viernes, 26 de junio de 2009

“Quizás podamos escoger nuestra derrota”


Escribía, sentado en el sofá, mientras pensaba en como acabar con el mundo, en transformarlo, pero más que eso, pensaba en cambiar la situación propia, cambiando todo lo demás, deconstruir la macroestructura y reconstruirla para permitir una microestructura nueva. También combatía sin descanso contra la fortuna, aquel enemigo que tantas veces había derrotado a quien osaba atentar contra el destino designado y prefijado, herido sin piedad provocando cicatrices aún visibles, recordadas, impregnadas como una quemadura en la piel. Esas heridas crearon destrucción y cambio, pero sin embargo nunca llegaron a tornar la determinación de lucha sin descanso contra la fortuna, es más, la afianzaron en base a la experiencia que dieron esas batallas perdidas. Y este refuerzo ganó la calificación de locura, otorgada y ligada a la derrota, al ímpetu de luchas que difícilmente pueden ganarse, diferenciada de la cordura aceptada en la victoria, o de la genialidad que ganó al morir en el fracaso.

La decisión del enfrentamiento directo con la fortuna no es un camino llano que lleve al triunfo, mas es probable que lleve a la derrota, pero en el caso de perder, la determinación tomada ya es una forma de truncar el destino, de romper con la victoria absoluta con la que la fortuna se quiere galardonar. Aún no obteniendo la victoria cabe la posibilidad de que podamos escoger nuestra derrota, eligiendo como vamos a combatir, a vivir.

sábado, 20 de junio de 2009

El Extranjero (I)

Altas torres de hormigón se alzaban soberbias sobre el cálido asfalto, que humeaba transitado por auténticas cadenas de hierro que de vez en cuanto pitaban y se movían, al compás de los tricolores semáforos. Desde una pequeña terraza, un individuo observaba con los codos en baranda y la mano sujetando su barbudo mentón que masticaba con desgana desde hace un rato. Su rostro se giró evitando la molesta luz que se reflejaba en los oscuros cristales de las oficinas estacionadas frente a su piso, y sus ojos marrones se perdieron en los límites de la ciudad que aparecían difusos en el horizonte, parcialmente tapados por edificios más altos y por una masa de construcciones que parecía no encontrar su fin. Pasó la mano por su pelo, era áspero y abrupto como la ladera de una montaña alpina, mas esta lejos de resentirse peinó varias veces el mismo recorrido. Luego escupió, el chicle no tardó en perderse descendiendo a una velocidad vertiginosa en dirección a la transitada acera, pero aquel hombre no se molestó en seguir su recorrido, continuaba con los ojos puestos en los lindes de la urbe, aunque parecía estar mirando aún más lejos, en un lugar concreto, o tal vez en todos a la vez.

El Sol comenzaba a tostar su cara y al fin, tras unos minutos jugando con las barbas de su mentón al mismo tiempo que mantenía fija la mirada de aquel punto incierto, decidió entrar en su casa. Cuando desplazó la cortina y volvió dentro con sus pies desnudos, pisó unos cuantos papeles rellenos de letras que había por el suelo, mas hubiese sido imposible no hacerlo. Toda la sala estaba repleta de estos, y aunque hubiera decidido andar por las paredes se hubiese encontrado con multitud de recortes de periódicos y mapas que empapelaban el salón. Volvió a cerrar la cortina cuando entró, dejando que sólo una tenue luz llegase a través del balcón, y se fijó en la mesa redonda que estaba en frente del sofá, sobre esta una pantalla emitía un aura azul que iluminaba la tapicería azabache del cómodo asiento. También encima reposaba una lata de cerveza, y en el suelo, no muy lejos, había algunas más dispersas por el suelo. Cogió la lata de la mesa, y la meció, sin encontrar respuesta en el interior del envase, así que la tiró al suelo dejándola con el resto.

Caminó hasta la cocina y abrió el frigorífico, estaba casi vacío, apenas quedaban cinco cervezas y un par de huevos, pero sin embargo no pareció importarle, se limitó a descargar un soplido y luego tomó otra lata con su mano, agarrándola con firmeza a pesar del gélido contraste que se produjo en esta. Se sentó en el sofá y cogió el ordenador, comenzó a teclear con la soltura de un virtuoso pianista. Pronto empezó a dudar de sus movimientos, al posar los dedos en las teclas retrocedía, volvía a escribir, borraba. Durante un rato permaneció escribiendo sin apenas avanzar unas líneas, reflexionó, y el cursor se posó en la cruz de la ventana que contenía el mensaje en varias ocasiones, aunque al final envió el contenido del mismo, posiblemente no todo lo largo y fluido que hubiese querido. Pero la vida no me ha otorgado el don de la expresión acertada en momentos clave –pensó.

Fragmento de "El Extranjero" (como es obvio, de propia mano, a pesar de que Camus eligió el nombre primero, no podía tener otro nombre esta obra)

viernes, 12 de junio de 2009

Hospital Severo Ochoa


Poco es el eco que ahora recibe este hospital madrileño, cuyos médicos tiempo atrás fueron atacados de una forma peculiar e intensiva. Para estudiar las causas de las acusaciones que hoy se han demostrado falsas es necesario analizar los efectos que se han producido con este ataque.

En primer lugar podemos hablar de la destitución de muchos de los miembros de la plantilla que fueron acusados, a los que después hay que añadir aquellos que han buscado una oportunidad para abandonar el hospital ante la situación vivida.


Como segunda consecuencia se puede destacar el efecto que esto ha tenido sobre la opinión de los usuarios de la sanidad pública, la ruptura de la relación médico-paciente como han argumentado algunos de los que en su día fueron acusados.


La tercera consecuencia, que se deriva de la primera, es la sustitución de los elementos antes presentes en el hospital, y la aparición de otros nuevos nombrados por la consejería, del Partido Popular, que gobierna en la Comunidad del Madrid.


Así pues, tenemos estos tres hechos objetivos, pero como es obvio, remitirse a estos hechos objetivos sería dejar inconcluso el posicionamiento del autor, que de no expresarse de forma clara y concisa en estas líneas que seguirán se hubiera introducido de forma soterrada en un análisis aparentemente objetivo. Aún así cabe destacar que además de estas tres consecuencias se pueden sumar más que no se han contemplado por aquello de que el camino a la omnisciencia es un camino eterno. En ese proceso de selección la objetividad es inalcanzable (el objeto es infinito y cambiante), pero de este modo, dejando claros los hechos que se han producido y el posicionamiento es más fácil interpretar esta información y analizar desde el prisma del lector.

Sin mayor dilación, me ceñiré a los objetivos que han motivado las acusaciones sobre el Severo Ochoa. Es obvio que detrás de este ataque perpetrado por la derecha, representante de esos propietarios que acaparan la mayoría de la riqueza del país y del mundo, se encuentra el deseo del desprestigio de la sanidad pública, para una posterior dilapidación de las conquistas alcanzadas en la misma (que por supuesto son mejorables). Para que este ataque pudiera producirse con la eficiencia esperada era necesario acabar con los elementos que defendían de una forma decidida la apuesta por lo público, por una atención en la que no se otorgan privilegios a los pacientes según la renta. Y así se ha hecho, pero no sólo en el aspecto de la sanidad, ya hemos podido observar el proceso de privatización que se está dando en la Comunidad de Madrid. En definitiva, la derecha desea el total desprestigio de lo público tratando de minar desde dentro, de sembrar el desasosiego entre los trabajadores e infundir el odio a los usuarios, con el objetivo de que pase oficialmente a las manos privadas.

Para evitar esto es necesario que el caso de este hospital no quede en el olvido, es necesario que quede grabado en nuestra memoria, que recordemos cada uno de los ataques, para elaborar una respuesta contundente y masiva. Algunos podrán decir que luchar contra la oligarquía, la burgocracia que impone, es una batalla perdida, que la única posibilidad es llegar a un cierto acuerdo con ellos, a lo que se puede contestar que son una minoría, y que la batalla está perdida sólo si no se golpea al unísono por parte de todos los perjudicados, que no sólo incluye a los médicos, los que han favorecido estos intereses de privatización son los mismos que despiden a los trabajadores de las fábricas, son personas con intereses similares que no dudan en atacar juntos, ¿Por qué no hemos de golpear nosotros a una misma vez entonces?


Aún siendo una batalla perdida como estimarían aquellos que tratan de desalentar, yo respondería que tras una derrota hay también una lección, una experiencia, como la que han vivido los médicos del Severo Ochoa, y que lejos de suponer el fin, lo que hace, que tras un análisis de la misma, se prepare una ofensiva de mayor envergadura. Merece la pena entonces combatir por aquellos, que ahora de una forma más sutil, estamos siendo oprimidos por la libertad de circulación de capital, por supuesto, de los bolsillos que poseen los medios de producción, ya que el resto de la población del planeta no puede permitirse tales lujos. Es necesario combatir entonces hasta la victoria siempre, porque aunque esta fuera imposible en la imposibilidad se engendra la semilla de lo posible, de lo tangible.

domingo, 7 de junio de 2009

Destinado en el frente


Mi nombre es Alexei Ivanovich, fui obrero de San Petesburgo, y ahora, en este nuevo infierno, soldado del cuerpo 112 de artillería, que aguarda en las orillas del Daugava. Probablemente este texto no llegue nunca a ningún sitio, pero como la habilidad de escribir es de las únicas cosas en la que he demostrado cierta destreza y sagacidad a la hora de su aprendizaje, deseaba darle una última utilidad antes de que los curtidos soldados prusianos pongan fin a mi vida. Siento no haber podido despedirme de Yuliya y del pequeño Shasha, sólo espero que ellos puedan vivir en un mundo más próspero, sin estos caciques y poderosos que explotan, ya sea obligándote a disparar contra otros hermanos en igual situación, o a producir abundantes bienes que sólo ellos disfrutarán.

Desde que fui trasladado desde la fábrica a este destacamento para cumplir mi “deber” para con la patria he visto mucho, cosas que nunca pensé que mis ojos llegarían a soportar. También he conocido a muchos soldados, desgraciadamente no por mis grandes habilidades sociales, sino porque la mayoría de los camaradas que en un principio se encontraban junto a mi ya sólo son cuerpos mutilados, cuerpos mutilados y desaparecidos en el campo de batalla. Y sin embargo he de sentirme afortunado de que aún queden soldados a los que conozco en mi cuerpo, porque esos pobres campesinos del regimiento de infantería, creo que nunca he visto un rostro familiar allí. Siempre llegan, con esa expresión de desconcierto en la cara, agarrando los fusiles sin convicción, mas con razón para agarrarlos sin ella, he visto como más de uno ha muerto al dispararlos en el campo de pruebas, explotando en las manos del desgraciado y clavándose los mortíferos proyectiles resultantes en el rostro, en la yugular, en el hombro llegando hasta el duro omóplato. Luego, los que marchan, nunca vuelven, y si vuelven, sus rostros no son los mismos, pálidos como espectros, silenciosos como cadáveres se asemejan a una horda de muertos que camina sin rumbo.


Si esto servir a mi país y al zar, esos entes abstractos que no se pueden palpar y que jamás han hecho nada por nosotros, prefiero ser un derrotista y un traidor, porque traicionar a la patria y al zar sería favorecer a los camaradas que todavía están con vida, a los que trabajan para ellos recibiendo a cambio miseria ilimitada, la muerte, y un severo castigo ante cualquier comentario que no ensalce los valores impuestos.

No puedo extenderme más, parece que los germanos están a punto de llegar, creo que si se dan prisa en acabar conmigo podrán tomar mi rancho. Este es mi testamento, y si por casualidad alguien lo encontrase, quiero que tenga presente como nuestro gran zar y todo su séquito de propietarios han estado dispuestos a luchar hasta la última gota…de nuestra sangre.

viernes, 5 de junio de 2009

Las afortunadas palabras de la institución eclesiástica y el no menos afortunado apoyo de Mayor Oreja a la causa


Qué decir de las grandiosas y elocuentes palabras de la Iglesia Católica en nuestra preciada patria. No hace falta que nadie la cubra de gloria, ya lo hace ella misma con las grandes palabras de sus representantes eclesiásticos, que ahora consideran el aborto un delito de mayor envergadura que una violación. Entre otras de sus brillantes declaraciones se encuentra la de quitar importancia a la violación si el sexo se trata de diversión. Qué decir, la basura llama a basura, y en consecuencia solo puede escupir basura, son como esas pelusas que se acumulan debajo de la cama, si no las limpias, acaban por convertir la habitación en un auténtico vertedero. Y ese es el tema, esta institución rancia, para la cual el infierno que ha creado para los infieles sería una recompensa, sigue utilizando argumentos que esgrimía aquella bola de grasa, Santo Tomás de Aquino, auténtico titán que siquiera podía levantarse de su propia silla. Lo que es incomprensible es como todavía los símbolos religiosos continúan adornando edificios oficiales junto a esas estatuas de aquel caudillo bajito que por ayudar al prójimo entendía regar la tierra con cadáveres, respetando en todo momento la vida de aquellos caídos por la grande y libre. Tal vez una de las razones por las que perdura este hedor medieval sea porque el sistema actual en sí es un vertedero que realmente convendría limpiar, después de todo, no es higiénico para tanta gente como somos en el planeta. Y para ello, no podemos recurrir a perfumar ni refundar lo que ya esta podrido, es mucho mejor enterrarlo en el cementerio de la historia y comenzar por crear un mundo más higiénico en el que las instituciones sean dinámicas y fluidas como la sangre humana, como la propia vida.

miércoles, 3 de junio de 2009

Anciano Lunar


Las sábanas negras ya habían cubierto el cielo, y todo permanecía en armoniosa calma en aquel tranquilo y recóndito lugar, en el que las ventanas se abrían al exterior, las puertas de las tiendas permanecían abiertas sin que ningún robo se produjese. De vez en cuando se veía a algún viandante que caminaba con sus ojos puestos en todo y a la vez en nada, en aquella parsimonia casi imposible de creer en un mundo así. Lo más sorprendente sin embargo fue aquel viejo, de piel oscura y arrugada, que se adhería al hueso formando pliegues que distribuían de forma desigual. Tenía una sonrisa que nunca se borraba de su rostro, que las arrugas y su vejez parecían acrecentar, como si la experiencia tuviese la capacidad de aumentar la complacencia de la misma. No hablaba, decían los del pueblo que había perdido el habla hace unos años, pero sin embargo, comunicaba, su gesto y su presencia transmitían e irradiaban compañía, al extranjero, al nativo, si la luna pudiese hablar, probablemente también afirmaría que sentía su presencia. De vez en cuando masticaba algo de tabaco y comía pan, y siempre, cuando la gente se reunía para charlar, permanecía sentado en un taburete, observando como atento vigilante, como un guardián, guardián de aquella calma que se respiraba, de las palabras que se emitían, que probablemente las fagocitaba hasta incorporarlas para sí. Hasta los más ancianos veneraban sus consejos, que aunque ya no podía dar de forma hablada, lo sugería con sus acciones, con sus movimientos, con su presencia en los acontecimientos. De hecho mujer más anciana del pueblo aseguraba que cuando ella era una niña, aquel hombre tenía la misma apariencia que en la actualidad, incluida su expresión facial que no se borraba aún en situaciones que se antojaban difíciles. De su vida, nadie sabía nada, pues nunca contestaba a las preguntas, mas, cuando se le preguntaba en los tiempos en los que hablaba, respondía con alguna predicción meteorológica, y luego, hubiese llegado la oscuridad, o con el astro refulgente todavía iluminando la tierra, miraba la luna, moviendo con lentitud la cabeza, de arriba abajo, como asintiendo a alguna pregunta realizada.