jueves, 18 de marzo de 2010

El Monstruo (II)

La mole de metal se alzó y viró hacia la izquierda a una velocidad vertiginosa, no podía permitirse un alto en el camino en territorio hostil. Una fuerte sacudida arrojó al suelo a Martí y a Pereira, que permanecían en pie, agarrados a la silla situada frente a los controles. La nave abandonó el caudal del río con dificultad e inmediatamente encontró varios vehículos que se cruzaban en su camino. No obstante, la tendencia ascendente que se había fijado desde la cabina evitó un choque directo con estos, aunque, probablemente, tras de sí dejó alguno de los coches con daños producidos por las piedras que el aparato había levantado. Una vez sorteado el inoportuno obstáculo, los tripulantes respiraron aliviados y los que aún permanecían en el suelo se pudieron levantar, a la vez que “El Monstruo” volvía al cauce, ahora más cercano a la orilla ante la posibilidad de cruzarse con nuevos puentes.

Tras un tiempo siguiendo el río, este quedó atrás, ya que tomaba rumbo a las montañas. El grupo avanzó por la superficie a una velocidad menor a la que mantenía en el río, ya que el terreno no era uniforme ni llano y era necesario evitar en ocasiones superficies pedregosas o muy abruptas. “El Monstruo” se comportaba de una forma que infundía poca seguridad al grupo en la tierra, y todo el equipo permanecía atento en la cabina de control, vigilando cualquier anomalía.

Unas horas de viaje más bastaron para dar con el Mar Negro, y los suspiros y algunas expresiones de júbilo por parte de Rostilav, Mamadou y Frida no se hicieron esperar. Las aguas estaban calmas y la máquina se desplazaba rápidamente. Apenas se divisaban embarcaciones, sin embargo, esto era interpretado por los tripulantes con cautela, si cabe con temor. Que no estén aquí, puede significar que la marina nos espere reforzada en otro punto –Sentenció Pereira en un pulido castellano.

Mientras avanzaban por el mar, Rostilav abandonó los mandos y paseó por las arterias de “El Monstruo”, admirando aquella obra técnica, deleitándose en sus pasillos. Soplaban nuevos tiempos, la destrucción del viejo y decrépito mundo estaba un paso más cerca, y con ello la destrucción del viejo hombre, la destrucción de uno mismo y la transformación en algo nuevo, diferente, fresco, libre de la lepra de la amargura que tantas canas le había causado –reflexionaba, a trozos murmurando, mientras caminaba con ojos curiosos. Posó la mano en el metal frío, le pareció sentir la respiración de “El Monstruo”, su corazón de fuego que de nuevo había comenzado a latir, y con fuerza. Unos pasos interrumpieron la concentración de Rostilav, Frida también había decidido contemplar con mayor detalle el coloso de metal. Con su usual acento mesoamericano inquirió acerca de las pesquisas de su compañero, que se limitó a halagar la técnica que poseía el vehículo, y las posibilidades de avance que se abrían de continuar la mejora y perfeccionamiento de características.

El cielo se tornaba ya en anaranjado mientras la rauda sombra galopaba sobre el agua salada, desplazándola y acabando con su quietud durante unos instantes. Frente a la sombra, se dibujaba un grupo de siluetas grandes, apelotonadas como un muro, que formaban bloqueando su camino.

Los buques cobraban forma a medida que “El Monstruo” se acercaba, y desde la cabina, donde ahora estaban reunidos todos, se observaban dos acorazados que apuntaban con los cañones, así como volaban sobre ellos un par de helicópteros amenazadores. La tripulación al unísono, asintió, como ante una enérgica decisión. El desplazamiento era constante, y pronto comenzaron a zumbar desde el fondo los cañones, como fuegos de artificio que despedían al sol. Quedaron los proyectiles tras su veloz adversario que ganaba terreno antes de que estos pudieran recalcular su posición. Asombrados, desde el acorazado miraban como “El Monstruo” parecía no detenerse sin importar si por el camino topaba con el acorazado y se hundía con el en fondo del mar.

De forma inesperada, en los últimos segundos, el aparato despegó unos metros del suelo y traspasó el acorazado, llevándose en el acto parte del puente de mando. Desde los helicópteros, ametrallaban en vano la mole de metal, que los dejo atrás rápidamente. Desde la lejanía, los helicópteros trataban de ganar terreno y disparaban sin éxito.

domingo, 14 de marzo de 2010

El Monstruo (I)

Rostilav fumaba, y su mano derecha se deslizaba por su cabello castaño, que ya se tornaba en gris. Después de infinidad de viajes había llegado hasta “El Monstruo”, y ahora permanecía allí, reflexivo e inquieto ante el mundo nuevo que divisaban sus ojos. Posado sobre su piel, esperaba, miraba los dos camiones parados y a sus compañeros de viaje. Estos, observaban impresionados la mole y se acercaron a palparlo. Pronto bajó de la mansa pero férrea piel de “El Monstruo” y comenzó el trabajo. Era necesario que la bestia de hierro se llenase de combustible antes de poder salir de allí, así como reparar lo imprescindible para despertarla y romper la quietud que la había mantenido inmóvil durante largas décadas.

Mamadou  y Pereira sacaron el combustible de los camiones y empezaron a llenar el depósito. El resto del equipo, inspeccionaba el interior, deslizándose con una familiaridad que era contrariada por la curiosidad y emoción. Frida halló desperfectos provocados por el paso del tiempo y fue necesario un tiempo para rehabilitar los pasillos, desempolvar los mandos y preparar todo para la apresurada marcha. Rostilav caminaba impaciente, sus botas hacían retumbar continuamente la superficie metálica de los  estrechos pasillos del aparato, era necesario darse prisa, de lo contrario…En esas cavilaciones andaba este cuando desde el walkie Mamadou informó de que se acercaban vehículos al lugar.

Raudos, acabaron Pereira y Mamadou de llenar el depósito e inmediatamente pasaron a estar bajo la piel protectora de la mole. Rostilav ocupó los mandos junto a Frida y Martí y arrancó los motores. Vibró “El Monstruo” mientras los corazones de los tripulantes respiraban junto a la maquinaria, y los lejanos todoterreno que habían divisado desde el exterior ya estaban a poco más de mil metros de su objetivo. Sin embargo, de poco sirvió la velocidad de los vehículos, la bestia había despertado, y con el rugir de sus motores, bajo él se levantó una nube de polvo, como un viejo mueble cuando, tras mucho tiempo sin darle uso, es limpiado por una ráfaga de viento. Después de su impactante levitación, se desplazó rumbo al agua, primero, con la lentitud de un niño que camina por primera vez, luego, con la velocidad de un experimentado atleta.

Atrás quedaba la tierra y los perseguidores, mas ahora el problema era abandonar el Mar Caspio y poder llegar al Mar Negro. La incertidumbre dominaba toda la cabina de mando, y durante unos minutos, reinó un incómodo silencio.

-Es hora de probar este cacharro en tierra, me temo que no será sencillo, pero es nuestra única oportunidad para llegar a Atenas –Se pronunció finalmente Rostilav.

-Adelante pues, no tenemos más opción que atravesar por las llanuras, aprovechando el mayor trecho posible del río Kuma- Añadió Frida.

Continuaron precisando la ruta a tomar realizando indicaciones en un mapa, tratando de evitar las poblaciones y grandes urbes para llamar lo menos posible la atención. A medida que se acercaban a la desembocadura del Kuma, se divisaban pequeñas embarcaciones de pescadores, probablemente jóvenes, que no habían visto jamás a “El Monstruo” en movimiento.

Mientras se acercaban a la desembocadura del río y avanzaban en línea recta, Rostilav sacó una moneda pequeña de su chaqueta negra, murmurando algo imperceptible. Inmediatamente hizo lo mismo con una un poco más grande, y luego con una pequeña placa metálica con inscripciones y un dibujo. Esbozó una sonrisa amarga después de mirar los objetos durante unos instantes, y cuando iba a guardarlos Frida preguntó acerca de ellos. Contestó el piloto que eran recuerdos de viejos tiempos, cuando los pelos grises no habían asomado aún en su cabellera. Reflexionó también acerca de sus pensamientos en aquel entonces, sus esperanzas en mantener los lazos con aquellos que le preocupaban. Había llovido tanto, y la lluvia se había llevado tantas cosas, que lo único que quedaba de entonces era casi de forma exclusiva su vida y aquella “R”, para la que había trabajado durante tanto tiempo y con tanto empeño. A la par de la conversación, parte del grupo abandonó la cabina para estudiar más en profundidad la anatomía y el interior de “El Monstruo”.

La desembocadura del río estaba cerca, y la atención sobre los mandos volvió a ocupar a la tripulación, que tras una breve distensión se volvía a la tirantez y nerviosismo del peligro. Las manos del piloto estaban inquietas, se movían haciendo virar al aparato que se encaraba para penetrar en el cauce. A la vez, el aparato se separaba del suelo algo más de un metro, reverberando  con de forma violenta. Veloz y raudo, “El Monstruo” penetró por la desembocadura del Kuma sacudiéndose apenas unos segundos para después deslizarse con total comodidad por el caudal.

No obstante, la tranquilidad precedió a un peligro mayor, ya que no tardó en aparecer frente a este un sólido puente que se erguía como un muro en la trayectoria del aparato.

lunes, 1 de marzo de 2010

¿Dónde estoy?

El cielo gris,
los árboles verdes,
la tierra marrón
                                   ¿Y yo?

Casas dispersas,
montes boscosos,
asfalto,
                                  ¿Y yo?

Vías férreas,
paisaje cambiante,
malditas iglesias,
                                 Ausente.