viernes, 24 de agosto de 2012

Capítulo IV: Grumete




Pasaron varios días hasta que Satara se habituó a la nueva nave. A pesar de que había sido liberado de sus grilletes, las marcas enrojecidas en los tobillos y las muñecas todavía escocían con la humedad y el contacto con el agua salada. La costa se divisaba lejana, y lo más cerca que habían estado de tierra durante aquellos días era de algunas diminutas islas separadas del resto del vasto continente. Barbablanca, desde el timón, daba órdenes a los marineros. Los nuevos prisioneros, eran tratados sin ningún tipo de resentimiento por el resto de la tripulación, y además disfrutaban de total libertad de movimientos. Después de todo sólo podían abandonar el barco tirándose al mar. Las raciones eran escasas, pero nadie se quedaba sin comer, todos eran necesarios para mantener el barco operativo. Los nuevos servían para las tareas que podía realizar cualquiera, limpieza, reparación y ajuste del velamen. En el más alto de los tres mástiles solía estar Shakes, el hombre vestido de blanco que habitualmente lanzaba una característica moneda al aire. Estaba siempre vigilante a cualquier anomalía en el horizonte.


Junto al barco de Barbablanca, navegaban otros cuatro más, que durante en asalto se habían encargado de espantar a las escoltas y con los que se había repartido el escaso botín. Lo único que habían sacado de provecho habían sido las armaduras de los paladines y algunos víveres. De hecho la tripulación estaba algo malhumorada por el paupérrimo botín que habían conseguido.
Mientras Satara se hallaba en estos pensamientos, apoyado en la borda y con la vista en el mar, divisó tierra. A medida que avanzaban, la isla iba cobrando forma. Era pequeña, y desde allí ya se veía también una montaña, probablemente la única en aquella reducida superficie. Cuando estuvieron a la distancia suficiente, Satara pudo ver un muelle chapucero y que daba la impresión de estar abandonado a juzgar por el estado de los tablones de madera. Toda la tripulación se puso manos a la obra al ritmo de la voz del capitán. Los marineros ataron las amarras y también soltaron el ancla. Las otras naves echaron amarras también. Excepto aquellos que quedaron encargados de la vigilancia de las embarcaciones, los piratas bajaron. Caminaron durante unos minutos hasta dar con un lugar con algunas chozas de madera y un círculo de piedras, a medio tapar por la arena que a todas luces había sido una hoguera. Por primera vez pudo ver Satara a los capitanes de las otras embarcaciones, que frecuentemente se dirigían a Barbablanca para concretar las tareas de abastecimiento. Finalmente, con los marineros allí reunidos se formaron varios grupos, uno encargado de encontrar agua, otro de procurar madera y otro de conseguir los alimentos necesarios para la cena. En este último fue asignado Satara, bajo el mando de uno de los capitanes, al que llamaban comúnmente El Toro, de cabeza afeitada, fornido y con una llamativa cicatriz en el brazo izquierdo. El Toro se acerco a Satara, el único que no tenía nada y le dio un machete.

-Espero que no se te ocurra hacer ninguna tontería, aunque a juzgar por dónde te encontramos no creo que tengas nada de que quejarte

-La verdad es que me alegro de estar entre honrados marineros-respondió Satara con una media sonrisa en los labios.

-Por cierto, espero que eso de las manos no sea contagioso, no es que seamos excesivamente escrupulosos con la higiene en nuestra tripulación, pero, aunque las historias nos tilden de temerarios, fundamentalmente amamos la vida, una buena bebida y una mujer al llegar a puerto por encima de todo.

-No hay de que preocuparse, si enfermo suelo cuidarme de no perjudicar a aquellos que me han ayudado –argumentó, evitando dar explicaciones.

El Toro miró a Shakes, que durante todo el tiempo había estado lanzando una moneda al aire. La lanzó una vez más y luego la guardó en un bolsillo del interior de su capa. Agarró la ballesta con ambas manos y dijo: -Como siempre, ¿no?, yo me encargo de que no se vuelvan a mover y vosotros hacéis el resto.

-Efectivamente, manos a la obra entonces.

La comitiva avanzó durante varios minutos hasta dejar las vistas de la playa atrás y en dirección a la solitaria montaña. En la falda la vegetación era abundante y en algunas zonas los árboles se apelotonaban. Shakes, que iba más adelantado que el resto del grupo, alzó la mano izquierda y El Toro hizo lo mismo y dijo: -Alto, a partir de ahora silencio y permaneced conmigo.

Shakes se agachó y prosiguió el sólo, adentrándose en una zona de árboles. Durante unos diez minutos esperaron los seis marineros encargados de recoger la comida hasta que volvió a aparecer haciendo gestos para que se acercasen. Los llevó entre los árboles hasta el cuerpo de un jabalí muerto. El Toro ordenó a tres de sus hombres que lo llevaran al campamento. A ver si cogemos otro como ese, si es así tendremos un buen banquete- sentenció cuando vio que los tres hombres lo levantaban con dificultad. Tardaron alrededor de dos horas, y cuando llegaron al campamento llevaban otro jabalí, un par de conejos y una codorniz. A un lado, Barbablanca hablaba con uno de los capitanes, que se había encargado de recolectar madera.

-Se han fugado dos de los marineros que sumasteis a vuestra tripulación en la última refriega.

-¿Les disteis algún tipo de arma?

-No nos fiábamos de ellos, así que les ordenamos que cogieran ramas sueltas.

-Pondremos guardas por si acaso, por lo demás no hay que preocuparse conseguiré dos nuevos grumetes cuando paremos en el próximo puerto, aquí, sin armas, no creo que duren mucho, y si intentan escapar de la isla, morirán de sed antes de encontrar tierra ¿Qué hay de los otros, os han dado algún problema?

-Ninguno, de hecho ni siquiera fueron a coger madera con sus compañeros, supongo que sabían de su intento de fugarse.

Entretanto Satara y el grupo de caza despellejaban con machetes los jabalíes y dejaban todo a punto para que pudieran ser cocinados. El astro comenzaba a tornarse anaranjado, y la luz fue apagándose en el campamento hasta que se encendió la hoguera para cocinar la cena y un perímetro de antorchas para alumbrar la zona circundante a las chozas.

Pronto estuvieron cenando todos alrededor de la hoguera, y los marinos comenzaron a contar sus historias. El Toro empezó la historia de cómo llego a ser capitán de barco. Había servido en el ejército durante varios años. Fue amonestado y castigado varias veces por insubordinación hasta que finalmente lo condenaron a diez años como remero en una galera. Cuando terminó de contar como había llegado a la galera dio inicio al verdadero relato. Explicó, como, cansados del trato del capitán, los remeros se amotinaron y a ellos se unieron algunos marinos que no profesaban precisamente simpatía por el capitán. El motín trajo como consecuencia que tanto el capitán como su segundo de abordo fueran arrojados por la borda, junto con sus partidarios. Fue en aquel incidente donde se ganó el sobrenombre de El Toro, por el que todos le conocían ahora. Cuando el caos reinaba en cubierta, El Toro con la cabeza por delante se abalanzó como un poseso sobre el capitán propinándole un cabezazo que lo arrojó de un golpe por la borda. Algunos de los piratas de su tripulación asintieron y uno de ellos dijo: - Me acuerdo que en aquel momento yo estaba en el suelo y uno de los perros del capitán me había herido con su hoja- levantó la camisa para mostrar la cicatriz que recorría el costado- y de repente lo veo correr atravesando media cubierta, y al capitán volar por los aires y perderse por la borda.

-Y así fue como tomamos ese barco que habéis visto en el muelle, aunque si lo comparamos con cómo era entonces, después de tantas remodelaciones ya apenas se parece- sentenció El Toro finalizando la historia.

Después de la cena se organizaron los relevos de guardia de los barcos. A uno de ellos fue asignado Satara, junto con Shakes y algunos marineros más. Los piratas que estaban de guardia recibieron con agrado el relevo. Los de refresco se diseminaron a lo largo de popa y proa para visualizar todo el perímetro, y el recién acogido grumete y el segundo de abordo se ubicaron en el castillo de popa, cerca del timón. Shakes se apoyó de espaldas a la baranda con una mano mientras con la otra comenzaba a lanzar la moneda, que de vez en cuando refulgía con la luna que asomaba entre las nubes. Satara, se apoyó con ambas manos mirando al mar.

- Me pregunto por qué te tenían preso tan honorables señores, parece el resto de nuevos grumetes sigue teniendo presente su vida pasada –inquirió el hombre de blanco con naturalidad.

-Supongo que sabrás a que cuerpo pertenecían.

-Algo he oído, pero quién no conoce hoy a los guardianes de Luminarië, los límites de su imperio son casi inabarcables, y son soldados duros en combate, admirados y temidos por su devoción a la causa. Un enemigo a tener en cuenta.

-Exacto, aunque lamentablemente para ellos, y afortunadamente para nosotros, las batallas navales no son su fuerte, lo suyo son las batallas a campo abierto y los asedios. Entonces, ¿qué crees que podría llevar a los mismísimos paladines de Luminarië, esos tan admirados y temidos hasta uno de sus protectorados para capturar a un sólo preso?

-Lo primero que pensaría sería sin duda en algo relacionado con una herejía, pero por un simple caso de herejía dudo que movieran cielo y tierra, y que expresamente ellos te escoltasen hacia tu prisión- Shakes lanzó la moneda al aire y la recogió. Tiene que haber algún tipo de móvil más…terrenal.

Satara esbozó una sonrisa ladina antes de pronunciarse y durante un par de segundos se hizo el silencio.

-El verdadero problema de una herejía como ellos llaman, es que remueva los cimientos de su estabilidad, que a pesar de su aparente resistencia y vigor, no tienen más solidez que un castillo de arena. En mi caso, la herejía amenazaba con crear un foco rebelde en el imperio que socavase aquello que se habían esforzado en mantener durante mucho tiempo. Lamentablemente, me dí cuenta de esto demasiado tarde y la situación volvió a estar bajo control para Luminarië y los suyos, aunque que siguiera vivo y en alguna parte seguía suscitando temores. Por eso me capturaron, me hicieron preso y me llevaban a una ejecución pública en la Capital, para asegurarse de que sellaban definitivamente la fisura que se había abierto en su imperio.

-Así que un rebelde, ¿y cómo quebraste su estabilidad exactamente?

-Fue algo en un principio inconsciente, pero no puede atribuírseme toda la autoría, sería harto simplista. De todas maneras, tendremos más ocasiones para que pueda seguir relatando como su castillo de arena amenazó con desmoronarse. Ahora, la verdad es que tengo interés en saber como llegaste aquí. Supongo que también tendrás una historia.

-Bueno, no es una gran historia como la de El Toro, y podría resumirse en una palabra: dinero.

-Podría ser, pero sin embargo, hay otras formas de conseguir dinero en tierra y cerca de los seres queridos. No tengo mucha experiencia en piratería, pero es lógico pensar que debe ser el refugio de proscritos, desertores del ejército y…herejes –en sus labios apareció una leve sonrisa. Si formas parte de cualquiera de esas categorías seguro que además del botín hay alguna historia detrás.

Para no haber ejercido nunca de “honrado marinero” no vas desencaminado. Está bien, puedo decirte que soy del primer grupo. Y si, traté de conseguir dinero, después de que nos quedáramos sin tierra para cultivar, primero como carpintero, luego como ladrón, y cuando esto falló también, no me quedo más remedio que dedicarme al mar. Lo cierto es que no me quejo, mi destino podría haber sido peor, y cuando consiga suficiente dinero podré cumplir mis objetivos.

-¿Y que objetivos son esos?

-Se puede decir, que algo más elevados que el dinero por el dinero, pero, como tu has dicho, tendremos más ocasiones para relatar, así que pasemos a temas más triviales.

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