempo allí sentado, A una prudencial distancia de la orilla, un poco antes de donde los árboles comenzaban a echar sus raíces, se detuvo a examinar las plantas. Podía distinguirlas perfectamente, algunas amapolas, y allí, en el lugar indicado, unas cuantas adormideras, que crecían con sus tallos finos y alargados. Cogió unas cuantas y las guardó en una bolsita. Machacó la flor de una de ellas con la empuñadura de un cuchillo que había conseguido de uno de los cadáveres de la refriega y después se acercó a los suministros. Uno de los piratas que estaba de guardia, medio dormido, levantó un párpado y luego se recompuso rápidamente tratando de aparentar que estaba en plenas facultades. Al ver que Satara agarró una botella de licor y se marchó no tardo en volver a buscar de forma instintiva una postura cómoda en la que volver a cerrar sus párpados.

Volvió a los grupos de tiendas de su tripulación y dio un trago a la botella de ron que había sustraído. Tragó, ayudándose del licor, la adormidera que había machacado y finalmente el sueño y el cansancio vencieron al dolor.

Para Cesar y Tito, aunque fueron de los primeros que cerraron sus ojos, la noche fue larga, ambos se daban la vuelta hacia el otro lado de la hamaca cada poco tiempo. Shakes sin embargo se durmió pronto, aferrado a la característica moneda que le gustaba lanzar al aire. Barbablanca revisó las mercancías otra vez antes de irse a descansar y cuando llegó a su hamaca se durmió profundamente, sabía que necesitaría aquellas horas de sueño.

Los siguientes días los dedicaron a desmontar la carraca y asentar el campamento. Además Shakes y unos cuantos hombres más, dejaron el campamento con un carromato que previamente habían comprado en el pueblo. El carro estaba lleno de los enseres que habían saqueado y no necesitaban. Si les daban salida tendrían unos cuantos maravedíes para mejorar el campamento. Añadidos a la recompensa que podrían obtener por el boicot a los barcos de la Flavio Timur, también en maravedíes, podían hacer una auténtica fortuna. Además, contaban con la ventaja de que los maravedíes podían gastarse en todo el norte del continente, y pasando El Estrecho también. Los maravedíes habían tenido su origen en el Imperio y extender la moneda era una forma más de tener cierto control sobre unas regiones que no estaban adheridas a sus dominios. Ocurría lo mismo con la lengua, la extensión de los templos de Luminarië, que difundía la ideología religiosa y “civilizadora” bajo una única lengua, provocaba que fuese cada vez más utilizada. Añadido a esto, también se encontraba el factor de que el idioma oficial del Imperio era también lenguaje de los negocios. Incluso en un pequeño pueblo como el que estaba al lado del campamento, comprendían el idioma y podían hablarlo con cierta soltura aunque con un marcado acento morruk.

Los barcos apenas se movieron durante esos días para realizar nuevos asaltos. Sólo Smith y Castelar salieron a la mar para comprobar el tráfico de barcos. Las embarcaciones del Imperio habían reforzado la seguridad, probablemente bajo órdenes de Flavio. En el próximo asalto no lo tendrían tan fácil, por eso Barbablanca, mientras Shakes y algunos hombres más colocaban las mercancías en el mercado, quería esperar a ver si las defensas volvían a relajarse.

Durante estos días los dolores en el antebrazo de Satara se calmaron y este pudo reservar más adormidera para cuando la necesitaba, porque sabía que tarde o temprano esos dolores volverían, probablemente más agudos.

Aproximadamente un mes después, con un campamento que ya parecía un pequeño poblado, volvieron Shakes y los marineros con unos saquillos llenos de maravedíes y nuevas noticias que contar. Barbablanca los llamó a su tienda ansioso de conocer las novedades.

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