viernes, 4 de enero de 2013

Capítulo VI: Al abordaje (Parte 3)


Barbablanca se reunió primero con los capitanes y oficiales para analizar la situación. Según las informaciones que le habían proporcionado Smith y Castelar, la ruta comercial era transitada, raro era el día en el que no apareciese ningún convoy, de los cuales una parte importante, un tercio durante el tiempo que estuvieron observando, pertenecían a La Compañía. El resto eran también mayoritariamente embarcaciones procedentes del Imperio, por lo que no era descartable que si se hallaban en condiciones de combatir cuando se produjese el asalto, acudiesen en ayuda de los navíos de la compañía. Según el relato de los capitanes la nave principal que era una gran carraca, en una ocasión habían visto incluso un galeón. Ambas presumiblemente con una enorme bodega, iba escoltada en algunas ocasiones por veloces y maniobrables carabelas repletas con arpones, cuya más que segura función se limitaba a la vigilancia.

Shakes por su parte había investigado las principales ciudades de El Estrecho. Como se temía, a este lado no había ninguna parada. El rango de influencia de La Compañía llegaba hasta tal punto que sus mercancías descansaban bajo la atenta mirada de La Vigía, una temible fortaleza que hacía las veces de puesto avanzado de El Imperio y desde cuya cima se dominaba todo El Estrecho. Para proteger este enclave estratégico contaban además con varios galeones, además de naves más pequeñas para proteger su posición. Es decir, si querían salir ilesos, debían ser rápidos y precisos en el abordaje.

-Necesitamos todos nuestros barcos para esta operación-sentenció Barbablanca pronunciándose finalmente- Dejaremos en el campamento lo justo y necesario para asegurarnos de que tendremos un sitio al que volver después de la operación. Las carabelas hay que destruirlas de forma inmediata. Smith y Castelar se encargarán de cerrarles el paso, si alguna embarcación da la voz de alarma podríamos tener un problema -hizo una breve pausa-. Tenemos a nuestro favor la velocidad, aunque sean carabelas imperiales dudo que puedan superarnos en maniobrabilidad. Mientras tanto, El Toro se dedicará a lo suyo con una de sus carabelas –en ese instante asintió y luego crujió sus nudillos- Ahmed, la otra carabela es tuya, que sólo queden cenizas- miró a Ahmed, un hombre menudo, moreno y de pelo ondulado que rozaba sus hombros- Por último, yo y mi tripulación nos encargaremos de la carraca o galeón hasta que podamos recibir ayuda.

-¿Y que vamos a hacer con esa embarcación? –preguntó el Toro.

-Si tenemos tiempo, nos la llevaremos, si no, no nos quedará más remedio que hundirla.

-¿Y con la tripulación? –añadió Shakes.

Barbablanca negó con la cabeza antes de contestar.

-Vamos con el tiempo justo, o por la borda o a cuchillo.

Ultimaron los detalles de la partida y reunieron a las tripulaciones en el centro del campamento, donde Barbablanca tomó la palabra y explicó a los marineros la operación. Después cada capitán de barco, escogió a dos de sus hombres para que vigilaran el campamento. Diez en total se encargarían de tener todo listo para su regreso. 

Pasaron dos días antes de que salieran del campamento, tiempo que Satara utilizó para buscar un arma en la bodega del barco. Paso un largo rato tomando entre sus manos las distintas armas, bracamantes, dagas, espadas largas y cortas, y alguna cimitarra. Ninguna le convenció, pero finalmente se decidió por la cimitarra. Cogió los dos ejemplares que estaban en mejor estado. Rebuscando encontró un cinto al que atarlas y ya no se separó de ellas. Primero las afiló y luego fue a practicar un poco. Cuando se dio cuenta ya casi era la hora de partir.

Salieron en formación, ahora El Toro la abría y Barbablanca la cerraba. Antes de que el sol llegase a su punto más álgido ya estaban llegando a su lugar. Se divisaron tres embarcaciones, tal y cómo Smith y Castelar habían dicho. Shakes miró desde lo alto del mástil con el catalejo. Allí estaba, el característico símbolo de Luminarië, una enorme carraca y sus dos carabelas que la seguían de cerca, una delante y otra detrás.



Cambiaron la formación, Smith y Castelar avanzaban ya con todas las velas desplegadas y se acercaban velozmente a las embarcaciones. A no más de cincuenta metros de la popa le seguían de cerca las tres barcos restantes. Cuando ya estaban a unos ciento cincuenta metros, Ahmed y sus hombres viraron a la derecha en dirección a la costa, flanqueando a los navíos de La Compañía. A la cabeza Smith y Castelar desplegaron los remos para atravesar velozmente los tres barcos y situarse a la cabeza. El Toro también desplegó a sus remeros trazando una curva más amplia hacia la izquierda, como si estuviese cogiendo carrerilla. Por su parte, Barbablanca no había desplegado a los remeros, es más, en la cubierta esperaban casi todos los hombres y unos cuantos arpones dispuestos a disparar los ganchos que los anclarían a la carraca.

Ahmed inició la contienda atacando a la carabela de retaguardia, que a toda prisa había ocupado a sus hombres en los arpones para defenderse. Se dio la peculiaridad de que fueron los defensores los que atacaron primero, atravesando mortalmente a dos hombres e hiriendo a otros dos, y dejando por el camino algunos desperfectos en la cubierta. Pero el contraataque fue devastador. La tripulación de Ahmed había pasado más tiempo preparando su ataque, y las puntas de las flechas de sus arpones estaban embadurnadas en brea. Incluso detrás de la borda, a medio camino del mástil más grande, tenían dos pequeñas catapultas, con varias botellas, rellenas de brea. Lanzaron las botellas, que dejaron el suelo de cubierta enegrecido e inmediatamente se dispararon los arpones con las flechas incendiadas, que no se centraron en ningún objetivo humano, el fuego ya daría buena cuenta de ellos. Apuntaron a las velas para evitar que pudiese maniobrar y moverse. El resto fueron a parar mayoritariamente a los sitios mojados por la brea. 
En la tripulación enemiga cundió el caos, algunos corrieron desde sus puestos en busca de agua para evitar que el barco saliese ardiendo. Otros pocos se mantuvieron en sus puestos disparando los arpones, que hirieron a alguno de los hombres de Ahmed.

Mientras tanto las embarcaciones de Smith y Castelar se habían colocado en cabeza, tratando de evadir las andanadas de flechas y virotes que lanzaban desde los arpones y ballestas. Algunas fueron respondidas, pero una gran parte de la tripulación estaba destinada a las maniobras de contención. Gracias a estas maniobras la carabela no pudo advertir hasta que fue demasiado tarde que una embarcación se le echaba encima. Eran los hombres de El Toro. En cubierta sólo estaban el capitán, el timonel y algunos piratas para manejar las velas, los arpones estaban vacíos. Todos estaban en los remos y la que unos minutos antes podía parecer una embarcación pesada y lenta ahora podía medirse en velocidad con las ligeras carabelas, incluso con los barcos de Smith y Castelar. El mascarón de proa, de acero, acabado en punta, y con el rostro de un Toro con dos grandes cuernos grabado, avanzaba inexorable  hacia el casco de la carabela. El acero del mascarón chocó, abriendo una  enorme brecha en el casco a tal velocidad que partió la embarcación en dos mientras se escuchaban las voces desconcertadas y desgarradas de los tripulantes.

Cuando una de las carabelas era embestida y la otra comenzaba a arder los hombres de Barbablanca ya se habían enganchado a la carraca y habían colocado una pasarela. El galeón de Barbablanca había echado el ancla varando también a su enemigo, que esperaba ya armado en su borda. Satara, sopesó sus cimitarras a la espera de la orden de abordaje del capitán, que no tardó en ser dada. En tropel, atravesaron su pasarela y se desató una dura refriega en la que Barbablanca participó activamente. Satara entabló combate cerca de uno de los mástiles. Su enemigo llevaba una espada larga, bastante más afilada y en mejor estado que las armas que había visto en la bodega de Barbablanca. Sin embargo no fue muy difícil acabar con él. Con una de las cimitarras Satara mantuvo ocupada su espada, mientras se iba acercando más y más, hasta que estuvo casi cara a cara, dejó entonces que se confiase y avanzase en una estocada, y entonces, atravesó el estómago de su enemigo con la cimitarra de la mano izquierda. Se desembarazó rápido del cuerpo para detener el ataque enfurecido de otro de los marinos que se dirigía hacia él empuñando un bracamante. Se giró y le puso la zancadilla, cuando cayó fue fácil apuñalarlo. Entretanto Shakes observaba y disparaba con precisión con la ballesta en retaguardia, avanzaba tratando de pasar desapercibido hasta que al fin llegó a uno de los mástiles. Subió a lo alto, y desde arriba rajó las velas. Aún en el fragor del combate Satara se dio cuenta cuando la vela mayor, que portaba el símbolo de Luminarië, se deshizo. No pudo evitar sonreir. Así hizo Shakes con todas las velas, pero antes de lanzarse con la última, su rostro se mostró preocupado, a lo lejos se divisaban dos embarcaciones.

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